Debo explicarte todo, hija…

“Debo explicártelo todo, hija…

—¡Buen provecho! —dijo Lara al sentarse a la mesa.
Cada uno tenía su lugar preferido. Su marido siempre se sentaba de frente a la ventana, su hija Sofía, de doce años, enfrente, y ella, como corresponde a la dueña de la casa, entre ambos, de espaldas a la cocina.

Adoraba esas cenas en familia, el único momento del día en que podían reunirse sin prisas. Por las mañanas, todos salían corriendo al trabajo o al colegio. Ella y su marido comían fuera, y Sofía a veces en casa o en la de su amiga Clara, cuya abuela hacía empanadas y cocido madrileño. Así que la cena era su refugio, el instante para hablar, reír y compartir.

Lara siempre soñó con tener una familia unida. Creció con su madre, su padre —más tarde su padrastro— y su hermanita, pero se sintió apartada, como ajena. Así son las cosas.

A su padre apenas lo recordaba. No gritaba, no la regañaba, pero su mirada era fría, distante. Quizá por eso le tenía cierto miedo. Su madre tampoco era habladora. Siempre con los labios apretados, como si la sonrisa le pesara.

Cuando se casó con Rodrigo, por fin tuvo su propia familia. E impuso una regla: cenar juntos cada noche, compartir el día, planear el futuro.

—¿Adónde iremos de vacaciones? —preguntó Lara tras el primer bocado—. Hay que decidirlo ya, reservar billetes y hotel…

—¿Y si vamos a la casa de mis padres en Toledo? Mi padre necesita ayuda con la valla y el tejado —propuso Rodrigo.

—¡Pero yo quiero ir a la playa! —protestó Sofía, frunciendo el ceño.

—Para eso harían falta ahorros, y aún pagamos la hipoteca. Además, al coche necesitamos cambiarle las ruedas. En Toledo ahorramos, y podemos hacer alguna excursión, ¿no? En verano es bonito…

Sofía y Rodrigo miraron a Lara, esperando su decisión.

—Estoy de acuerdo con tu padre. Aunque la playa también me apetece…

—¡Eso digo yo! —exclamó Sofía, radiante.

En ese momento sonó el teléfono.

—Es el tuyo —dijo Rodrigo, metiéndose el último trozo de croqueta en la boca.

Lara dejó el tenedor y fue al salón. Era su madre.

—Mamá, ¿qué pasa?

—¿Te molesto? Necesito hablar contigo. Ven —dijo su madre, secamente.

—¿Ahora? ¿Te encuentras mal? —se alarmó Lara.

—Estoy bien. Ven. —Y colgó.

Al volver a la cocina, Rodrigo preguntó:

—¿Qué ocurre?

—Mi madre. Quiere que vaya. Seguro que es por Alicia otra vez…

—Te acompaño.

—No, voy sola. Si pasa algo, ¿me recoges?

—Claro.

No vivían lejos, apenas unas paradas de autobús. Durante el trayecto, Lara intentó adivinar qué quería su madre. Nunca pedía consejo… Algo malo olía.

Al abrir la puerta, su madre estaba pálida, las manos temblorosas.

—Vamos a la cocina. ¿Quieres té?

—Acabo de cenar —rechazó Lara.

La cocina era diminuta, la mesa pegada a la nevera. Se sentaron en ángulo. Mientras su madre respiraba hondo, Lara notó sus arrugas más marcadas, los dedos enredados en un cordón. Le cubrió las manos con las suyas.

—Mamá, tranquila. ¿Qué pasa?

—Alicia ha llamado…

—Lo sabía —murmuró Lara.

Su madre le lanzó una mirada reprobatoria.

—¿Qué quiere esta vez?

—Dinero.

—¿Cuánto?

—Veinte mil euros.

—¿Para qué? Si se casó con ese turco adinerado. ¿Te acuerdas de cómo lo presumía?

—Algo va mal con el negocio de Selim. Le deben mucho dinero. O lo estafaron, o lo robaron… No entendí bien. Lo necesita urgente, o… —Su voz se quebró—. Dicen que lo matarán.

—Poca pérdida —bufó Lara.

—Lara… —la reprendió su madre.

—Vale, me callo. Pero ¿de dónde vamos a sacar tanto? ¿Se olvida de cómo vivimos? Ella decía que Selim era rico, que su familia tenía negocios. ¿Sus padres no pueden ayudarlo?

—Alicia dijo que vendieron su casa, que viven con los suegros. Su padre pagó parte de la deuda, pero faltan veinte mil.

—¿Y si no los conseguimos?

—He decidido vender el piso. Pero necesito que me ayudes con la venta.

—¡¿Qué?! ¿Y tú dónde vivirás?

—Pensé… que quizá podría mudarme con vosotros. Temporalmente. —Las lágrimas rodaron por sus mejillas.

Lara se quedó helada. Alicia había perdido el juicio. ¿Cómo podía cargar esto sobre su madre?

—Mamá, no llores. Buscaremos otra solución. ¿Y si Alicia vuelve? Podríamos pagarle el billete…

—No puede. Espera un bebé.

—¿Otra vez? ¡Y justo ahora!

—Ya está decidido. No puedo dejarla así. No te pido opinión, solo ayuda para vender rápido.

—Vender un piso lleva tiempo. Si lo hacemos a la desesperada, nos darán menos. Hablemos con Rodrigo, busquemos alternativas… No te precipites.

De vuelta a casa, Lara maldecía a su hermana. Siempre lo tuvo todo. Su madre la mimó, la consintió, y así creció: egoísta, caprichosa. ¿Y ahora arrastraba a su madre al desastre?

Ese Selim nunca le inspiró confianza. Guapo, sí. Alicia lo conoció en Marbella, hace tres años. Volvió enamorada, hablando de su mansión, su familia acaudalada. Dijo que Selim la llevaría a vivir con él.

Nadie logró disuadirla. Ni siquiera cuando anunció que estaba embarazada. Lara sospechó desde el principio: ¿por qué un turco adinerado querría a una española sin conocer su cultura, su religión? Pero su madre y Alicia creyeron que hablaba por envidia.

Y ahora esto. Seguro que Selim andaba en negocios turbios. Pero su madre no escucharía razones. Jamás dejaría en la calle a su niña consentida.

Llegó a casa alterada. Esa noche, ella y Rodrigo discutieron hasta tarde.

—Pediremos un crédito, vendemos el piso de tu madre con calma, le compramos uno más pequeño y con lo sobrante pagamos parte del préstamo —propuso él—. Este año, vacaciones en Toledo. Sin discusión.

—No sé cómo agradecértelo —susurró Lara.

Él la abrazó. —Tu familia es la mía.

Así, enAl final, después de tantos años de distancias y silencios, Lara comprendió que el amor de su madre, aunque imperfecto, siempre había estado ahí, escondido entre los pliegues del tiempo y las decisiones equivocadas.

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MagistrUm
Debo explicarte todo, hija…