Consentida

¿Qué manera es esa de comer con el teléfono en la mano? ¡O guardas el teléfono o sales de la mesa! —grité de nuevo a mi hijastro, Javier.

—¡Quiero y como con el teléfono! ¿A ti qué te importa? ¡Tú no eres nadie para mí! —respondió desafiante mi hijo de diez años, Martín.

—¿Qué has dicho? Mientras esté en esta casa, soy el jefe y me deberías respetar y escucharme. ¡A tus años, yo no me atrevería a desobedecer a mis padres! —repliqué, mi voz resonando en la habitación, mientras Martín se levantó de la mesa y se apresuró a cerrar la puerta de su cuarto.

—¿Qué pasa ahora? ¡No puedo ni lavarme tranquila sin que os estéis gritando! ¡Estoy cansada de todo esto! —exclamó Clara, la madre de Martín, al salir de la ducha.

—Tu hijo se está portando mal. ¡No hay educación en él! ¡Es tu culpa, por cierto! —grité con furia, dirigiéndome a mi esposa.

Clara se sentó en la cocina, sacándose la toalla de la cabeza. Se secó la cara con cansancio, miró a su marido y suspiró mientras bajaba la mirada…

…A los dieciocho años, Clara quedó embarazada de un compañero de clase. No había amor verdadero en esa relación, solo salían. Cuando le contó sobre su embarazo, él lo comunicó a sus padres, quienes reaccionaron rápidamente. Lo trasladaron a una universidad en el otro extremo del país y a Clara le dieron dinero para abortar.

Pero Clara jamás pensó en deshacerse del bebé. Decidió tenerlo y unirse al grupo de madres solteras.

—¡Oh, Clara! ¡Qué pena me das! Yo soy totalmente responsable por esto. Debería haberte explicado. Sé lo que es criar a un hijo sola. ¡Y tú estás repitiendo mi mismo destino! —solía lamentarse Sofía, la madre de Clara.

—Vamos mamá, tú me criaste y yo puedo hacerlo. Primero tomaré un año de permiso académico y luego me cambiaré a estudios a distancia. Millones de mujeres lo hacen y yo no seré una excepción. ¡Saldré adelante! —replicaba Clara con determinación.

—Oh, claro que podrás… pero no es el mejor destino… A los hombres no les atraen los hijos ajenos. Y tú tan joven y ya con un paquete.

—Mamá, deja de lado tus estereotipos. Estoy convencida de que hay un hombre en el mundo que puede querer a mí y a mi hijo. —respondió Clara con confianza.

—Espero que así sea… —dijo Sofía con tono significativo…

…Nueve meses después, Clara dio a luz a un niño al que decidió llamar Javier. Su vida comenzó a girar rápidamente. Primero, como se esperaba, un año de permiso en la universidad. Luego estudios a distancia, trabajos, exámenes, enfermedades, el jardín infantil y los cumpleaños de su pequeño Javier, uno tras otro. Claro que era muy difícil para Clara criar a su hijo sola. Afortunadamente, su madre la apoyó en esos momentos difíciles.

…Clara ya había llevado a su hijo a su primer día de colegio y había conseguido su título, pero su vida personal no había despegado. Su madre tenía razón en otras cosas sobre los hombres. A veces, algunos se acercaban a Clara, pero con unos nada ella se sentía interesada. Y otros, al enterarse de que ella tenía un hijo, se desvanecían con diferentes excusas. Así fue como vivieron ambos, madre e hijo.

—Clara, ¿has visto al nuevo jefe del departamento de construcción? ¡Es guapísimo! —preguntó su compañera Lola con voz juguetona.

—¿Y qué, es de oro? —respondió Clara con indiferencia.

—Bueno, no de oro, pero está bastante bien. Hoy habrá una reunión y lo verás. Entonces entenderás de lo que hablo.

Ese mismo día, Clara, al igual que sus compañeros, conoció al nuevo jefe, Alejandro. Resultó ser un hombre joven y atractivo, de buena complexión y con un gran sentido del humor. Rápidamente se integró en el equipo, forjando relaciones amistosas, pero le tenía un cariño especial a Clara. Ella sintió ese interés desde el primer día.

