Hasta el final

Marina cenaba sola una vez más. El reloj marcaba las nueve, y de Andrés ni una llamada ni un mensaje. «Otra vez se le ha hecho tarde en el trabajo», pensó, aunque ella misma no se lo creía…

En el último mes, estas “demoras” se habían vuelto demasiado frecuentes. Al principio eran casos aislados—una vez cada dos semanas. Luego, una vez por semana. Y ahora parecía que su marido ya ni siquiera llegaba a casa a una hora decente.

Marina recordaba bien cómo empezó todo. Al principio, Andrés decía que había mucho trabajo—un proyecto importante, una fecha límite. Ella le creía y esperaba hasta tarde.

Pero luego las excusas se volvieron cada vez más ridículas. El lunes, llamó para decir que estaba atrapado en el aparcamiento porque un tractor quitaba nieve y no le dejaba salir. Marina guardó silencio y decidió observar más de cerca el comportamiento de su marido. Sabía perfectamente que en su trabajo tenían un parking subterráneo, adonde ese tractor no habría llegado ni en una semana.

El miércoles, se “retrasó” por una supuesta reunión importante, aunque en su empresa casi nunca tenían juntas presenciales. Y si ocurría, era por videollamada y por la mañana.

Y ayer, llegó a decir que se había quedado en la oficina porque… le había dado un dolor de estómago y pasó más de una hora en el baño con una indigestión.

Marina no era tonta. Sabía que su marido escondía algo. Pero las pataletas no arrancarían la verdad. ¿Qué podía estar ocultando?

—¿Cómo te sientes? —le preguntó Marina, esforzándose por mantener la voz calmada y compasiva.

Andrés, que acababa de entrar al piso, se dejó caer en la cama y suspiró con pesadez.

—No muy bien —respondió, frotándose el estómago—. Pedimos un menú del día en un bar, seguro que me sentó mal…
—Qué horror. Me imagino lo mal que debes estar —dijo Marina con un tono forzado, observando su reacción—. Voy a traerte algo para el dolor. A mí me funciona bien.
—¡No! —dijo Andrés incorporándose de golpe, pero volvió a sentarse al darse cuenta de que casi había gritado.
—¿Qué pasa? —preguntó Marina, fingiendo sorpresa.
—Los compañeros me dieron algo. No recuerdo el nombre, pero me ayudó.
—¿Ah, sí? Bueno, vale —encogió los hombros—. Pero mejor que recuerdes qué te dieron, no vaya a ser cualquier cosa…
—Tienes razón —sonrió Andrés con tensión—. Voy a ducharme y a acostarme, que no estoy bien.
—Claro —Marina le acarició la mejilla y salió del dormitorio.

En cuanto Andrés entró al baño, Marina fue directa a la cocina. Se quedó junto a la mesa, apretando el teléfono de Andrés con nerviosismo. Revisó mensajes, llamadas, aplicaciones de mensajería—nada sospechoso. Pero entonces decidió revisar las transacciones bancarias.

*«Transferencia de 1.000 euros a nombre de Ángela R.»* leyó en silencio, y un nudo se le formó en el estómago. Oyó que Andrés cerraba el grifo. Cerrando rápidamente todo, devolvió el móvil al dormitorio.

*No puedo perder los nervios, no puedo perder los nervios…* se repetía, intentando calmarse. *¿Quién demonios es Ángela R.?*

Intentó recordar. ¿Compañera de trabajo? ¿Contable?

No pudo dormir esa noche. Se revolvía en la cama, que de pronto parecía enorme, fría y vacía. Andrés dormía a su lado, ignorante de sus dudas. En algún momento, cayó en un sueño ligero, pero hasta allí la perseguían imágenes borrosas, frases sueltas, un presentimiento desagradable.

Se despertó de golpe, como si alguien la hubiera sacudido.

