– ¿Qué es esa costumbre de comer con el móvil en la mano?! O guardas el móvil o sales de la mesa! — volvió a gritar Alejandro a su hijastro.
– ¡Quiero y estoy comiendo con el teléfono! ¿A ti qué te importa?! ¡Tú no eres nadie para mí… — protestaba el pequeño Diego, de diez años.
– ¿Qué has dicho?! ¡Mientras yo viva en este piso, soy el dueño, así que ten la amabilidad de respetarme y escucharme! ¡A tus edad, yo jamás me atrevería a desobedecer a mis padres! — tronó Alejandro, y Diego salió corriendo de la mesa, cerrando la puerta de su habitación con un portazo.
– ¿Qué os pasa ahora? Ya no puedo ni darme un baño en paz, ¡siempre estáis a la que salta! ¡Estoy tan cansada de todo esto! — salió del baño Natalia, la madre de Diego.
– ¡Tu hijo se ha vuelto un malcriado! ¡No tiene educación! ¡Todo es culpa tuya, por cierto! — gritó Alejandro a su esposa, lleno de rabia.
Natalia se sentó en la cocina. Se quitó la toalla que llevaba puesta, se secó la cara y miró a su marido. Luego suspiró y bajó la mirada…
…A los dieciocho años, Natalia se quedó embarazada de un compañero de estudios. No había un amor especial en aquel momento. Salieron un tiempo y ya está… Le contó al chico de su embarazo. Él se lo dijo a sus padres, quienes actuaron de manera muy rápida. Inmediatamente lo trasladaron a una universidad en el otro extremo del país y a Natalia le dieron el dinero para un aborto.
Pero Natalia no se planteó deshacerse del bebé. Decidió tenerlo y unirse a las filas de las madres solteras.
– ¡Ay, Natalia! ¡Qué lástima me das! ¡Soy yo la que te ha metido en esto, no te supe cuidar! Debería haberte explicado. Yo sé lo que es criar a un hijo sola. Y tú estás siguiendo el mismo camino. Estás repitiendo mi destino… — sollozaba en su momento Soledad, la madre de Natalia.
– No te preocupes, mamá. Tú me has criado bien y lo lograré. Primero tomaré un año de baja académica y después me cambiaré a la modalidad de a distancia. Millones de mujeres lo hacen y yo no seré menos. ¡Saldré adelante! — le respondió Natalia.
– Bueno, lo lograrás… Pero no es el destino más deseable… A los hombres no les importan mucho los hijos ajenos. Y tú, con tan joven edad, ya vas con carga.
– Mamá, siempre con tus estereotipos. Estoy segura de que existe un hombre que puede amar a ambos, a mí y a mi futuro hijo. — Natalia respondió con confianza.
– Ojalá… — respondió sabiamente Soledad…
…Nueve meses después, Natalia dio a luz a un niño al que decidió llamar Diego. A partir de ahí, la vida se volvió un torbellino. Primero, como se esperaba, el año de baja en la universidad. Luego, la modalidad de a distancia, trabajo, exámenes, recuperaciones, enfermedades, guardería, y los cumpleaños de su pequeño hijo uno tras otro. Claro que criar al niño sola era muy duro para Natalia. Gracias a su madre, quien la apoyó en esos momentos difíciles.
…Natalia ya había llevado a su hijo al primer curso del colegio, obteniendo su título y encontrando un buen trabajo, pero su vida personal seguía en el aire. Su madre tenía parte de razón en sus comentarios sobre los hombres. A veces, algunos hombres comenzaban a coquetear con Natalia. A algunos, ella no les correspondía, pero otros, tan pronto como se enteraban de que tenía un hijo, se desvanecían tras excusas diversas. Así es como vivía con su hijo, solos.
– Natalia, ¿has visto al nuevo jefe de construcción? ¡Menudo tipo! — preguntó juguetonamente su colega, Laura.
– No. ¿Acaso es de oro? — preguntó Natalia con indiferencia.
– Bueno, de oro o no, el chico está bastante bien. Estará en la reunión de hoy, así que tú misma lo verás. Entonces entenderás de qué hablo.
Ese mismo día, Natalia, como los demás empleados, conoció al nuevo jefe del departamento de construcción. Alejandro era, de hecho, un hombre joven atractivo, con un físico atlético y un gran sentido del humor. Se integró rápidamente en la empresa y forjó amistades con los colegas, pero mostraba especial interés en Natalia. Ella sintió ese trato especial desde el primer día.