Alejandro primero le propuso tomar un café juntos durante el almuerzo, y luego la invitó a una cita. Clara aceptó, pero se prometió informarle acerca de Javier antes de que las cosas se volvieran más serias.

Alejandro compartió que a sus 33 años aún no se había casado, vivió con su madre hasta hace poco, pero había ahorrado para un departamento propio y estaba listo para sentar cabeza.

Clara también le habló sobre su vida, aclarando de manera sutil que criaba a su hijo sola. Alejandro lo tomó bien, expresando que siempre había deseado tener un hijo. Clara se sintió tranquila y su romance avanzó rápidamente. Ella presentó a Alejandro a Javier. Los tres salieron a pasear por el parque y al cine. Hasta ese momento todo marchaba bien. Sin embargo, tanto Alejandro como Javier se mostraban un tanto distantes. Clara creía firmemente que pronto forjarían un vínculo, idealmente como una auténtica familia.

—Clara, ¿no podríamos mudarnos a mi casa? —sugirió Alejandro un día.

—No sé, Alejandro. A mí no me importaría, pero Javier… tendría que cambiar de escuela y no creo que le guste. —reflexionó Clara.

—¡Que si le gusta o no! ¡Lo has malcriado, querida! Lo voy a poner frente a la realidad. Simplemente tenemos que decirle que nos mudamos y que tú comenzarás en otra escuela. —contestó Alejandro.

—No estoy tan segura…

Clara realmente deseaba mudarse con el hombre que amaba, pero había algo dentro de ella que la detenía, que le impedía dar ese paso tan importante hacia una nueva vida.

Pasaron unos meses más. Alejandro nuevamente tocó el tema de la mudanza y de formalizar su relación.

—Está bien, Alejandro. Hablaré con Javier. Quizás podríamos mudarnos en verano y así comenzaría en tu zona con el nuevo ciclo escolar.

—Clara, ya hemos hablado de esto. No te enredes más con Javier. Este tema es entre nosotros, él solo es un niño y no le corresponde decidir dónde vivir. —insistió Alejandro.

—No puedo hacer eso, Alejandro. Es mi hijo, tiene todos sus amigos en esta escuela. Aún así, hablaré con él.

Clara se preparó durante varios días para esa conversación. Pero, un sábado, decidió abordar el tema delicado.

—Javier, ¿qué piensas si nos mudamos con el tío Alejandro?

—¿Para qué? —preguntó el niño, confundido.

—Verás, nos amamos, nos casaremos y seremos una familia.

—¿Y si mejor me voy a vivir con la abuela? —respondió sorprendido Javier.

Un corto silencio se instaló en el aire.

—No, hijo. ¿Por qué irías con la abuela? Quiero verte todos los días. Ella no es tan joven y necesita ayuda. Necesito que estés aquí para hacerlo todo juntos. No.

Clara sentía que a Javier no le hacía gracia la idea de mudarse. Dentro de ella, dos sentimientos luchaban. Por un lado, quería estar con Alejandro, compartir la vida con él. Por otro lado, amaba a su hijo y no quería arruinar la relación cálida y confiada que tenían.

—Clara, hemos presentado la solicitud civil. Ahora decidamos la fecha de nuestra mudanza. Cuanto antes, mejor será todo.

—Alejandro, hablé con Javier y parece… —Clara no pudo terminar la frase, pues él la interrumpió.

—Clara, dejaré que lo recoja después del colegio y hablaré con él. Solo lo has malcriado. Se comporta como una niña: si voy o no voy…

—Inténtalo… —accedió Clara con incertidumbre.

Esa noche, Alejandro debía llevar a Javier de vuelta a casa. Clara estaba muy nerviosa. En el fondo de su ser, deseaba que todo saliera bien y que Alejandro convenciera a su hijo. Preparó una cena deliciosa. Pero, según el estado de ánimo de ellos, la conversación no fue nada fluida.

—¡Clara! ¡Tu hijo es un niño sin educación! —declaró Alejandro apenas cruzó la puerta.

—¿De dónde sacaste eso? —preguntó Clara, viendo a Javier escapar a su habitación.

