«No es tan madre como debería»: La opinión de Carmen González sobre la vida de su exnuera tras el divorcio
Carmen González, de Valladolid, no logra aceptar cómo ha cambiado la vida de su hijo y su exmujer. Lo que Lucía—su antigua nuera—se ha convertido después del divorcio, la suegra lo llama “frivolidad irresponsable”.
—Mi hijo la dejó con la niña, sí, y no lo justifico. Aunque, queramos o no, el corazón de una madre siempre sufre por su hijo. Se casó rápido con su primer amor, con Marina, con quien salía en la universidad. Cuando él estaba en el servicio militar, ella se casó con su mejor amigo. Ahora, divorciada, se reencontraron en un centro comercial y todo volvió a empezar. Ya tienen un hijo en común. Parece que a él le va bien.
A Lucía la conoció después del servicio. Trabajaban juntos. Se casaron pronto, nació Carlota. Al principio parecía un matrimonio sólido. Pero luego, como suele pasar, el amor antiguo volvió a florecer.
El divorcio fue tranquilo, sin escándalos. Él se fue, dejándole a ella el piso, los muebles, todo. Solo se llevó sus cosas. Lucía actuó con dignidad, sin impedir que el padre ni la abuela vieran a Carlota.
—Pero lo que hace después del divorcio es incomprensible—dice Carmen, moviendo la cabeza.
Las vecinas, por supuesto, se alarmaron al instante:
—¿Acaso bebe? ¿Sale de fiesta? ¿Trae hombres a casa?
—No—responde Carmen, frunciendo el ceño—. No bebe, ni es de esas que andan tras los hombres. Pero actúa como si su vida fuera perfecta. Siempre alegre, siempre con planes, ya sea en la casa del campo, de excursión, o recibiendo visitas. ¡Como si no fuera ella la que quedó divorciada con una hija!
Lucía lleva a Carlota a todas partes. Dice que el aire fresco es bueno, que la niña necesita socializar, que sus amigas también tienen hijos. Pero a Carmen no le gusta:
—¿Quién sabe qué gente hay en esos picnics? ¿Hombres? ¿Divorciadas? ¿Alcohol? ¿Tabaco? La niña lo ve todo. ¿Qué clase de educación es esa?
Está convencida de que con ella la niña estaría mejor:
—Conmigo comería sopa casera e iría al teatro. No andaría de aquí para allá con desconocidos.
Carmen intentó que su hijo hablara con su exmujer:
—Dile que ponga orden en la crianza. Carlota también es tu hija. Tienes una nueva familia, bien. Pero la niña no debe crecer en este desorden.
Él solo se encogió de hombros:
—Mamá, no tengo derecho a meterme. Yo fui quien destruyó la familia. Ella sabe cómo vivir su vida.
Paga la pensión, ve a su hija cuando Lucía la lleva a casa de la abuela. Pero a Carmen ya no la deja entrar en su piso:
—Siempre está ocupada, nunca tiene tiempo. Pero yo sé que solo teme que le diga la verdad a la cara. ¿Y si ya tiene otro hombre? ¿Y si maltrata a Carlota?
Hace poco, Lucía le dijo claramente por teléfono:
—Si sigue entrometiéndose en mi vida, dejaré de traer a Carlota. La verá una vez al mes en el parque. Y créame, debería estar agradecida de que no corte el contacto. Otra en mi lugar ya habría puesto fin a todo, después de que su hijo me abandonara por otra. Pero por mi hija, me contengo.
Carmen está indignada:
—¿Se lo imaginan? Encima se enfada conmigo. Yo me desvivo por mi nieta, y ella me hace sentir culpable.
—¿Qué debo hacer?—se queja a sus amigas—. ¿No puedo decir ni una palabra si algo no me gusta? ¿O ya no cuento para nada? ¿Debería hablar con su madre? ¿Con su antigua casamentera? Que le ponga cordura a su hija. No crié a mi hijo para ver cómo mi nieta crece en medio de esta frivolidad.
¿Qué opinan, chicas? ¿Tengo razón en preocuparme? ¿O debo apartarme y no entrometerme? Pero ¿cómo voy a quedarme quieta viendo a mi nieta crecer con una mujer tan superficial?
Al final, la vida enseña que el amor a veces exige soltar, aunque duela. Porque quien insiste en controlar, termina perdiendo lo que más desea proteger.