Ramo de emociones

**El Ramo**

Vera yacía sobre la cama, los ojos entrecerrados. Al otro lado de la habitación, sentada en su propia cama con las piernas cruzadas, Lucía leía en voz alta un libro de texto. De pronto, el timbre del móvil de Vera estalló con una canción popular. Lucía cerró el libro de golpe y lanzó una mirada reprobatoria a su compañera.

Vera contestó con reticencia. En un instante, ya estaba sentada al borde de la cama. Luego dejó el móvil a un lado, se levantó y comenzó a revolver el armario, metiendo ropa a toda prisa en una bolsa deportiva.

—¿Adónde vas? ¿Qué ha pasado? —preguntó Lucía, inquieta.

—Ha llamado la vecina. Han llevado a mi madre al hospital, un infarto. —Vera cerró la cremallera de la bolsa y se dirigió hacia la puerta, donde colgaban los abrigos y estaban sus botas.

—Mañana es el examen. En el hospital la cuidarán, haz el examen y luego vas —dijo Lucía, levantándose mientras observaba cómo Vera se calzaba apresuradamente.

—Escucha, Lucía, explica todo en la secretaría, yo volveré y lo solucionaré. Haré los exámenes en vacaciones. Mi autobús sale en cuarenta minutos.

—Llama cuando sepas algo de tu madre —pidió Lucía, pero Vera ya había salido disparada. El ruido de sus tacones resonó en el pasillo.

Lucía se encogió de hombros y volvió a la habitación. Entonces vio sobre la cama el cargador del móvil de Vera, lo agarró y salió corriendo descalza tras ella.

—¡Vera! ¡Espera! —gritó, bajando las escaleras.

La puerta principal se cerró de golpe. Lucía saltó tres escalones de un brinco, empujó la puerta y casi tropieza al salir.

—¡Vera!

La chica se volvió, vio el cable en manos de Lucía y regresó a recogerlo.

—Gracias. —Y volvió a salir corriendo.

—¡Soler, qué escándalo es este! Una casi derriba la puerta, la otra sale descalza. ¿Es que no tienen juicio? —la conserje, doña Carmen, se levantó de su silla con gesto severo.

—Perdone, doña Carmen, no es nada. A Vera le han ingresado a su madre. Hace frío, ¿puedo volver? —Lucía, sin esperar respuesta, regresó escaleras arriba, sintiendo cómo la arena del suelo le clavaba los pies.

—¡Madre mía! —doña Carmen se santiguó—. Dios nos proteja.

Lucía volvió a la habitación, se limpió los pies, recogió la ropa que Vera había dejado esparcida y se puso las zapatillas. Luego fue a la cocina con la tetera. Mañana era el examen; un té caliente la ayudaría a concentrarse de nuevo.

Ya había anochecido cuando llamaron suavemente a la puerta.

—¿Quién es? —gritó Lucía, pero nadie respondió. Suspiró, se levantó y abrió.

—¡Hola! —Antonio estaba allí, sosteniendo un modesto ramo de flores.

—Pasa. —Lucía lo dejó entrar antes de explicarle que Vera se había ido.

—Pero mañana tiene examen —se sorprendió él.

—Iré a secretaría, explicaré lo de su madre. Lo hará en vacaciones. —Lucía no apartaba la vista del ramo.

—Esto es para ti. —Antonio le tendió las flores.

—Gracias. ¿Quieres un té? —Ella tomó un jarrón del alféizar.

—Voy por agua, tú quítate el abrigo —sonrió y salió.

Antonio se quitó solo los zapatos, dio dos pasos y se sentó en la cama de Vera. Pasó la mano por la colcha, como si acariciara a su dueña.

Lucía regresó, colocó las flores en la mesa y retrocedió para admirarlas.

—Qué bonitas. ¿Qué tipo son?

—Guisantes de olor —respondió Antonio—. Me voy. —Se levantó.

—¿Teníais planes con Vera? —preguntó Lucía rápidamente, sin querer que se fuera.

—Sí. Conseguí entradas para un concierto.

—¿En serio? Pues llévame a mí. No tienen por qué perderse.

Antonio dudó.

—Mañana tienes examen.

—¿Y qué? —se encogió ella—. Llevo todo el día estudiando, merezco un descanso.

Antonio reflexionó. Vera se había ido, las entradas se perderían. Con Vera todo era reciente, nada serio. Ir al concierto con su compañera de cuarto no sería traición, ¿verdad?

—Vamos —dijo al fin.

—¡Genial! —Lucía saltó de alegría—. Espera fuera, me cambio.

Antonio asintió, se calzó y salió.

Cinco minutos después, Lucía apareció. Antonio notó que se había pintado los labios y peinado el pelo con esmero. ¿Cuándo había tenido tiempo?

—Vamos, que llegamos tarde —lo apuró ella.

En el concierto, Lucía bailó, saltó y gritó con el resto del público, contagiosa de euforia. De vez en cuando, miraba a Antonio, quien, atrapado por su energía, se relajó y se unió al jolgorio.

Después, caminaron hacia la residencia, comentando animadamente la velada.

—A mí me encantó esta parte —tarareó Lucía.

—Sí, y también esta —Antonio imitó la melodía, incluso repitió algunas palabras en inglés.

Al llegar, la puerta estaba cerrada.

—Hoy le toca a doña Carmen. No nos abrirá. ¿Qué hacemos? —preguntó Lucía, desconcertada.

Antonio la tomó del brazo y la guió alrededor del edificio. Al doblar la esquina, vieron a dos chicas trepando por una ventana del primer piso.

—Vamos detrás, antes de que cierren —susurró.

Empujó a Lucía hacia arriba; unas manos desde dentro la ayudaron a entrar. En ese momento, un silbato resonó cerca.

—¡Rápido! —lo instó Lucía desde dentro.

Antonio saltó ágilmente al alféizar y entró. Lucía cerró la ventana y corrió la cortina. Bajo ellos, el silbato se alejó. Todos se miraron.

—Gracias, chicas. Vámonos —Antonio empujó a Lucía hacia la puerta.

Tras ellos, alguien soltó una risita. Subieron corriendo al segundo piso antes de que doña Carmen regresara a su puesto y, al entrar en la habitación, se echaron a reír.

—Está tranquilo, me voy —dijo Antonio al fin.

La habitación estaba oscura; no habían encendido la luz.

—Quédate. Me gustas. Mucho —susurró Lucía, acercándose.

Inclinó la cabeza hacia atrás, ofreciendo sus labios…

Vera regresó a la residencia al final de las vacaciones. Lucía y Antonio aún no habían vuelto, como la mayoría. Tras presentar el justificante médico, Vera aprobó el examen pendiente. Su madre seguía en el hospital, pero fuera de peligro.

Las clases reanudaron, pero Lucía no apareció. En secretaría dijeron que había pedido una excedencia por enfermedad.

Pronto asignaron a otra chica a la habitación. Con los estudios y Antonio, Vera dejó de preguntarse por Lucía. Con el tiempo, todos la olvidaron. Antonio jamás le contó a Vera lo del concierto… ni lo que pasó después. A él mismo le parecía un sueño.

**Veintiún años después**

—¡Mamá, papá, ya estoy aquí! —entró Marina, igualita a Antonio.

—¿Cómo te fue en la uni? —preguntó él, dejando el periódico.

—Deja que seAntonio miró a su hija y pensó en lo frágil que era la vida, pero también en cómo, a pesar de todo, el amor y la familia siempre encontraban la manera de seguir adelante.

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