*«¡Ángela!»* —el nombre le golpeó con fuerza. La exnovia de Andrés, de la que apenas había hablado un par de veces. Aquella de la que siempre decía: *«Fue un amor de juventud, nada más.»*

Marina se sentó en la cama, sintiendo un sudor frío recorrerle la espalda. Todo encajaba ahora: las salidas tardías, las excusas absurdas, los repentinos “malestares”. Y ahora, esa suma de dinero…

Se agarró la cabeza, intentando controlar el temblor que la recorría.

*«Amor de juventud»*, resonaba en su mente.

No volvió a dormirse. Permaneció despierta hasta el amanecer, mirando el rostro tranquilo de su marido, tratando de armar el rompecabezas.

La sospecha de que Ángela era su ex ahora le parecía obvia. ¿Pero qué los unía ahora, tantos años después? ¿Y por qué le había transferido esa cantidad?

Se levantó con cuidado, evitando despertarlo. En la cocina, preparó café y tomó una libreta. Necesitaba un plan.

*«¿Qué hago?»* —la pregunta le martilleaba las sienes.

¿Hablar con Andrés directamente? Pero él claramente ocultaba algo, y una simple conversación no bastaría.

¿Contratar a un detective? La idea le parecía extrema. Ni siquiera sabía dónde encontrarlos ni cuánto costaría.

¿Buscar a esa Ángela por su cuenta?

Sabía que no podía esperar. Cada día podía empeorar las cosas. Pero ¿cómo actuar sin delatarse?

Decidió empezar por lo más simple: revisar las redes sociales de Andrés. Quizá allí había pistas: fotos antiguas, menciones del pasado, algún contacto en común…

Abrió el portátil y comenzó a revisar metódicamente su perfil. La mayoría eran fotos recientes—familia, trabajo, viajes. Pero al fondo del archivo, encontró imágenes de hace años. En una de ellas, aparecía un Andrés joven junto a una chica. Marina se quedó mirando ese rostro desconocido.

Era ella. Ángela. La de la que alguna vez había hablado su marido.

Cerró el portátil y respiró hondo. Sabía que ahora solo tenía dos caminos: cerrar los ojos y seguir adelante, arriesgándose a una situación peor, o actuar y descubrir la verdad, fuera la que fuese.

La elección era clara. Debía saber la verdad. Y la sabría, costara lo que costara.

Esa noche, Marina estaba en el salón, jugueteando nerviosa con el móvil. Ya tenía preparado su discurso para la conversación con Andrés, cuando la puerta se abrió.

—Tenemos que hablar —dijo él desde el umbral. Su voz sonaba inusualmente apagada y cansada.
—Yo también quería hablar contigo —empezó Marina, pero Andrés la interrumpió con un gesto.
—Déjame hablar —pidió, sentándose en el banco del recibidor—. Lo que voy a decirte no te va a gustar. No espero comprensión, pero tampoco me juzgues.

Marina se quedó quieta, sintiendo cómo el corazón le latía más rápido.

—¿Te acuerdas de Ángela? Fue mi primer amor. Estuvimos juntos al final del instituto y el primer año de universidad —la voz de Andrés temblaba.

Marina sintió que la llevaban al cadalso. En cualquier momento, su marido diría esas palabras sobre el primer amor, y el verdugo le cortaría la cabeza.

—Nada más empezar la carrera, Ángela se quedó embarazada. Yo era joven, tonto y egoísta. Tuve miedo —Andrés hizo una pausa.

Marina tuvo ganas de agarrarlo y sacudirlo para que no callara nunca más. Pero ya lo entendía todo. Un embarazo, un hijo que ahora necesitaba padre.

—Le di dinero y la mandé a que lo solucionara. Y después desapareDespués de un largo silencio, Marina extendió la mano hacia Andrés y, con lágrimas en los ojos, asintió en silencio, decidida a enfrentar juntos el peso del pasado.

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MagistrUm
Hasta el final