Oye, pues mira qué lío tenía esta familia, ¿eh? La madre, Carmen, no podía con la hija, Lucía, que se había enamorado de Dani, un chico que a Carmen le parecía un auténtico gamberro.
—Hija, ¿pero qué haces con ese gamberrete? ¡No te va a traer nada bueno! ¡Vas a llorar ríos con él, ya lo verás! Acabarás como la mujer de un preso, esperándole años…
—Mamá, ¡no digas eso! Dani no es así. Es bueno y cariñoso. ¡Y me quiere!
—¡Esa clase de amor dura lo que dura el interés! Olvídate de él. Fíjate en Jaime, ese sí que sería un buen marido. Con él estarías más protegida que en una fortaleza. Créeme, yo sé lo que digo.
Lucía miraba a su madre con cara de pocos amigos. ¡Como si no la entendiera! Y lo peor es que no quería entenderla.
—Mamá, Jaime no me gusta. Es demasiado…
—¿Demasiado qué? Sí, quizá no sea el más guapo, pero ¡te adora! ¡Dale una oportunidad! ¡Manda a paseo a ese Dani!
—No, mamá, solo me casaré con Dani. Lo he decidido.
—Antonio, ¡por lo menos tú dile algo a la niña! —Carmen miró a su marido—. ¿Qué, te has quedado mudo?
Antonio se levantó del sofá y se acercó. A él tampoco le hacía mucha gracia Dani, pero pensaba que Lucía ya era mayor para tomar sus propias decisiones. Total, la vida era suya, ¿no?
—Chicas, ¿a qué viene tanto lío? Carmen, déjala que salga con quien quiera. Y tú, Lucía, ten cuidado y, si pasa algo, ya sabes que cuentas conmigo. ¿Vale?
Carmen levantó las manos al cielo, pero Lucía abrazó a su padre, feliz.
—¡Gracias, papá! Dani ni siquiera me ha pedido que nos casemos aún.
—Mejor así. Ojalá no lo haga —refunfuñó Carmen.
Lucía no contestó, para evitar más sermones.
Con veinte años, creía que podía manejar su vida sin que su madre metiera baza. Dani era su mundo y llevaban años enamorados, algo que sacaba de quicio a Carmen. En cambio, Jaime, su compañero de universidad, le caía bien a la madre, pero a Lucía le dejaba fría.
Con el permiso de su padre, Lucía empezó a salir con Dani sin esconderse. El chico estaba encantado. Aunque Dani tenía fama de gamberro y sus amigos no eran mucho mejor, a Lucía la quería de verdad y estaba dispuesto a cambiar por ella.
—Dani, ¿podremos alquilar un piso después de casarnos? ¿Podrás con los gastos?
—Claro que sí. Si hace falta, mis padres nos echarán una mano. Además, están contentísimos con que estemos juntos. Dicen que me estoy portando mejor gracias a ti —sonrió.
—¿En serio? —Lucía se sonrojó.
Este diálogo tuvo lugar cuando Lucía estaba en el último año de universidad. Dani ya trabajaba y ambos ahorraban para la boda. Carmen seguía en contra y dijo que no pondrían ni un euro. Antonio no discutió, aunque a escondidas ayudaba a su hija.
—Búscate un chico decente, y entonces hablamos. Pero con este… que os arregléis solos.
Lucía lloró de rabia, pero no podía hacer cambiar de opinión a su madre.
Por suerte, los padres de Dani la aceptaron sin problemas.
—Qué pena que mi madre no te quiera. Papá al menos me deja decidir. Él sí me apoya.
Dani la abrazó y le miró a los ojos.
—Lucía, no te preocupes. Tu madre solo quiere lo mejor para ti. Yo aguantaré sus pullas. No es la primera vez que alguien me mira así.
—¿Y quién más te ha mirado así? —le dio un codazo juguetón.
—Bueno… —la besó y susurró—. Solo te he querido a ti.
—¿Siempre?
