Ve tú primero, yo me incorporo después.

— Vosotros id ya, que yo luego llego.
— ¿Dónde estás?
— En la finca. Mamá me pidió que la llevara.

En la finca. El día en que tu hijo empieza su primer día de colegio…

Nuria estaba frente al fregadero, apretando una esponja entre los dedos. Estos temblaban, no por el agua fría, sino por la rabia que la embargaba. En la cocina, las gachas burbujeaban y se quemaban, en el dormitorio el televisor murmuraba un programa cualquiera, y en su cabeza, como subtítulos de película, pasaban una y otra vez las mismas frases: «¿La finca? ¿Ahora? ¿Por qué?»

…Su marido se había ido temprano. Sin decir adiós. Simplemente cerró la puerta de un portazo, y la casa volvió a sumirse en el silencio. Nuria pensó que quizá había salido al coche o que tenía algún recado. Su hijo ya se había despertado, se frotó los ojos y, en pijama, se dirigió al baño.

Todo parecía normal. Excepto por una cosa: su padre no había vuelto.

— **”¡Jaime, estás completamente loco!”**, le espetó cuando, por fin, consiguió hablar con él por teléfono.
— **”Es que mamá me lo pidió urgentemente,”** se justificó él. **”Id vosotros, que yo luego llego.”**
— **”Claro. Urgente. Justo hoy. A las ocho de la mañana. El primer día de colegio.”** La voz de Nuria era más fría que el iceberg que hundió al Titanic.
— **”Mira, lo entiendo… pero ella me lo pidió. Será rápido.”**

Nuria calló. Sabía que si decía algo más, perdería el control. Y un berrinche a primera hora no era lo que un niño de siete años debía ver en su gran día. En vez de contestar, colgó.

Que la responsabilidad cayera sobre ellos.

— **”Mamá, ¿dónde está papá?”** Su hijo, vestido con su camisa blanca nueva, intentaba abrocharse los botones. Se esforzaba, nervioso, pero no se quejaba.

— **”La abuela necesitaba ir urgentemente a la finca. Papá la ha llevado,”** respondió Nuria, sin sarcasmo ni rodeos.
— **”¿Y luego vendrá?”** preguntó el niño con esperanza.
— **”No lo sé, cariño. Supongo que no.”**
— **”¿Sabía que hoy era mi fiesta?”**

Lo habían hablado toda la semana. Pero su hijo no lograba entender por qué su padre le fallaría así.

— **”Lo sabía,”** contestó Nuria en voz baja.

El niño bajó la mirada, callado. Se sentó a la mesa y se sumergió en el móvil. En el jarrón, un ramo para la maestra. Junto a la puerta, la mochila nueva con coches de carreras. Todo estaba listo para la celebración.

Menos su familia.

En el acto de inauguración, el niño intentó mantenerse firme. Sin sonreír, sin llorar. Solo apretaba la mano de su madre con más fuerza mientras a su alrededor otros niños correteaban, abuelos reían y padres filmaban con sus cámaras. Todos parecían vivir una fiesta.

Nuria también le hizo fotos, tratando de animarle. Tenía un nudo en la garganta, pero sonreía por los dos. Quizá incluso por tres. Pero no era suficiente.

Cuando un alumno mayor cargó sobre sus hombros a una niña con lazos y una campana, llegó el primer mensaje de su suegra: **”Haz muchas fotos. Mándamelas. Quiero verlas.”** El segundo, quince minutos después: **”Dile a Martín que me salude. ¡Estoy con vosotros en espíritu!”**

— **”¿En espíritu?”** Nuria apretó los dientes. Era muy cómodo. No hacía falta ningún esfuerzo.

No respondió. No por miedo al conflicto, sino porque no tenía nada que decirle.

Después del acto, fueron a una cafetería, pidieron helados y batidos, luego pasearon por el parque. El plan original era otro: su padre les llevaría a la feria. Pero él estaba en la finca. Con las berenjenas, no con su hijo. Así que tuvieron que improvisar.

— **”Mamá, ¿puedo no contestar si llama la abuela?”** preguntó el niño cuando el móvil vibró en la mochila.
— **”Claro,”** asintió Nuria. **”Yo tampoco lo haría.”**

No le explicó más. No hacía falta. Su hijo la abrazó fuerte, como si quisiera transmitirle todo su dolor con aquel gesto.

Algo dentro de ella se endureció. Por eso, cuando su marido llamó, ninguno de los dos descolgó.

La conversación quedó en mensajes.

— **”Estás siendo infantil. Coge el teléfono. Mamá está dolida,”** escribió él.
— **”Tu hijo también,”** respondió Nuria.
— **”¿Martín está enfadado?”**
— **”Sí. Porque hoy era importante para él. Y vosotros elegisteis las berenjenas. Seguid cavando.”**

Jaime llegó pasadas las nueve. Entró en silencio, como si temiera empeorar la tensión. Martín ya dormía. Nuria estaba en el salón con un libro, pero no leía. Solo lo sostenía como un escudo contra la indiferencia ajena y sus propios pensamientos.

— **”¿Mañana hacemos algo? Los tres,”** propuso él, sentándose a su lado. **”Al cine o a cenar. Que últimamente vamos cada uno por su lado.”**

Nuria levantó las cejas y lo miró. No se alegró. Solo suspiró, cansada.

— **”¿Crees que una relación es como el trabajo? ¿Que puedes cambiar fechas? Martín te necesitaba hoy.”**
— **”No fue a propósito,”** se frotó la frente, irritado. **”Mamá me lo pidió de repente, no podía negarme. Pensé que sería rápido.”**
— **”Claro. Y tu ‘pensé’ no le sirve de consuelo. Te esperó. Hasta el final. Hasta que todos se fueron.”**
— **”No dramatices…”** refunfuñó. **”¿Qué te pasa ahora?”**

Nuria soltó una risa seca, irónica. Él veía las cosas de otro modo. La Tierra seguía girando, nadie había muerto, y ella exageraba.

No entendía que para ella había sido una traición. O no quería entenderlo.

— **”Muchas cosas. Pero, sobre todo, que no entiendes cuánto le has dolido. Que piensas que todo se arreglará solo.”**

Antes era distinto. Recordaba cuando, durante el embarazo, Jaime le dijo:

— **”Quiero ser parte de su vida, no solo estar ahí. Quiero ser un buen padre.”**

Enseñó a Martín a montar en bici, a hacer aviones de papel, soldados con bellotas. Juntos hacían carreras de coches. El niño tenía los ojos brillantes, y Jaime lo miraba como si fuera su razón de vivir.

Hasta su suegra horneaba pasteles entonces. Quizá más para ella que para el niño, pero era algo. Lo llenaba de halagos, aunque siempre con egoísmo: **”¡Qué guapo es mi nieto! ¡Sale a mí!”**

Las reuniones familiares eran ruidosas, con pasteles caseros, ensaladas elaboradas. Pero cuando los invitados se iban, todo quedaba en suspiros y reproches: **”Podrías haber venido antes a ayudar.”**

Martín lo notaba. Era pequeño, pero no tonto. Recordaba cuando su abuela prometió recogerle del cole y se olvidó. Cuando su padre faltó a una función porque **”tenía que ayudar a la abuela”**.

Y no preguntaba.

Se cerraba en sí mismo. Ahora le pedía a su madre que le leyera, no a su padre. Solo ella sabía que le gustaba Lucía de otra clase,Nuria abrazó a su hijo con fuerza, sabiendo que, aunque la vida no era perfecta, juntos serían suficiente el uno para el otro.

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MagistrUm
Ve tú primero, yo me incorporo después.