Encuentro inesperado

**El Encuentro**

—¡Chica! ¡Chica, espera! ¡Para, por favor! — Laura se dio la vuelta y vio a un chico con gorra corriendo hacia ella. La gorra le resultaba vagamente familiar, pero ¿dónde la había visto antes? —¡Uf! ¡Por fin! ¿Eres atleta o qué? ¡Casi no te alcanzo! Soy Adrián, pero me dicen Adri. En el DNI pone Adrián López Delgado. Suena serio, ¿no? Yo… Ufff, un segundo… —El chico se agachó, apoyó los puños en las rodillas, sin poder recuperar el aliento. La gorra se le resbaló de la cabeza y cayó al suelo. Laura, casi por reflejo, también se agachó para recogerla y ¡zas!, chocaron las frentes.

—¡Ay! ¡Vaya modales! —protestó la chica, frotándose la frente ya roja, y dio media vuelta para marcharse, pero Adri la agarró del brazo.

—¡Espera! Perdona, fue sin querer. ¡Madre mía, qué día! ¿Tú no eres la hermana de Miguel? ¿El de Nicolás? —susurró el joven, volviéndose a colocar la gorra—. Te vi en su casa hace años, pero eras así de pequeñita… —Hizo un gesto con los dedos, señalando una Laura minúscula.

—¿Te ha dado el sol o qué? —Laura lo miró con superioridad—. Cuando yo era «así de pequeñita», tú ni habías nacido. ¿Qué quieres? ¡Me estás retrasando!

—¿Entonces no eres Marta? ¿Marta López? —preguntó el chico, decepcionado, volviendo a calcular con los dedos cuántos años tendría Laura cuando la vio.

—No. Soy Laura Martínez. ¡Adiós! —Laura echó a caminar decidida hacia la parada del metro, pero Adri no se rendía. Vaya torrente de cultura se había encontrado.

—¡Mira, ya somos amigos! Tú, Laura; yo, Adri. ¿Qué más hace falta? ¿Y por qué esa cara de vinagre? Además, llevas una bolsa que pesa más que tú. ¡Déjame ayudarte! —Se acercó a la bolsa de tela, pero Laurita retrocedió como si Adri fuera a picarla como un alacrán o robarle la cartera.

—¡Vete por tu lado! ¡Ah! —exclamó, iluminada—. ¿Así ligas, eh? ¡Qué original! Pero…

—¡Ves! ¡Te ha picado la curiosidad! Dame la bolsa, no voy a salir corriendo. De remolacha y cebolla ya tenemos en casa, no me hacen falta las tuyas —dijo Adri, señalando los picos de las hortalizas asomando por la bolsa—. Y además, sé un montón de cosas. Sé por qué los aviones no se caen, cómo se forma un rayo, qué es el *perpetuum mobile*, cómo quitar manchas de mermelada de cereza…

Iba a seguir con su lista de saberes, pero Laura soltó una carcajada, le dio la bolsa y le ordenó que caminara delante.

—¿Te leíste una enciclopedia infantil? —preguntó, recuperando el aliento.

—Bueno, eso también. Verás, yo vivo con mi abuela, Carmen. Y Carmen, la madre de mi padre, es una mujer… *meticulosa* con la educación. Me *inyectó* conocimiento a presión.

Adri intentó imitar con una mano cómo su abuela le había inculcado sabiduría, pero el gesto quedó poco claro.

—¿Qué haces? ¿Estás pidiendo auxilio? ¿Voy a ser asaltada? —se alarmó Laura.

—¡Qué va! Es que así me *empapaba* de conocimiento mi abuela. Libros, documentales, charlas en el teatro del pueblo, programas de radio… Ella, verás, se encarga de *iluminar* al vecindario, y su gran proyecto era, obviamente, *iluminarme* a mí. Te puedo explicar cómo incubar un pollito, cómo esquejar un ficus, arreglar un desagüe…

—Qué aburrido. ¿Quieres un helado? —A Laura le caía cada vez mejor aquel sabelotodo de gorra y fontanería mental.