—Siempre —asintió.
Era verdad. La quería desde pequeño, cuando Lucía y su familia se mudaron al barrio. Al principio, Dani la chinaba, pero ella le plantó cara. Así empezó una amistad que se convirtió en amor.
Aunque Dani se metía en líos, poco a poco fue madurando. Terminó sus estudios y trabajaba en un taller, ganando bien.
Se casaron sin la ayuda de Carmen. Dani dejó atrás sus travesuras y Lucía era feliz, aunque su madre seguía poniendo pegas.
—Dani, ¿vamos mañana a casa de mis padres? —Lucía abrazó a su marido.
Él le acarició la barriga, ya redondita.
—Cariño, mejor esperamos a que nazca Lucas. Así tendrán un nieto que les ablande. Por cierto, mis padres quieren venir a verte.
—Vale —asintió Lucía—. Dile a tu madre que haga su tarta de manzana, ¿eh?
Dani sonrió.
—Claro, le encanta mimarte.
—Sí, tu madre es un cielo —Lucía se tocó la barriga—. Dice que quiere que Lucas nazca fuerte, y por eso debo comer bien.
—Pues que siga mimándote —rió Dani.
No vivían con lujos, a veces hasta se endeudaban. Lucía ni siquiera había empezado a trabajar, así que Dani mantenía la casa. Pero no se quejaba; lo daba todo por ella.
Pasó el tiempo y nació Lucas. Los padres, felices, querían enseñárselo a todos. En cuanto Dani tuvo libre, fueron a casa de Carmen.
Carmen había preparado un banquete, y Antonio limpiaba como loco. Ansiaba ver a su nieto, aunque a escondidas ya lo visitaba.
—¡Hola, mamá! —entraron riendo.
Dani llevaba a Lucas en brazos, canturreándole. Lucía traía la bolsa del bebé.
—¡Hija! ¿Por qué cargas tú con todo? Vaya marido que tienes…
—Mamá, la bolsa no pesa, y Dani lleva a Lucas. ¡Déjalo ya!
Dani le tocó el brazo, recordándole su pacto de no contestar.
—Hola, pásame a Lucas —Antonio lo cogió con cuidado.
—Ponlo en el sofá, papá —pidió Lucía.
—¿Cuándo aprendiste a manejar bebés? —preguntó Carmen, sorprendida—. ¡Si hasta le tenías miedo a Lucía cuando era pequeña!
—Ya te dije que los visito —Antonio miró a su mujer con reproche.
Ella se ruborizó.
—Bueno, bueno… A la mesa, que hay comida. Lucía, hice tu plato favorito.
—Menos mal, porque huele genial —Dani intentó ser amable.
Carmen ni lo miró.
En la mesa, Antonio y Dani hablaban de trabajo, mientras Lucía y su madre charlaban del bebé. Hasta que Dani intervino:
—Cuando Lucas crezca, lo apuntaremos a boxeo o lucha libre.
—¿Para que salga gamberro como tú? —saltó Carmen.
—¡Mamá!
—Déjala —Dani la miró seria—. Carmen, ¿en qué me he equivocado? ¿No soy buen padre? ¿No mantengo a mi familia? ¿No quiero a Lucía? Ya cambié. Sí, fui gamberro, pero eso pasó. ¿Qué más quiere?
Carmen no se rindió:
—La gente no cambia, Dani. Acabarás haciendo infeliz a mi hija.
—Mamá, ya soy feliz…
—Carmen —intervino Antonio—, ¿sabes cuántas peleas tuve de joven? Hasta estuve fichado en comisaría.
—¡Eso es distinto! ¡Tú sí cambiaste!
Dani se rio, Lucía también, y Carmen se indignó. Hasta que Lucas lloróCarmen suspiró, miró al pequeño entre lágrimas y, por primera vez, le dio una palmadita en el hombro a Dani, aunque fuese solo porque Lucas se calmaba mejor en sus brazos.