Primero, el cortés Alejandro le propuso tomar un café juntos durante el almuerzo. Después, más: la invitó a una primera cita. Natalia aceptó, pero de inmediato decidió que, antes de que la cosa se pusiera seria, debía hablarle de Diego.
Alejandro contó que a los treinta y tres años aún no se había casado. Hasta hace poco había estado viviendo con su madre. Luego ahorró para comprar su propio departamento y ahora estaba listo para dar ese paso.
Natalia también habló de sí misma, y con delicadeza hizo hincapié en que estaba criando a su hijo sola. Alejandro aceptó esto con calma y mencionó que siempre había soñado con tener un hijo. Natalia se sintió aliviada, y su romance se desarrolló rápidamente. Presentó a su pareja a Diego. Juntos paseaban por el parque, iban al cine. En general, todo marchaba relativamente bien. Por supuesto, Alejandro y Diego se comportaban un poco distantes en ese momento. Natalia estaba sinceramente convencida de que se llevarían bien. En el mejor de los casos, se convertirían en verdaderamente cercanos, como padre e hijo.
– Natalia, ¿quizás te gustaría mudarte conmigo? — comenzó Alejandro un día.
– No sé, Alejandro. Por mí no habría problema, pero a Diego… Tendría que cambiar de escuela, y probablemente no querrá. — expresó Natalia sus inquietudes.
– Bueno, que quiera o no… Lo has malcriado, querida. Como digamos, así será. Solo hay que informarle que nos mudamos y que tendrá que ir a otra escuela. — respondió Alejandro.
– No estoy tan segura…
Natalia realmente deseaba mudarse con su amado, pero algo la detenía, no la dejaba dar ese paso tan importante hacia una nueva vida.
Pasaron algunos meses más. Alejandro volvió a sacar el tema de la mudanza y de la firma del matrimonio.
– Está bien, Alejandro. Hablaré con Diego. Quizás podriamos mudarnos en verano y que empiece el nuevo curso en su nueva escuela.
– Natalia, ya hemos hablado. ¿Por qué siempre hablas de Diego? Vamos a resolver esto entre nosotros y luego se lo comunicamos. Él es solo un niño y no puede decidir dónde o con quién vivir. — insistía Alejandro.
– Alejandro, no puedo. Es mi hijo, él tiene todos sus amigos en esta escuela, y sus actividades. Debo hablar con él.
Natalia se preparó para la conversación con su hijo durante mucho tiempo. Pero un sábado, decidió por fin abordar ese complicado tema.
– Diego, ¿qué opinas si nos mudamos con el tío Alejandro?
– ¿Para qué? — preguntó desconcertado el niño.
– Verás, él y yo nos amamos, nos casaremos y vamos a vivir como una familia.
– ¿Y si mejor me voy a vivir con la abuela? — volvió a preguntar Diego, sin comprender.
Sobrevino un breve silencio en la habitación.
– No, hijo. ¿Por qué irías a la casa de la abuela? Primero, quiero verte todos los días. Y, en segundo lugar, la abuela ya no está tan joven, y contigo debería ayudar con las tareas y prepararte la comida. No.
Natalia percibía que a Diego no le hacía ninguna gracia la mudanza. Dentro de ella competían dos sentimientos. Por un lado, amaba a Alejandro y deseaba vivir con él, compartir la cama, irse a dormir y despertar juntos. Por otro lado, amaba sinceramente a su hijo y no quería estropear la cálida relación de confianza que tenían.
– Natalia, ya hemos presentado la solicitud en el registro civil, ahora decidamos la fecha del cambio de casa. Me parece que cuanto antes ocurra, mejor será.
– Alejandro, he hablado con Diego. Me parece que se ha tomado la noticia… — Natalia no pudo terminar la frase porque Alejandro la interrumpió.
– Natalia, déjame que lo recoja después de la escuela y hablemos como hombres. Lo has malcriado demasiado. Se comporta como una niña: que si voy, que si no voy…
– Bueno, inténtalo… — accedió Natalia con cautela.
Esa noche, Alejandro debía llevar a Diego de regreso a casa. Natalia se sentía muy nerviosa. En el fondo de su ser, deseaba que todo transcurriera sin problemas y que Alejandro pudiera convencer a su hijo de la mudanza. Natalia preparó una cena deliciosa. Sin embargo, por la actitud en la que llegaron Alejandro y Diego, parecía que la charla no había ido como esperaban.
– ¡Natalia! ¡Tu hijo es un niño completamente maleducado! — declaró Alejandro nada más entrar.
– ¿Por qué piensas eso? — preguntó Natalia, mirando a Diego, que rápidamente se había encerrado en su habitación.
