Cuando la abuela escuchó a la tía y nos echó de casa: la primera noche en la calle

Hoy escribo en mi diario con el corazón apretado. Mi abuela vive con mi tía en un piso de tres habitaciones en Madrid. La hermana menor de mi madre, que ya tiene cuarenta años, nunca ha vivido sola. No tiene familia, amigos ni trabajo, y mi abuela la mantiene. Mi madre paga todas las facturas porque la pensión de mi abuela no alcanza.

Nunca le pedí nada a mi familia, pero llegó un momento difícil y no tuve más remedio que hacerlo.

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Después de la boda, mi marido y yo vivíamos en un piso de protección oficial. Ahorrábamos para una hipoteca, soñando con al menos un estudio. Buscamos opciones y decidimos comprar un piso en obra nueva. Pero, ¿dónde vivir durante esos seis meses?

No nos convenía alquilar, pues debíamos ahorrar, no gastar. Al final, fui a hablar con mi abuela y le pedí si podíamos quedarnos en su casa. Una habitación estaba vacía, y además, parte del piso es de mi madre. Mi abuela aceptó encantada, así que empezamos a preparar la mudanza.

Vendimos nuestro piso, invertimos el dinero y nos instalamos en casa de mi abuela. Compramos comida y productos de limpieza, pero actuábamos como invitados. Mi tía cogía nuestra comida sin decir ni gracias. Desde el principio, nos ignoraba. Cuando llegábamos, se encerraba en su cuarto.

No duramos mucho allí. Un mes después, mi madre me llamó angustiada. Nos pidió que nos fuéramos.

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Mi tía le armó un escándalo a mi abuela. Decía que la molestábamos, que le quitábamos su paz, y por nuestra culpa discutía con su madre.

Hicimos las maletas, recogimos a nuestro gato (al que llamamos Simón) y buscamos un piso. La primera noche tuvimos que dormir en la calle. Al día siguiente, encontramos algo. Gracias a Dios, mi madre nos ayudó con dinero.

Mi abuela solo hacía lo que su hija, descarada y egoísta, le decía. No le importó cómo estábamos, si teníamos dónde caernos muertos.

Desde entonces, no tengo contacto con ellas. Mi madre me pide que no le guarde rencor a mi abuela, que está influenciada, pero a mí ya no me importa. No quiero saber nada de traiciones.

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