—¿Y a mí me preguntas? ¡El niño hizo un escándalo! Es un chico que se comporta peor que cualquier chica. ¡Nos mudamos y ya está! Si no, mira, ¡te hará la vida imposible! Pero lo corregiré y lo convertiré en un buen chico.

—Vamos a cenar. —sugerió Clara.

Ya estaban en la mesa, esperando solo a Javier, que continuaba sin salir de su habitación.

—Javier, hijo, ¡a cenar! —gritó Clara desde la cocina.

—No quiero. —respondió él.

—¡Oh, y tú sigue con tus caprichos! Ya basta, parece que tienes la edad de una niña. ¡Ya tienes diez años y sigues lloriqueando! Va a clases de piano, y hay una escuela de boxeo cerca de mi casa, así que a esa irás en lugar de la de música. —sentenció Alejandro con firmeza.

—¡Prefiero ir a vivir con la abuela que contigo! —gritó Javier, llorando.

—No vas a ir a ninguna abuela. Viviremos todos juntos y punto.

…Clara y Javier se mudaron con Alejandro. Desde entonces, su vida tranquila se desvaneció, ya que las disputas en el hogar surgían prácticamente a diario.

—¿Qué clase de comportamiento es ese de comer con el teléfono en la mano? ¡O guardas el teléfono o te vas de la mesa!

—Quiero comer con el teléfono. ¿A ti qué te importa? ¡No eres nadie para mí! —respondió de nuevo Javier.

—¿Qué dijiste? ¡Soy el que manda aquí y debes respetarme! ¡Con mis padres no me atrevería a hablar así!

—¿Qué pasa ahora? No puedo ni ducharme en paz, ¡vosotros siempre estáis a la greña!

—¡Tu hijo está completamente malcriado!

Javier salió de la mesa, dejando su comida sin tocar.

—Clara, ¿y si lo enviamos unos días con tu madre? —sugirió Alejandro.

—No, Alejandro. Quiero que mi hijo esté con nosotros.

—Está bien, entonces mañana le cancelo su viaje de fin de semana. No pienso soportar su falta de respeto mientras estamos de vacaciones. Debe recibir algún tipo de castigo por su comportamiento. Así que no irá a la playa.

—¡Alejandro, ¿estás loco?! ¡Yo no me voy a ningún lado sin mi hijo! —respondió Clara.

—No le pasará nada, se quedará con tu madre y lo pensará.

—Alejandro, si fuera tu hijo, ¿¿también lo despacharías así??! —preguntó Clara de repente.

—No estamos hablando de nuestros futuros hijos, sino de Javier.

—No, Alejandro, no me voy a ningún sitio sin mi hijo. Además, tú dijiste que siempre quisiste ser padre.

—No pensé que así sería. —dijo Alejandro.

Clara rechazó la idea de irse de vacaciones sin Javier. Alejandro se ofendió y pasó varios días en casa de su madre.

Cierta noche, recibió una llamada. En la pantalla, aparecía el número de su suegra.

—¿Sí, Irina?

—Clara, ¿qué estás haciendo? —empezó su suegra.

—¿Qué ha pasado?

—¿Vas a casarte y ya le estás llevando la contraria a tu futuro esposo? ¡Alejandro ha estado viviendo en mi casa varios días, no puede regresar a la suya!

—Si le molesta, podemos mudarnos. ¿Por qué no me llamó?

—¡Deja de actuar como una niña! ¡Deberías sentirte afortunada de que haya un hombre que te acepte con hijo y todavía te quejas! —dijo la suegra.

—Adiós, no me vuelvas a llamar. Alejandro puede volver a su casa. Aquí no estaremos esta noche. —y colgó.

Después de esa conversación, empezó a empacar. Esa misma noche, se mudaron de regreso a su hogar. Alejandro intentó comunicarse, zanjando la situación, pero Clara decidió no continuar la relación. Retiró su solicitud de matrimonio.

—¡Vive toda la vida con tu hijo!, —dijo Alejandro como despedida.

—Y lo haré. —respondió Clara, borrando permanentemente su número y después cambiando de trabajo.

Así terminó esta historia familiar poco afortunada. Aunque todavía está por verse quién salió ganando realmente en esta historia…

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