Cómo buscar pareja a los 50 años en una página de citas

**Diario de Timoteo: A mis cincuenta años buscando amor en internet.**

Timoteo Ruiz Martín, cincuenta años, soltero y presumido de una inteligencia “superior” —según sus propias palabras—, se acomodó en su sillón raído mientras acariciaba a su gato, Pepe. El mismo Pepe que, a juzgar por su mirada desafiante y su postura, llevaba años planeando escapar, pero aguantaba por pura lástima. La vida de Timoteo iba cuesta abajo. Sin trabajo, sin futuro claro, y con un piso en las afueras de Madrid donde el decorado se reducía a un aparador viejo, un sofá despintado y una alfombra que escondía una grieta en el suelo.

Pero ese día, el destino le dio un codazo. Mientras sorbía té de sobre, decidió que era hora de buscar la felicidad. No cualquier tipo, sino la concreta: una mujer hermosa y adinerada. Según su filosofía, *«Dame una esposa con dinero, y recuperaré mi dignidad»*. ¿Para qué buscar trabajo si podía saltar directamente a una vida resuelta, con comodidades y electrodomésticos nuevos?

Encendió su portátil, rescatado años atrás de un contenedor, y se registró en una página de citas. Su perfil fue una obra de ficción: la foto principal no era él, sino un modelo sacado de Internet —un Adonis en traje caro con un iPhone de última generación—. Los datos decían:

*Nombre: Timoteo Ruiz.*
*Edad: 38.*
*Profesión: Empresario, dueño de negocios.*
*Hobbies: Navegar en yate, cocina gourmet, literatura clásica.*
*Objetivo: Relación seria con mujer atractiva e independiente. Solo interesado en mujeres con posición económica consolidada.*

*«Vaya ejemplar de hombre que soy»*, pensó, orgulloso. Y las respuestas llegaron, aunque no como esperaba. En vez de mujeres refinadas, le escribían señoras para quienes “estabilidad” significaba tres gatos, un trabajo en el Mercadona y bufandas tejidas a mano. *«No, queridas, no sois mi target»*, mascullaba, ignorando los mensajes.

Hasta que apareció Lucía, 41 años. En su foto, una morena impecable, sonrisa de anuncio y traje de ejecutiva. *«Hay algo en ella»*, pensó Timoteo.

—Hola, Timoteo. Me encanta cocinar. ¿De verdad eres un experto?

—¡Claro! Mi ratatouille es legendario —contestó, mientras mordisqueaba pan del día anterior.

Tras una hora de charla, quedaron en un café. Timoteo se preparó como nunca: planchó el traje que usó en la boda de su primo en el 97, se afeitó y espolvoreó talco en su entradas para disimular la calvicie. Llegó diez minutos antes (en autobús) y la esperó junto a la ventana. Lucía era exactamente como en la foto: elegante, manos cuidadas, figura esbelta.

—Hola, Timoteo —dijo ella, pero al mirarlo bien, frunció el ceño—. Eh… no te pareces mucho a tu foto.

Él ya tenía excusa:

—Es la cámara, ¡me distorsiona! En persona soy más… vibrante.

Ella asintió, incómoda. La conversación fue un suplicio. Cuando mencionó su “imperio empresarial”, ella preguntó:

—¿En qué sector trabajas exactamente?

—Ah, es complejo. Startups, inversiones… Ahora mismo en fase de desarrollo sigiloso.

Lucía sonrió cortésmente, pero sus ojos gritaban *«quiero irme»*. Timoteo, desesperado, soltó:

—Lucía, eres increíble. Sería tu hombre perfecto: cocino, limpio, cuido la casa. ¡Serás mi reina!

Ella dejó la taza y dijo:

—Timoteo, perdona, pero ¿en qué mundo crees que podrías estar a mi altura?

El golpe fue bajo. Balbuceó algo sobre “mujeres frívolas” y salió del café sin pagar.

En un mes, tuvo tres citas más, todas igual de desastrosas. La peor fue con Raquel, 37, que soltó una carcajada cuando él propuso pagar a medias.

—¡Invierto todo en mi negocio! —intentó justificarse, pero ella ya se iba, riéndose.

Al final, Timoteo aceptó la verdad: las mujeres con dinero no lo querían. ¡Injusticia! Él hasta se duchaba antes de las citas.

Entonces, algo en él se rompió. Amargado, se dedicó a atacar a mujeres en redes:

—Solo buscas hombres ricos, ¿no? ¡Habla con el corazón! —escribía bajo fotos de chicas guapas.

A una *influencer* de moda: *«¿Para qué tanto maquillaje? Nadie te va a hacer caso»*.

A una *fitness*: *«Con esos músculos, asustas a cualquiera»*.

Lo gracioso es que nadie le contestaba. Solo lo bloqueaban.

Y Pepe, desde el sofá, maullaba: *«¿Y si pruebas a buscY mientras la noche caía sobre Madrid, Timoteo suspiró, acarició a Pepe y murmuró: «Quizás el verdadero amor era el gato que encontré por el camino».

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