OLIVIA: HISTORIA DE UNA NUERA NO QUERIDA
Cuando Miguel llevó a su novia Olivia a casa, la tensión se apoderó del ambiente. El padre, Pablo Iván, permanecía sentado en un rincón, mudo, sin decir ni una palabra a favor ni en contra. Parecía que su opinión no contaba en aquel hogar. En cambio, la madre, Ana Timotea, no perdía oportunidad de lanzarle otra decena de preguntas. Observaba a Olivia con recelo, como si escudriñara en ella algún engaño, falsedad o simplemente algo que no encajaba.
Olivia no le cayó bien desde el principio. Pequeña, discreta, vestida con una sencillez casi infantil—más parecía una colegiala que una mujer. Las trenzas que llevaba solo acentuaban esa impresión. ¿Dónde estaban las uñas pintadas, el maquillaje, la ropa a la moda? No, esa no era la nuera que había soñado para su hijo único. Mira a Natalia, la hija de los vecinos—elegante, radiante, con un padre director de una fábrica láctea y una madre contable jefa. Además, Natalia siempre había coqueteado con Miguel. Esa sí habría sido una buena elección, no esta… ratoncilla gris.
Pero Miguel era firme. Amaba a Olivia con locura. Cuando su madre lo apartó e intentó convencerlo de que reconsiderara a Natalia, él la cortó en seco:
—Amo a Olivia. Ya hemos presentado los papeles. Basta, mamá.
La boda fue modesta, como Olivia quería. Decía que era mejor ahorrar para la vida. La madre de Miguel ardía de rabia, considerándolo una vergüenza. Pero él volvió a ponerse del lado de su esposa.
Vivieron con los padres. Ana Timotea no dejaba de reprocharle a su nuera: que si cocinaba mal, que si no cuidaba bien de su hijo, que si limpiaba de cualquier manera. Miguel aguantó mucho, hasta que un día dijo con determinación:
—Nos mudamos.
Alquilaron un piso. El dinero escaseaba, la vida era dura, pero él trabajaba sin descanso. Hasta que se embarcaron en construir su propia casa. Olivia, por su parte, empezó a estudiar magisterio—su apoyo era más moral que práctico. Todo dependía del tesón de Miguel.
Olivia estudiaba con ahínco y se graduó con matrícula de honor. Contentísima, corrió a casa de su suegra, esperando que, por fin, reconociera su esfuerzo. Pero Ana Timotea solo murmuró:
—Estás acabando con mi hijo. No era esta la mujer que debías elegir, Miguel. Con Natalia habrías sido más feliz.
Olivia se marchó llorando. No se quejó con Miguel. Ya había soportado demasiado dolor en su vida. Su padre las abandonó cuando su madre cayó en el alcohol. Y esta, aunque la quería, se volvía terrorífica en sus borracheras, ajena. Olivia pasó hambre, se escondía de los ebrios que visitaban su casa. Solo el amor de Miguel la salvó.
Terminaron la casa, llegaron los hijos. Primero trabajó como maestra, luego llegó a ser subdirectora. Tuvieron dos varones—Alberto y Javier. La suegra adoraba a los nietos, los cuidaba con cariño, pero seguía siendo fría y distante con Olivia. Solo intercambiaban un «hola» y un «adiós».
Los hijos crecieron, se marcharon a estudiar a la academia aeronáutica en otra ciudad. Primero uno, luego el otro. La casa se quedó vacía. Pablo Iván murió—en silencio, como había vivido. Ana Timotea se quedó sola, pero ni entonces quiso visitar a Olivia. El hielo entre ellas nunca se derritió.
Olivia cumplió 45. En su fiesta se reunieron todos—hijos con sus prometidas, amigos, vecinos. Hasta la suegra apareció, aunque se sentó apartada. En plena celebración, Olivia palideció, se sintió mal. Todos se alarmaron.
Al día siguiente, fue al hospital. Regresó con una noticia que la dejó atónita: estaba embarazada. Se lo contó a Miguel por la noche. Él guardó silencio largo rato, hasta que dijo suavemente:
—Es tarde, Olivia. Hay que solucionarlo. La gente se reirá…
Ella asintió. Pero algo se quebró dentro de ella. A la mañana siguiente, fue a casa de su suegra. Su madre ya no estaba, no tenía a nadie con quien hablar. Pensó: quizás una palabra dura de ella le daría el valor para decidir…
Ana Timotea no habló. Hasta que, de repente, rompió a llorar. Le contó cómo Miguel nació enfermo, cómo lo cuidó noches enteras, cómo temió perderlo. Olivia la escuchó en silencio, hasta que se acercó y la abrazó—por primera vez. Y entonces lloró también, habló de su infY así, entre lágrimas y risas, encontraron la familia que siempre habían anhelado, unidas por el amor de la pequeña Ana.