Siguiendo sus pasos

**Siguiendo sus pasos**

—Javier, ¡a ver si espabilas! Mira esto: suspenso en lengua, cero en matemáticas, ¡y de literatura ni te digo! ¿Por qué no estudias y faltas tanto a clase? ¿Qué voy a hacer contigo, desgraciado? —Carmen hojeaba el boletín de notas de su hijo, que estaba en segundo de la ESO, con el ceño fruncido.

—No sé —murmuró el chico, apartando la mirada de su madre.

—Carmen, ¡déjalo en paz! Literatura, biología… Yo también faltaba a clase y mira, ¡he salido normal! —se oyó la voz borracha de Luis, su marido, que estaba tirado en el sofá de la habitación de al lado.

—¡Eso se nota! Podrías hablar con tu hijo como un padre, pero claro, estás demasiado ocupado… ¡llevas tres días sin parar de beber! —gritó Carmen.

—¿Y qué? ¡Tengo derecho! ¡No bebo con tu dinero! Además, era el cumpleaños de Manolo, ¡era su cincuenta cumpleaños! —respondió Luis, hundiendo la cabeza en la almohada antes de volver a dormirse.

…Carmen había nacido en una familia culta. Sus padres no solo le enseñaron buenos modales, sino que también le dieron una educación exquisita. Estudió con diligencia, entró en una carrera prestigiosa. Pero, por cruel ironía del destino, conoció a Luis.

Se vieron por primera vez en una fiesta universitaria. Carmen estaba en cuarto curso, mientras que Luis había terminado la FP y trabajaba en una fábrica. A Carmen le llamó la atención aquel chico guapo de ojos expresivos. Luis parecía mayor de lo que era. Por entonces, la chica no sabía cómo ese hombre arruinaría su vida tranquila y ordenada.

Empezaron a salir y se casaron ese verano en el que Carmen terminó sus exámenes y defendió su proyecto de fin de carrera. Al principio no iba mal, pero a Carmen ya le molestaba que su marido no se perdiese ni una celebración. Cualquier excusa, por pequeña que fuese, se convertía en una juerga con alcohol de por medio.

En algún momento, Carmen entendió que se había equivocado; ella y su marido no eran compatibles. Pensó en divorciarse, pero el destino intervino de nuevo: descubrió que estaba embarazada.

No tuvo corazón para abortar. Tampoco quería que su hijo creciera sin padre. Optimista por naturaleza, Carmen esperó que, con la llegada del bebé, Luis cambiaría. Pero cuando apareció borracho en el hospital, comprendió con amargura que aquel hombre nunca cambiaría.

Y así fue. Luis bebía mucho y a menudo. En casa apenas ayudaba; o se iba de juerga con los amigos o se pasaba el día durmiendo la resaca.

Carmen no se quejaba demasiado. Llevaba todo ella: trabajaba duro y ganaba bien, mantenía la casa limpia y acogedora, y le dedicaba tiempo a Javier. Pero, conforme crecía, el chico se parecía más a su padre. Carmen no se reconocía en él: estudiaba sin ganas, se negaba a asistir a actividades extraescolares.

En segundo de la ESO, Javier se convirtió en un problema.

—Carmen, hable con su hijo. Es grosero, no atiende en clase, y sus notas son desastrosas… Da pena —escuchaba una y otra vez de la tutora.

Cada reunión de padres acababa igual: Carmen volvía a casa maldiciéndose por haber fallado en algo, por no haber sabido guiar a su hijo.

Al principio, Javier se excusaba y prometía mejorar. Pero eran palabras vacías.

Terminó la ESO sin posibilidades de seguir en bachillerato. Tendría que hacer una FP. Carmen temió que su hijo, literalmente, siguiese los pasos de su padre. Para entonces, Luis había tocado fondo. Carmen tenía que sacarlo de sus borracheras, aguantar peleas y, lo más humillante, ir a la fábrica a rogar que no lo despidieran.

