Tras el divorcio de su esposo, Mariana tardó mucho en recuperarse. Había amado a su Igor, lo amaba sin medida, así era ella de carácter. Cuando amaba, lo hacía con todo su ser, entregándose por completo a su marido y a su hijo. Con el hijo era obvio, es el único hombre en la vida de cualquier mujer al que jamás se puede dejar de amar, pase lo que pase.
Óscar, tras terminar el instituto, decidió dedicar su vida a ayudar a los demás, así que entró en la facultad de medicina. Mariana pensó que siempre estaría cerca, pero su hijo eligió otro camino. Optó por una universidad a kilómetros de casa. A Igor le daba igual, siempre había sido indiferente ante todo.
—Vamos, Mariana, si Óscar quiere ser médico, déjalo, es su vida y sus problemas —decía él con indiferencia.
Y el hijo lo había soñado desde pequeño.
—Mamá, sabes que siempre quise ayudar a la gente. No es ninguna sorpresa para ti. Claro que te gustaría tenerme siempre cerca, pero no va a ser posible. Soy un hombre, nos veremos menos, pero prometo visitarte cuando pueda. Sabes que te quiero, eres la mejor madre del mundo. Recuérdalo siempre. Si necesitas ayuda, estaré ahí —dijo Óscar mientras hacía la maleta.
Se iba a estudiar, eran sus últimas vacaciones antes de graduarse.
—Hijo, sé que puedo contar contigo, gracias por tus palabras. Pero tengo a tu padre aquí. Todo irá bien. No te preocupes por nosotros, ni por mí. Todo saldrá bien, estoy segura.
Tras graduarse, Óscar se casó, encontró trabajo en Madrid y nació su hija. Mariana quería verlos más, pero vivían lejos, así que esperaba las vacaciones de su hijo.
Con Igor llevaban veinticinco años juntos, aparentemente todo funcionaba en su matrimonio. Mariana era una mujer guapa, culta e inteligente. Igor, por cierto, la había cortejado mucho en la universidad, y poco a poco se coló en su vida, aunque tuvo muchos pretendientes.
Ella no era discutidora, sabía llevar las riendas de la casa y el trabajo con tacto y educación. Él, en cambio, era grosero y brusco. Pero ella supo manejarlo. Lo ayudó a salir adelante, incluso ideó con él el plan de negocios de su taller mecánico, y siempre estuvo involucrada.
Un día, Mariana quedó con sus amigas en un café. Carmen tenía motivo de celebración: había nacido su primer nieto. Las tres eran amigas desde hacía años. Lucía trabajaba con Mariana en la oficina, mientras que Carmen, casada, se dedicaba al hogar, y vivía en una gran casa en las afueras. A veces se reunían allí, pero ese día prefirieron el café, pues Carmen estaba de paso por la ciudad.
Charlaban como siempre de sus vidas, hijos y maridos, hasta que Carmen soltó de pronto:
—Mariana, dime una cosa, ¿confías plenamente en Igor?
—Sí, no tenemos secretos, ¿por qué lo preguntas? —contestó Mariana, alerta.
Carmen y Lucía se miraron, y la primera continuó:
—Lo he visto varias veces en un café y en el supermercado con una chica joven, llevándolo del brazo. Me quedé mirándolos, pero él no me vio, estaba muy pendiente de ella. Era siempre la misma.
Mariana las miró desconcertada:
—Chicas, quizá es del trabajo, tiene a varias chicas en el taller. No he notado nada raro. Sí, a veces llega tarde, pero tiene muchos clientes.
Después de esa conversación, Mariana empezó a vigilar más a su marido, preguntándole por sus tardanzas, pero al final se relajó.
Hasta que llegó el día en que una chica joven y embarazada llamó a su puerta.
—Buenos días.
—Buenos días, ¿a quién busca? ¿Se ha equivocado de casa? —preguntó Mariana.
—¡Qué joven y guapa es usted! ¿Es usted Mariana? Igor me dijo que su esposa era mayor y estaba enferma —balbuceó la chica—. ¿Es usted su mujer?