– ¿Por qué? ¡¿Todavía preguntas?! Él montó tal escena. ¡Es un chico y se comporta peor que cualquier niña! ¡Nos mudamos y ya está! ¡O si no, verás cómo se las arregla! Pero lo rehabilitaré y lo convertiré en un buen chico.
– Vamos a cenar. — sugirió Natalia.
Alejandro ya estaba sentado a la mesa; solo faltaba Diego, que aún no salía de su habitación.
– ¡Diego, ven a cenar! — gritó Natalia desde la cocina.
– No quiero. — respondió Diego.
– ¡Pero deja de hacer drama! ¡De verdad, parece una chica! Ya tienes una edad y todavía lloras. ¡Tú vas a clases de piano! Al lado de mi casa hay un gimnasio de boxeo, ahí irás en vez de a tu escuela de música. — sentenció Alejandro, con tono amenazante.
– ¡Prefiero vivir con la abuela que contigo! — gritó Diego, y Natalia supo por su voz que estaba llorando.
– No habrá abuela. ¡Vivirás con nosotros y punto!
…Natalia y Diego se mudaron con Alejandro. Desde ese momento, la vida tranquila de Natalia llegó a su fin, porque las discusiones en el piso estallaban prácticamente todos los días.
– ¿Qué costumbre es esta de comer con el móvil en la mano?! ¡O guardas el móvil o sales de la mesa!
– ¡Quiero y estoy en mi teléfono! ¿A ti qué te importa?! ¡No eres nadie para mí… — refunfuñaba el pequeño Diego.
– ¿Qué has dicho?! ¡Soy el dueño de este piso, así que ten la amabilidad de respetarme y escucharme! ¡A tu edad, yo nunca me atrevería a desobedecer a mis padres!
– ¿Y ahora por qué os peleáis? ¡No puedo ni darme un baño en paz, siempre os metéis!
– ¡Tu hijo se ha vuelto un malcriado!
Diego salió de la mesa, sin haber terminado su comida.
– Natalia, ¿no sería mejor enviarlo a casa de tu madre? — sugirió Alejandro.
– No, Alejandro. Quiero que mi hijo viva con nosotros.
– Bueno, entonces mañana le diré que su viaje está cancelado. No voy a soportar su mala actitud en las vacaciones, y deben darle alguna sanción por su comportamiento. Así que no irá al mar como castigo.
– ¡Alejandro, ¿qué dices?! ¡Yo sin mi hijo no me voy a ningún lado! — protestó Natalia.
– No le pasará nada, se queda con tu madre y pensará un poco.
– Alejandro, si esto fuera tu hijo, ¿harías lo mismo?! — preguntó inesperadamente Natalia.
– Ahora no estamos hablando de nuestros hijos, sino de Diego.
– No, Alejandro, yo sin mi hijo no me voy a ir. Además, tú dijiste que siempre habías soñado con tener un hijo y no tenías problema con los niños.
– No sabía que sería así! — exclamó Alejandro.
Natalia se negó a irse de vacaciones sin su hijo. Alejandro se molestó y pasó varios días quedándose en casa de su madre.
Una noche, sonó el móvil de Natalia. En la pantalla apareció el número de su suegra.
– Sí, Irina.
– Natalia, ¿qué te pasa? — comenzó de inmediato la suegra.
– ¿Qué ha ocurrido?
– ¿Piensas casarte y ya desobedeces a tu futuro marido?! ¡Alejandro ha estado viviendo en mi casa durante días porque no puede regresar!
– Si le incomodamos, podemos mudarnos. ¿Por qué no nos ha llamado?
– ¡Basta de hacerte la inocente! ¡Deberías estar feliz de que un hombre así con un niño te haya querido, y no exigir tanto! — ventoseó la suegra.
– Hasta luego. Alejandro puede regresar a su apartamento mañana. Para cuando llegue, nosotros ya no estaremos. — dijo Natalia y colgó.
Después de esa conversación, empezó a empacar. Esa noche estaban de vuelta en su apartamento. Luego, Alejandro llamó con la intención de arreglar las cosas, pero Natalia se negó a continuar la relación. Retiró su solicitud en el registro civil.
– ¡Así que vive toda tu vida con tu hijo! — le dijo Alejandro en despedida.
– Y lo haré. — respondió Natalia, borrando para siempre el número de Alejandro y luego cambiando de trabajo.
Así concluye esta historia familiar no tan afortunada. Aunque, aún queda por ver quién en realidad tuvo suerte en esta historia…