¡Mira en quién te has convertido! ¡Un personaje, no una mujer!

**13 de mayo, 2024**

—¡Mira cómo estás! ¡Pareces una albóndiga con pelo! —gritó Álvaro, mirando con desprecio a su esposa. El cansancio de estar en casa lo consumía, y solo deseaba escapar de aquel lugar.

—Cariño, acabo de dar a luz a nuestro hijo. Dame tiempo y recuperaré mi figura —murmuró Lucía, conteniendo las lágrimas.

—Todas las esposas de mis amigos ya están delgadas. ¡Incluso durante el embarazo no engordaron tanto como tú!

En el fondo, Álvaro sentía vergüenza de ella. No era la mujer que había soñado: elegante, vivaz, siempre arreglada, incluso en casa. En cambio, tenía delante a una mujer agotada, en bata, con esa expresión de disculpa perpetua.

¡Pero Elena! ¡Ella sí que era diferente!

Atrevida, segura de sí misma, radiante. Siempre lo esperaba con pasión y, como todas las amantes, soñaba con que él dejara a Lucía.

La mano de Álvaro buscó el teléfono en su bolsillo…

—Voy a dar un paseo, de paso compro pan —mintió.

Apenas salió, marcó el número de Elena.

—Hola, gatita. Te echo de menos. No soporto estar en casa. ¿Puedo ir a verte?

—Claro, cariño. Te espero —respondió ella con una risa seductora.

Álvaro regresó con el pan, hizo una mueca al oír llorar al bebé y dijo:

—Me llaman del trabajo. Hay una urgencia.

Trabajaba por turnos, así que mentir no fue difícil. Lucía asintió, intentó darle un beso, pero él lo evitó con naturalidad.

El niño se durmió. Lucía se quedó sola en el salón, repasando las palabras de su marido.

Sí, había cambiado desde la boda. Descuidada, con kilos de más. El pequeño absorbía todo su tiempo, comía a deshoras, a veces de madrugada.

Eran las once de la noche. Intentó llamar a Álvaro, pero su teléfono estaba apagado. Tras amamantar al bebé, se fue a dormir.

A la mañana siguiente, Álvaro llegó y, desde la puerta, anunció:

—Me voy. Estoy enamorado de otra. No te quiero, pero no abandonaré a mi hijo y te daré una pensión.

Difícil describir lo que sintió Lucía. Pero contuvo las lágrimas, no suplicó.

Pasó un año.

El niño creció, empezó la guardería. Lucía encontró trabajo, se apuntó al gimnasio y a la piscina. Los kilos se fueron poco a poco. No era una modelo, pero su silueta mejoró.

En el trabajo, un compañero llamado Javier siempre la ayudaba con gentileza. Un día la invitó al cine, luego al parque. Comenzaron a salir y, seis meses después, se casaron. A él no le importaba su cuerpo; admiraba su sonrisa amable, sus ojos brillantes y su carácter.

Aceptó al hijo de Lucía como suyo, y pronto el niño lo llamó “papá”.

Un día, una vecina del antiguo barrio le contó:

—Lucía, ¿sabes? Vi a Álvaro. Se casó con su amante, pero ¡engordó muchísimo! Ahora él siempre se queda trabajando hasta tarde…

A Lucía le dio igual. Álvaro apenas pagaba una miseria de pensión y casi no preguntaba por su hijo. Pero ya no importaba.

Era feliz con Javier, el mejor padre y esposo que jamás hubiera imaginado.

**Lección aprendida:** El amor verdadero no juzga el cuerpo, sino el corazón. A veces, perder algo es ganar algo mejor.

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