—Sí. Exactamente Mariana. Como ve, estoy sana y activa. ¿Y usted quién es?
—Soy Ana. Espero un hijo de Igor. Llevamos tiempo saliendo. No se atreve a decírselo, aunque siempre promete hablarlo. Me ha dicho que se divorciará de usted y nos casaremos. Pronto nacerá nuestro bebé.
Mariana, atónita, no podía articular palabra. Ana siguió hablando:
—Me sorprendió verla tan interesante. Pensé que sería una anciana, Igor tiene cuarenta y ocho años. Claro, él está bien conservado, pero imaginé que su esposa sería mayor…
—Ana, ¿cuántos años tienes? ¿Dónde os conocisteis? —preguntó Mariana, recuperándose.
—Veintiuno. Nos conocimos en Internet, como todo el mundo —respondió orgullosa.
—¿Cómo a tu edad te metes con un hombre de casi cincuenta? Mi hijo tiene veinticinco —dijo Mariana, conteniéndose.
—No me dé sermones, no tengo escrúpulos. Quiero un hombre mayor con dinero. ¿Cómo voy a criar a un niño sola, sin dinero ni casa? Déjelo ir, él ya no la quiere. Dice que usted no le da el divorcio. Por eso vine.
—Muy bien, Ana, llévate a Igor y vete —empujó suavemente a la joven hacia la puerta.
Ana, esperando gritos o súplicas, se encogió de hombros y dijo educadamente: —Adiós.
Mariana cerró la puerta, se lanzó al sofá y lloró de rabia. Lloró mucho, pero luego pensó en la conversación que tendría con su marido.
Fue rápida y tranquila, porque ya se había repuesto cuando él llegó.
—Hola, cariño. ¿Ves esa maleta? Es tuya, tómala y vete —dijo con firmeza.
—¿Qué te pasa? ¿Por qué me echas? —preguntó él, mirando de reojo.
—Nada. Vino tu Ana embarazada, me pidió que te dejara ir. Pues bien, eres libre. No quiero verte. Destrozaste todo.
Abrió la puerta y lo vio confundido:
—Mariana, yo… No quiero divorciarme.
Ella lo empujó fuera y cerró la puerta.
Un mes después se vieron en un café neutral. Igor quería repartirse la casa, comprada por el padre de Mariana. Era un ático enorme. Ella dijo:
—La casa es mía, el negocio es tuyo. No me meteré en él.
—Vivo de alquiler, pronto nacerá el bebé. Repartámonos la casa —insistió él.
—¿Olvidas que tenemos un hijo? O aceptas esto, o lo dividimos todo, pero la casa no la tendrás. ¿O prefieres que hable mi padre? Tienes tres días para decidir.
Mariana se quedó con la casa, su padre habló con Igor y este cedió.
Pasaron seis meses. Mariana se acostumbró a la soledad, aunque a veces pensaba que quizá había sido demasiado dura con Igor. Hablaba consigo misma:
—¿Qué he aprendido? Que no se puede amar a un hombre más que a una misma. No valorará tu amor, cuidado o ternura. Cuanto más lo amé, más grosero fue. Ni siquiera recordará mis atenciones. Ahora me amo a mí. Y a mis seres queridos, a mi hijo y su familia, sobre todo a mi nieta.
Preparó un viaje para visitarlos, feliz. A veces se repetía:
—Estoy bien, y cada día mejor. La vida es corta para perderla en rencores. Lo superé.
En casa de su hijo no se sentía sola. Los amaba con toda su alma, y ellos a ella. Su nieta, aunque pequeña, no se separaba de su abuela. Óscar sabía del divorcio, pero no preguntó, no quiso herirla. Una vez llamó a su padre, y respondió Ana.
—Igor está en la d—Igor está en la ducha, ¿quieres dejarle algún mensaje? —respondió una voz juvenil al teléfono, y Óscar, sin decir nada, colgó, comprendiendo que su padre ya había elegido su nuevo camino.