**El Despertar del Corazón**
En un pequeño pueblo perdido entre colinas y bosques de pinos, donde el viento otoñal arrastraba hojas secas por las calles, la vida transcurría con calma, pero con una melancolía escondida. En una casa al pie de una vieja montaña, donde el otoño olía a resina y leña quemada, vivía Lucía. Su vida parecía perfecta: un marido amoroso, Javier, su hija Clara, un amplio apartamento en el centro y una acogedora casa en las afueras. Javier llamaba a las mujeres de su vida «mis estrellas» y las consentía siempre que podía. Cuando Clara era pequeña, él se levantaba por las noches para que Lucía pudiera descansar. Su hogar estaba lleno de amor, risas y calidez.
**Idilio en la Sombra**
El negocio de Javier prosperaba, el dinero fluía sin parar, y Lucía no carecía de nada. Él no quería que ella trabajara, y ella, feliz, se dedicaba a su hija y al hogar. Paseaban por los parques, compraban vestidos nuevos y decoraban su espacio. Pero a veces, llamadas anónimas interrumpían la tranquilidad. Voces susurraban: «Tu marido no es quien crees. Tiene a otra, le alquila un piso, le paga todos sus caprichos». Lucía apartaba esos pensamientos, achacándolos a la envidia. Javier a veces llegaba tarde o viajaba por trabajo, pero al regresar, la colmaba de tanto cariño que las dudas se disipaban como la niebla mañanera.
**El Mundo se Desmorona**
Los años pasaron. Clara cumplió dieciséis cuando la vida de Lucía se derrumbó como un castillo de naipes. Javier murió en un accidente. Su coche patinó en una carretera helada y chocó contra un camión. Lo peor fue descubrir que no venía de un viaje de trabajo, sino de visitar a su amante en otra ciudad. Ambos murieron. La verdad que Lucía había negado durante años la golpeó como una ola gélida. «Los bienintencionados» tenían razón. Javier llevaba una doble vida, y todo su mundo había sido una mentira.
—¿Cómo no lo vi? —murmuraba, mirando al vacío—. Me mintió, me traicionó, y yo le creí cada palabra.
Las miradas compasivas de los compañeros de la empresa donde trabajaba su amante le quemaban como brasas. Todos lo sabían, menos ella. Su alma se desgarraba de dolor y vergüenza.
El notario leyó el testamento. Javier lo dejó todo a Lucía: el negocio, el piso, la casa rural, los ahorros. Una cuenta aparte era para Clara, destinada a sus estudios en el extranjero. Pero el dinero no le trajo alegría. Lucía no quería el negocio ni los lujos. Su mundo se volvió gris, su vida, vacía. No quería seguir viviendo.
**La Rebelión de la Hija**
Clara, su niña dulce, de repente se volvió distante. Exigía todo de inmediato, como si su madre estuviera obligada a complacerla.
—Mamá, necesito un teléfono nuevo —declaró—. Y no me digas que el viejo todavía sirve.
—Clara, pero Javier te regaló el último modelo antes de… —Lucía se atragantó, incapaz de decir «morir».
—¡No te atrevas a negarme nada! —gritó—. Papá hacía todo por mí, ¡y tú te quedaste con su negocio y eres una tacaña! Él me quería, pero tú… —Clara lanzó el móvil contra la pared y se encerró en su habitación.
Lucía se dejó caer en el sofá, sintiendo cómo la abandonaban las fuerzas. «¿Por qué es así? —pensaba—. ¿Dónde está mi niña, la que reía con nosotros?»
**El Despertar**
Lucía pasó un año como en una niebla. Hasta que una noche soñó con Javier. Él sonreía pero permanecía en silencio. Tras ese sueño, algo hizo clic en ella. «No quiero pudrirme aquí, torturándome por su traición —decidió—. Javier y yo estudiamos juntos, conozco el negocio tan bien como él. Es hora de vivir». Se arregló, se cortó el pelo con elegancia, se puso un traje formal y fue a la oficina.
Los empleados la recibieron con murmullos: «Lucía va a dar la sorpresa… ¿o va a fracasar?» Pero ella pronto tomó las riendas. Los socios, antiguos y nuevos, acudieron a las reuniones, y el negocio revivió. Lucía se sentía útil, viva.
Solo Clara no creía en ella. «Mamá, ¿tú y los negocios? —se reía—. Toda la vida en casa y ahora te crees empresaria. Véndelo todo antes de que lo arruines. Aunque te vistas mejor, no rejuveneces. ¿O esperas que alguien caiga? Quizá un cazafortunas».
Lucía tragaba el dolor de esas palabras. «Clara, mi vida la decido yo. Tú preocúpate de tus exámenes», respondía con calma.
**Una Nueva Vida**
Clara se marchó a estudiar fuera. Lucía se sumergió en el trabajo, y el negocio floreció. Disfrutaba de su independencia, sus éxitos, sus ganancias. Con su hija hablaban por teléfono, pero Clara seguía siendo fría y cortante. Lucía le pedía prudencia en un país extranjero, pero solo recibía burlas.
Decidida a renovar la casa rural, Lucía pidió a su subdirector, Álvaro, que buscara una cuadrilla de albañiles. «Álvaro, necesito una reforma de calidad», le dijo. Pronto le pasó el número del encargado, Antonio. «Tiene buenas referencias, lo he comprobado», le aseguró.
Lucía se reunió con Antonio en la casa. «Quiero una chimenea nueva, decoración clara, suelo radiante», le explicó. Él escuchaba atento, tomaba notas, inspeccionaba el lugar. «Te enviaré un boceto pronto», prometió.
**Un Encuentro del Pasado**
De vuelta a la ciudad, Lucía entró en una cafetería. Su mirada se posó en un hombre en una mesa. Un rostro familiar, pero el nombre se le escapaba. «¡Lucía, hola!» Él se levantó, y entonces lo reconoció: Adrián, un compañero de clase que estuvo enamorado de ella.
—¡Hola! No te reconocí al principio —sonrió.
—¡Qué guapa estás! Segura, elegante —dijo él, acercando una silla—. ¿Qué tal Javier? ¿Y su negocio?
—Javier murió —respondió en voz baja—. Ahora llevo el negocio yo.
—Lo siento —Adrián se entristeció—. Yo me divorcié. Con mi esposa no encajábamos, aguanté por los niños. Ahora estoy aquí, con un negocio de coches.
HabPasaron horas charlando, intercambiaron números y, esa misma noche, Adrián la llamó: «¿Cenamos en algún sitio con más intimidad?».