«¿Llamas a tu suegra “madre”? ¿Realmente sabes quién es tu verdadera madre?»

**Diario personal:**

¿Llamas a tu suegra «mamá»? ¿Estás segura de quién es realmente tu madre?

Cada vez que escucho a alguien llamar «mamá» a su suegra, se me eriza la piel. No es por maldad o envidia, sino porque para mí esa palabra es sagrada. No se regala a la ligera. Mamá no es solo la mujer que se convierte en tu familia por un sello en un papel. Mamá es la que te crió, la que pasó noches en vela, la que lloró de impotencia pero seguía levantándose cada mañana para luchar por ti.

Tengo una amiga íntima, Lucía. Somos amigas desde la infancia. Fue testigo en mi boda, y yo en sus… tres. Hemos pasado de todo juntas, y a pesar de la vida, los hijos y las mudanzas, seguimos ahí la una para la otra. Siempre le digo en broma:

—¿Qué, Lu, esperamos a que los niños entren en la universidad y nos vamos de juerga cuando estemos jubiladas?

Hace poco fui a su casa para llevarle unos medicamentos que había pedido. No podía salir porque el coche estaba en el taller. Le entregué la bolsa y me dijo:

—No es para mí. Es que mamá no se encuentra bien.

Sonreí, entré en la cocina y, casi por reflejo, exclamé:

—¡Hola, tía Manuela! ¿Cómo estáis?

Pero cuando la mujer se giró, comprendí: no era su madre. Era la madre de su tercer marido. Su suegra. Y Lucía, con esa ternura, la llamaba «mamá». Como había hecho con todas las anteriores.

Recordé cómo fue con las otras dos. Con el primero, Antonio, desde el primer día le decía «mamá» a su madre.

—¿Te has vuelto loca? —le susurré al oído—. ¡No la conoces! ¡No es tu madre!

Ella solo sonrió:

—Es estrategia. Le gustará. Me aceptará mejor. Y Antonio estará contento. Así de fácil.

Pero aquella «mamá» luego le escupía a la espalda. Cuando Antonio llegaba borracho a altas horas y Lucía le llamaba, ella solo suspiraba:

—¿Qué quieres, cariño? Los hombres también se cansan…

Dos años después, se divorciaron. Tuvieron un hijo, pero nadie de esas «mamás» se interesó ni por el niño ni por Lucía.

Con el segundo fue distinto. La suegra desde el principio dejó las cosas claras:

—Este chiquillo no te conviene. Llévatelo donde quieras, hasta un orfanato si hace falta. No hay dinero para mantenerlo.

Y aun así, Lucía la llamaba «mamá». Hasta que entendió que detrás de esa palabra solo había crueldad. Afortunadamente, se divorciaron sin hijos.

Ahora está en su tercer matrimonio, y todo se repite. Las mismas palabras dulces. La misma esperanza ingenua de que, si dice «mamá», la mujer se derretirá y será como de la familia.

Pero no es así. Eso no funciona.

Y lo digo con conocimiento. Yo también tengo suegra. Y nosotros… no solo nos llevamos bien. Nos respetamos de verdad. Hablamos de todo, nos reímos juntas, cogemos cerezas en el huerto o comentamos la última serie. Pero nos llamamos por nuestro nombre. Y eso no impide que seamos más cercanas que algunas parientes de sangre.

Porque «mamá» no es un título que se otorga por conveniencia. Es como una medalla: hay que merecerla. No se compra, ni se gana con un dulce o una sonrisa. Una madre de verdad no es la que llega a tu vida con un marido. Es la que llega… para quedarse.

Sí, a veces una suegra se convierte en más madre que la propia. Ocurre. Pero es la excepción, no la norma.

Así que, cuando escucho:

—Mamá, ¿quieres un té?
—Mamita, ¿cómo te encuentras?

Me pregunto siempre lo mismo: ¿es amor? ¿O solo costumbre de fingir?

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