¡Mira en quién te has convertido! ¡Un ser inusual, no una mujer!

—¡Mira a quién te pareces ahora! —¡Más que una mujer, pareces una bola de masa!—

Pablo miraba con desprecio a su esposa, sintiendo que estaba harto de ella y deseando estar lejos de su hogar compartido.

—Cariño, acabo de dar a luz a nuestro hijo. Dame tiempo y perderé peso— respondió Marta, conteniendo las lágrimas.

—Todas las esposas de mis amigos ya recuperaron su figura después del parto. ¡Y ni siquiera engordaron tanto durante el embarazo!

En lo más profundo, Pablo despreciaba a su mujer. No era la compañera que él había imaginado: una mujer vibrante, activa y siempre arreglada, incluso en casa.

Frente a él, solo veía a una desaliñada ama de casa, envuelta en una bata, con una perpetua expresión de culpa en el rostro.

En cambio, Lucía… ¡ella sí era distinta!

Segura de sí misma, atrevida, hermosa.

Siempre lo esperaba con ansias y lo amaba con pasión. Y, como toda amante, soñaba con que él dejara a Marta.

La mano de Pablo se deslizó hacia el teléfono en su bolsillo…

—Voy a dar una vuelta y a comprar pan— mintió.

En cuanto pisó la calle, llamó a Lucía.

—Hola, gatita. Te echo de menos. No soporto estar en casa. ¿Puedo ir a verte?

—¡Hola! Claro que sí, te espero— susurró Lucía con dulzura.

Pablo regresó con el pan, frunció el ceño al oír el llanto del bebé y le dijo a Marta que lo habían llamado urgentemente del trabajo.

Como trabajaba por turnos, mentir sobre un compañero enfermo fue fácil.

Marta asintió con comprensión e intentó besarlo, pero él esquivó el gesto como sin querer.

Cuando el niño se durmió, Marta se quedó sentada en la sala vacía, reflexionando sobre las palabras de su marido.

Sí, había cambiado desde la boda. Descuidó su apariencia, ganó peso.

El bebé ocupaba tanto tiempo que comía a deshoras, incluso de madrugada.

Eran las 11 de la noche.

Intentó llamar a Pablo, pero su teléfono estaba apagado.

Después de alimentar al niño, Marta se acostó.

A la mañana siguiente, Pablo llegó y, desde la puerta, anunció que abandonaba la familia. Que amaba a otra y que ya no sentía nada por ella. Pero no se llevaría al niño y le pasaría una pensión.

Era difícil describir lo que sintió Marta en ese momento. Pero se contuvo, no lloró ni le rogó que se quedara.

Pasó un año…

Muchas cosas ocurrieron en ese tiempo. El niño creció y empezó la guardería. Marta encontró trabajo, se apuntó al gimnasio y a la piscina. Poco a poco, el peso comenzó a desaparecer. No se convirtió en una modelo, pero su silueta mejoró.

En el trabajo, un compañero llamado Javier empezó a ayudarla con amabilidad.

Un día, la invitó al cine y después al parque. Comenzaron a salir en serio y, a los seis meses, se casaron. A Javier no le importaba el cuerpo de Marta. Veía su sonrisa amable, sus ojos brillantes y valoraba su carácter.

También aceptó a su hijo como propio, y con el tiempo, el niño empezó a llamarle papá.

Un día, Marta se encontró con una vecina de su antigua casa.

—¡Marta, imagínate! Vi a Pablo. Se casó con su amante. Acaba de tener un bebé y ha engordado muchísimo. Ahora él siempre llega tarde del trabajo…

A Marta le dio igual. Hacía tiempo que no veía a su ex. Pagaba una pensión irrisoria y apenas se interesaba por su hijo. Pero a ella ya no le importaba.

Porque ahora era verdaderamente feliz con Javier, quien resultó ser el mejor padre y esposo que podía desear.

**Moraleja:** La verdadera felicidad no depende de la aprobación de quienes no valoran lo que eres, sino de encontrar a alguien que te ame tal y como eres.

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¡Mira en quién te has convertido! ¡Un ser inusual, no una mujer!