La puerta cerrada: un extraño en su vida.

— Mi hijo lleva cinco años casado y en todo este tiempo no he visitado su casa ni una sola vez. Ni siquiera he puesto un pie en el portal. Mi nuera dejó claro desde el principio que no le gustan las visitas — cuenta con tristeza Carmen Martínez, de 60 años, residente en Sevilla.

Su hijo vive con su esposa en su piso, un pequeño estudio en el centro de la ciudad. Para ellos dos es suficiente. Están ahorrando para algo más grande, trabajan duro. Todo parece lógico, normal.

— Mientras no tuvieron hijos, no me metí. Ambos trabajaban de sol a sol, y yo en mi huerta en las afueras. Cada uno a lo suyo. Nos veíamos en festivos y hablábamos por teléfono. Yo estaba conforme — reconoce Carmen.

Pero hace poco todo cambió. Laura, su nuera, tuvo un embarazo difícil y el parto fue complicado. La joven madre estuvo al borde. Carmen la visitó en el hospital, le llevó lo necesario, se preocupó y ayudó como pudo. Tras todo eso, jamás imaginó que, con el nacimiento de su nieta, la apartarían por completo.

— Laura ya decía antes del parto que querían criar a la niña solos, sin ayuda. Pero pensé que era hablar por hablar. “Cuando pase unas noches sin dormir, esté agotada, entonces pedirá ayuda”, creí yo. Además, yo sé lo que es ser madre joven — comenta Carmen.

Ella recuerda cómo su propia madre la ayudó cuando criaba a Javier. Cocina, limpieza, paseos con el niño mientras ella descansaba. Un apoyo invaluable.

— Fui al hospital el día del alta, como es debido, con flores, regalos y lágrimas en los ojos. Abracé a mi hijo, felicité a Laura. Y ellos me llevaron a casa y me dijeron: “Queremos descansar, hablamos luego”. Ni un “quédate a tomar café”, ni un “siéntate un rato”. Como si me hubieran puesto en pausa.

El primer mes no dejaron que nadie se acercara a la bebé. Laura hablaba de “adaptación”, “tiempo en familia”. Bueno, esperamos un mes. Pero pasó el segundo, el tercero… Ya van seis meses, y la puerta sigue cerrada.

— Solo salimos a pasear. Laura me da el carrito y dice: “Dale una vuelta, yo vuelvo a casa, hay colada”. Y yo camino, y a mis espaldas, la puerta se cierra. Ni siquiera he entrado en su casa. Nunca. En todo este tiempo — dice la suegra con amargura.

Al principio, Carmen se sintió herida. Lloró, se enfadó. Luego lo aceptó.

— Pienso: bueno, al menos me deja pasearla. Al menos veo a mi nieta. No me la esconde del todo. Camino con ella por el parque, le canto canciones, y después devuelvo el carrito y otra vez… adiós.

A veces se pregunta si hizo algo mal. O si Laura tendrá sus razones. Pero no hay explicaciones. Solo distancia, como si no fueran familia, sino vecinas en un rellano.

¿Qué opinas? ¿Tiene la joven madre motivos para actuar así? ¿O es falta de respeto y cariño? ¿Cómo actuarías tú en el lugar de Carmen?

Al final, la vida enseña que cada familia tiene su ritmo, y a veces, el amor no se mide por la cercanía, sino por el respeto a los silencios ajenos.

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