—No, gracias. La lactosa no me sienta bien, prefiero el oxígeno. Estimula el cerebro —rechazó Adri—. Pero si tú quieres, te invito. —Oiga, señorita —le dijo al heladero—, un cucurucho de vainilla.

—¿Cómo lo sabías? —preguntó Laura, interceptando su mano antes de que pagara y sacando ella la cartera.

—¿Por qué me haces esto? ¡Quería invitarte! —protestó Adri, ofendido.

—A mí también me crió mi abuela. Y era de ideas firmes, ¿sabes? «Hazlo todo sola, Laura. ¡La independencia es por lo que lucharon las mujeres!», decía. Luego soltaba citas que ya ni recuerdo, pero la idea la tengo clara. Ya te debo que lleves la bolsa, no voy a…

—Que las mujeres lo hagan todo solas, entendido —asintió Adri, moviendo la nariz—. Pero, oye, ¡ni tú ni tu abuela entendéis nada!

—¿Cómo? —Laura casi se atraganta.

—¡Pues eso! No sé qué citaría tu abuela, pero la mía decía: «Un hombre sin faena es como hormiga sin palillo, se marchita». Con perdón, pero Carmen y yo os llevamos ventaja. Y vuestra independencia… ¡menudo error! ¿Hacia dónde seguimos?

—¡Para allá! —señaló Laura hacia la derecha, frunciendo el ceño—. Mi abuela, por cierto, es una persona respetada. No puede estar equivocada. Construyó líneas de metro. Tiene medallas.

—El metro está muy bien —cedió Adri, cambiando de tema porque las disputas entre abuelas no llevaban a buen puerto—. Oye, ¿sabes por qué sopla el viento? Parece obvio, pero la respuesta te sorprenderá.

—¡Venga ya! ¡Qué listillo! —bufó Laura—. Las masas de aire de distintas temperaturas, al desplazarse…

—¡Nooo! ¡No va por ahí, Laura! ¡Déjame que te lo explique! Verás, como decía mi abuela cuando era pequeño: el viento viene porque los árboles se menean. Y es innegable. Nunca podrás demostrar qué fue primero. ¡Y mi abuela tampoco pudo! Se nos escapó esa charla en el centro cultural porque tuve anginas. ¡Siguiente pregunta! La nieve. ¡Laura, no te imaginas lo hermosos que son los copos al microscopio! Y qué frágiles… ¡Laura! ¿Adónde vas? —Adri se dio cuenta de que llevaba medio minuto caminando solo. Laura había torcido por otra calle—. ¡Espera, que llevo tu remolacha! ¡Y la cebolla! ¿Adónde te has ido?

El chico echó a correr. La gorra bailoteaba en su cabeza y las monedas sonaban en sus bolsillos.

—¡Eh, Wikipedia ambulante! —lo llamó Laura, agitando una mano.

—¡No soy una Wikipedia, por favor! ¡Soy un pozo de sabiduría! —se ofendió Adri—. Así me presenta mi abuela a sus amigas del club de jardinería: «Mi nieto Adrián, un pozo de ciencia». Las viejecitas asienten, me miran como a bicho raro y ¡zas!, me sueltan preguntas. ¡Es insoportable! ¿Cómo salvar los tomates de las heladas? ¿Cómo hacer que mis dalias superen a las de la vecina? ¿Cómo guardar los gladiolos en invierno? ¡Y eso que la mayoría ni tiene huerto! ¿Entiendes? Solo quieren información para fardar. ¡Es demencial!

—Pues no contestes. ¡Cállate como un muerto! Por aquí —Laura corrigió la ruta del *pozo de ciencia*, guiándolo entre callejones.

—¡Es que no puedo! ¡No soy capaz! ¡AhíY así, entre risas, disputas de abuelas y bolsas de mercado, Laura y Adri comenzaron una historia que, años después, recordarían con cariño mientras paseaban por el mismo parque donde un día chocaron sus miradas.

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