Todo será como yo quiera

**Diario de un hombre en conflicto**

María Fernández se meció en su sillón, con las agujas de tejer entre los dedos. A su lado, en el sofá desgastado pero confortable, dormía plácidamente su nieto. Lo observó con ternura y una satisfacción callada. «Ahí está, sano y fuerte, todo gracias a mis esfuerzos», pensó.

Siempre se enorgulleció de su habilidad para ahorrar. En su juventud, cuando ella y su marido comenzaron su vida juntos, contaban cada céntimo. Fue entonces cuando aprendió a disfrutar de las cosas sencillas y a valorar lo que tenía. Sabía cómo preparar un plato delicioso con poco, cómo remendar la ropa para que durase años y cómo criar hijos felices sin gastar de más.

Ahora, su hija Ana se había casado con Valentín, y María notaba que él había olvidado el valor del ahorro. Ganaba bien, pero para ella, el dinero se malgastaba en juguetes nuevos, pañales caros y ropa de moda. «Antes parían en el campo y todo salía bien», repetía, recordando épocas de austeridad.

Miró al niño, vestido con una chaquetita que le había regalado una vecina. «¿Para qué comprar cosas nuevas si las usadas sirven igual?», reflexionaba. Ana intentaba seguir su ejemplo, pero Valentín se irritaba. Él no entendía que lo importante no era la cantidad, sino el saber administrarlo.

María suspiró y siguió tejiendo. «La juventud de ahora es distinta. Quieren lo mejor, lo moderno, lo caro. Antes éramos felices con poco», murmuró, recordando cómo había criado a Ana, enseñándole el valor del trabajo y la prudencia.

Mientras, Valentín, en su despacho, miraba cómo el cielo se oscurecía tras la ventana. El trabajo era rutina, pero hoy su mente no podía concentrarse en informes. Una y otra vez, volvía al mismo problema: Ana y su suegra habían convertido su vida en un manual de austeridad excesiva.

Antes vivían con lo justo, y el ahorro era necesario. Pero ahora, con su buen sueldo, podían permitirse tener ciertos lujos. Sin embargo, Ana y María seguían actuando como si cada euro fuese el último. Cada gesto suyo—un vestido, un móvil nuevo—generaba críticas y sugerencias de alternativas más baratas, acompañadas de sermones sobre «los tiempos de antes».

Lo peor fue el nacimiento de su hijo. Ana se negaba a comprar pañales de calidad, prefiriendo trozos de tela «de toda la vida». Ahorraba en todo, desde la comida hasta la ropa del bebé.

Valentín intentó razonar: tenían medios para ofrecerle comodidad y seguridad al niño. Pero sus argumentos chocaron contra un muro. Ana y María se mantenían firmes, defendiendo que «antes se vivía sin tanto».

Una noche, tras otra discusión, decidió actuar. Reunió a la familia y habló con calma. Explicó que el dinero era un medio, no un fin, y que la austeridad debía tener límites. Pero fue inútil.

Frustrado, Valentín se quedó mirando al cielo oscuro, preguntándose qué hacer. «No van a conseguirlo», dijo en voz alta. «No les dejaré arruinar a mi hijo. ¡Las cosas se harán como yo diga!».

**Lección aprendida:** A veces, el equilibrio entre lo tradicional y lo moderno es difícil, pero luchar por lo que crees justo para los tuyos vale la pena, aunque cueste.

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Todo será como yo quiera