Me reí entre dientes: ¿o sea que de la pensión que me pasa mi exmarido por nuestro hijo, tengo que pagar yo la pensión de mi hermano por sus niños?
Aquí me echaba a reír. ¿De verdad tenía que usar el dinero que mi ex me daba para nuestro hijo para mantener a los hijos de mi hermano? Pero mi madre insistía en que era normal, que era mi deber ayudarle. Todo empezó hace unos años, cuando mi vida ya parecía un culebrón de esos que dan por la tarde.
**El divorcio y la nueva realidad**
Nos divorciamos cuando nuestro hijo tenía cinco años. Fue un infierno: peleas, reparto de bienes, juicios interminables. Al final, me quedé con el niño y mi ex tuvo que pasar una pensión. Claro, era una miseria—el 25% de su sueldo oficial, que, como suele pasar, era el mínimo. En realidad ganaba mucho más, pero no pude demostrarlo en los tribunales. Así que vivíamos con lo justo: yo trabajaba en una oficina, hacía chapuzas por aquí y por allá, y la pensión iba para la guardería y las actividades del niño.
Mi madre siempre me apoyó. Me ayudaba con el pequeño, traía comida, a veces me dejaba algún billete. Pero tenía un punto débil: mi hermano pequeño, Javier. Con 28 años, siempre estaba metido en líos: perdía trabajos, rompía con novias, acumulaba deudas. Mi madre creía que yo, como hermana mayor, debía “sacarle adelante”. No me importaba echarle una mano en cosas pequeñas, pero lo que vino después me dejó sin palabras.
**Javier y sus “problemas familiares”**
Javier tenía dos hijos con dos mujeres diferentes. Con la primera rompió cuando la niña tenía dos años; con la segunda, cuando el niño cumplió uno. Debía pasarles manutención, pero, como imaginaréis, no lo hacía. Trabajaba en negro, vivía de trabajillos, y “oficialmente” no tenía un duro. Sus exes lo denunciaron, pero de nada servía—no se puede sacar agua de un pozo seco.
Un día, mi madre vino a verme y soltó: “Lucía, hay que ayudar a Javier. Su ex amenaza con denunciarle por impago, podrían meterle en la cárcel. ¿Quieres eso para tu hermano?”. Yo me quedé de piedra: “Mamá, ¿y qué tengo que ver yo? Que se busque la vida”. Pero ella ya tenía todo planeado. Dijo que yo debía hacerme cargo de la pensión de Javier. Total, yo tenía ingresos—la pensión de mi ex—, así que podía pagar de ahí.
**La lógica absurda y la deuda familiar**
Al principio pensé que era una broma. ¿Pagarlo con el dinero de mi propio hijo? Pero mi madre iba en serio. No paraba de repetir que “la familia es lo primero”, que Javier estaba “en un aprieto”, y que yo, como mayor, debía salvarlo. Hasta me contó historias de su juventud, de cómo ayudaba a sus hermanos. Intenté explicarle que eran cosas distintas, que yo apenas llegaba a fin de mes, pero no quiso escuchar.
Peor aún: ya había hablado con Javier, y él parecía encantado con la idea. Me llamó y empezó a soltar lástimas: lo mal que lo pasaba, lo “injusto” que era todo, y lo fácil que yo podía solucionarlo. Me quedé helada. Le espeté: “¿En serio, Javier? ¿Quieres que use el dinero de mi hijo para tus niños?”. Él, tan campante, respondió: “Bueno, Lucía, tú sabes cómo está la cosa. Y tú tienes más estabilidad”.
**Mi postura y las consecuencias**
Me negué. Rotundamente. Le dije que no iba a dejar a mi hijo sin nada para tapar las irresponsabilidades de mi hermano. Mi madre se ofendió, me llamó “egoísta” y “desagradecida”. Javier también se enfadó, diciendo que lo “abandonaba en la miseria”. Pasamos semanas sin hablarnos. Me sentía culpable, pero sabía que hacía lo correcto.
Al final, Javier encontró una salida: parece que convenció a una de sus exes para que no le denunciara, y a la otra directamente la ignoró. Pero mi madre aún cree que debí “ponerme en su lugar”. De vez en cuando me lo recuerda, sobre todo cuando le pido que cuide al niño.
**Lo que aprendí**
Esta situación me enseñó varias cosas. Primero, que no se puede dejar que la familia manipule con el chantaje del deber. Quiero a los míos, pero mi hijo es mi prioridad. Segundo, que hay que ayudar a quien al menos lo intenta. Javier siempre esperó que mi madre y yo lo rescatáramos. Y tercero, que hay que saber decir “no”, aunque duela.
Ahora mantengo distancia con mi hermano. Con mi madre las cosas mejoran, pero dejé claro que no volveré a entrar en esos juegos. Si habéis pasado por algo parecido, ¿cómo lo llevasteis? ¿Cómo poner límites sin romper la relación pero sin que se aprovechen?