Dejó a su amante y volvió con dos hijos ajenos en brazos

**24 de mayo, Madrid**

Esta historia me la contó una vieja amiga llamada Lucía. Sucedió no en cualquier sitio, sino en un pueblo tranquilo de Toledo, donde los rumores vuelan más rápido que un tren AVE. Pero, lo confieso, hasta a mí se me erizó la piel al escuchar por lo que pasó una mujer.

Los esposos, Marta y Javier, trabajaban en el hospital comarcal. Ella, pediatra con un corazón de oro; él, un cirujano talentoso lleno de promesas. Vivían en armonía: dos hijos, un piso acogedor, el respeto de sus colegas… Todo parecía perfecto. Claro, con los niños llegaron más responsabilidades, pero lo llevaban bien. Marta pidió la baja maternal, mientras Javier seguía operando, estudiando y viajando a congresos.

Y entonces, como un rayo en cielo despejado: se enamoró. No de una actriz ni de una extraña, sino de su compañera de trabajo, una enfermera joven y ambiciosa. Pasaban jornadas enteras juntos, turnos de día y noche. Hasta que Javier perdió la cabeza.

Se debatía entre dos amores, sin saber cómo decírselo a Marta. Buscaba el “momento adecuado”, mientras el affaire crecía. Al final, la verdad salió a la luz —no sin ayuda de los compañeros, claro. Marta lo echó esa misma noche con las maletas a la puerta. Solo le dijo: “Elegiste, ahora vive con ello”.

Javier se marchó, confundido, pero acabó yéndose con la enfermera. Ella lo tenía bien agarrado: astuta, audaz, no pensaba soltarlo. Y para atarlo del todo, se quedó embarazada. No de uno, sino de gemelos.

Marta no pudo seguir en el hospital —ver cada día a su “sustituta” embarazada era insoportable. Renunció y empezó en un ambulatorio donde nadie conocía su drama. Allí se refugió en su trabajo, cuidando niños mientras intentaba sanar su propio corazón.

Pero luego llegó la tragedia. El parto se complicó. La joven enfermera no sobrevivió, y los bebés —un niño y una niña— quedaron huérfanos. Javier, destrozado, cargaba a los pequeños sin saber qué hacer. No dormía, iba de médico en médico. Sin familia, sin ayuda. Solo él y dos criaturas.

Al quinto día, llamó a la puerta de Marta. Temblaba de desesperación, las lágrimas rodaban sin control. Cuando ella abrió, se arrodilló:

—Perdóname. Fui un necio. Sálvame. Sálvalos a ellos…

Ella guardó silencio. Largo. Pero al final lo dejó entrar. Con los niños. Con el pasado que tanto la había traicionado.

Ahora viven los tres. O los cinco, contando a todos los hijos. Ella es madre otra vez, aunque sea por adopción. Él, callado, encorvado, como si hubiera envejecido veinte años de golpe. No sé si es felicidad o resignación. Pero una cosa es clara: su gesto merece respeto. Perdonó. No dio la espalda al dolor ajeno. Y eso… eso es la verdadera fuerza de una mujer.

Hoy aprendí que el perdón no borra el daño, pero puede dar luz donde solo había sombra. A veces, la grandeza no está en huir, sino en quedarse.

Rate article
MagistrUm
Dejó a su amante y volvió con dos hijos ajenos en brazos