En la FP, Javier tampoco destacaba: faltaba a clase, contestaba a los profesores, se peleaba con los compañeros. En casa, decía que aquello no le gustaba.

—Mamá, ¿y si dejo esto y me voy a la fábrica con papá? Así gano dinero —propuso un día.

—¿Qué dices, hijo? ¿Ganar dinero? Primero termina tus estudios. ¿Acaso quieres acabar como tu padre?

—¿Y qué? Papá vive bien —replicó Javier.

—¡Exacto! ¿Qué problema hay? Si el chico quiere trabajar, que trabaje. Total, hay plaza —intervino Luis.

Carmen logró convencerlo de que terminara la FP. Fue a hablar con los profesores, rogando que lo perdonasen una vez más.

A duras penas, Javier se graduó. Acto seguido, insistió en trabajar con su padre. Carmen intentó disuadirlo, imaginando el desenlace. Sobre todo porque Javier se parecía tanto a Luis, física y emocionalmente. No había nada de ella en él.

Pero, como toda madre, esperó que su hijo recapacitara. El destino, sin embargo, volvió a ser cruel. Sus peores temores se cumplieron: Javier entró en el mismo turno que Luis y empezaron a beber juntos.

Un día, Carmen volvía del trabajo. Al entrar, tropezó con algo en el recibidor. Encendió la luz.

Javier yacía en el suelo, inconsciente. Se arrodilló y lo zarandeó.

—Javier, ¿qué te pasa? ¿Estás bien? —alarmada, iba a llamar a una ambulancia.

—Déjame, mamá… Estoy cansado —murmuró, apartándola antes de volver a dormirse.

El olor a alcohol lo delató. Estaba borracho perdido, igual que Luis en sus años jóvenes.

Entró en la cocina; Luis dormitaba sobre la mesa. Pensó en despertarlo y armar un escándalo, pero desistió.

Salió a la calle sin rumbo. No tenía amigas cercanas a quien recurrir. Llegó a una plaza y se sentó en un banco. Era una tarde cálida, la gente paseaba feliz. Carmen no entendía por qué la vida le había dado ese trato.

De pronto, un perro con una pelota roja en la boca se acercó a ella, sobresaltándola.

—Perdone, ¿le ha asustado? ¡Toby, ven aquí! —llamó un hombre, y el perro obedeció.

—Un poco, me pilló por sorpresa —dijo Carmen, secándose las lágrimas.

—¿Le pasa algo? ¿Puedo ayudarla? —preguntó el desconocido.

—No, nada… estoy bien —mintió, tratando de disimular.

—Me llamo Adrián. ¿Y usted? —se presentó, con evidente interés en seguir hablando.

—Carmen.

—¡Vaya nombre bonito! No se oye mucho hoy en día. Y este es Toby. Carmen, ¿le apetece un café?

—Sí, por qué no —aceptó, sorprendiéndose a sí misma.

—Perfecto. Hay una cafetería cerca. Podemos tomarlo aquí en el banco, que con Toby no nos dejarán entrar —dijo Adrián, señalando al perro.

Pasaron toda la tarde charlando. Por primera vez en años, Carmen sintió alivio. Intercambiaron números y empezaron a verse.

Poco a poco, Carmen le contó su vida. Adrián le propuso mudarse con él. Ella aceptó.

—¡Mira esta! ¿Encontró hombre, eh? Javier, ¡tu madre nos abandona! ¡Como si alguien la quisiera! —gritó Luis cuando ella empezó a hacer las maletas.

—Mamá, ¿en serio te vas? ¿Y nosotros? —preguntó Javier.

—Ustedes estarán bien sin mí.

—Sí, supongo…

—Bueno, hijo, ¿brindamos por la despedida de tu madre? No pasa todos los días… —dijo Luis con sarcasmo.

Carmen salió del piso. Adrián la esperaba abajoMientras el coche se alejaba, Carmen miró por última vez la ventana de su antigua casa, donde ya se veía a Luis y Javier brindando, y supo que, por fin, había tomado la decisión correcta.

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