Carta a Nicolás y el regalo del destino

La Carta a Papá Noel y el Regalo del Destino

Arturo viajaba en el ascensor sin imaginar que un simple trayecto cambiaría su invierno. En una esquina, una joven con un abrigo gris sostenía de la mano a una niña de unos cinco años. La pequeña lo miró con sus grandes ojos azules y, de pronto, le dedicó una sonrisa amplia.

—¿Vas a trabajar? —preguntó sin timidez.

—Lucía, a los desconocidos se les trata de «usted» —la corrigió su madre con dulzura, lanzando una sonrisa tímida al hombre.

Arturo asintió y sonrió.

—Sí, voy a la oficina.

—¿Ya le has escrito la carta a Papá Noel?

Se rio entre dientes. Nunca había creído en esas cosas, ni siquiera de niño, pero no quiso decepcionarla. Ella, orgullosa, le alargó un trozo de cartón arrugado. Él lo guardó en el bolsillo sin pensar y, tras despedirse, salió a la calle.

Todo el día intentó olvidar ese encuentro, sumergiéndose en el trabajo y alejando los recuerdos de su ex prometida, que había cancelado la boda en el último momento. Se había mudado a otra ciudad para empezar de cero, pero ni siquiera el silencio de su nuevo piso lograba calmar su dolor.

Esa noche, mientras paseaba por las calles nevadas, recordó el cartón. Al sacarlo del bolsillo, leyó con letra infantil: «¡Que seas siempre feliz y nunca estés triste!». Una sensación de calor le invadió el pecho. Colocó la nota en una estantería, donde pudiera verla cada mañana.

Unos días antes de Navidad, llamó a la dueña del piso para preguntar por la niña. Doña Carmen le explicó, entusiasmada, que la madre y la hija vivían justo un piso más arriba. La madre se llamaba Sofía.

Al caer la tarde, Arturo llamó a su puerta. Sofía se quedó paralizada al verlo.

—Perdone —comenzó él, nervioso—. Vine a ver a Lucía. Es que… Papá Noel ha venido a mi oficina. Me pidió que encontrara a una niña llamada Lucía para entregarle su carta personalmente.

La pequeña apareció de inmediato, escondiéndose tras su madre:

—¡Sabía que vendrías! ¡Espérame un momento!

Regresó con un sobre enorme decorado con copos de nieve y corazones. Encima decía: «¡Para Papá Noel, y que no lo vea mamá!».

—¡Si lo lee, mi deseo no se cumplirá!

—Prometo que llegará a sus manos —respondió Arturo, sonriendo.

En casa, no pudo resistir abrirla: «Querido Papá Noel: Me llamo Lucía. He sido muy buena. Por favor, tráeme un oso de peluche gigante. Y… un papá nuevo. Porque no tengo a nadie».

En Nochebuena, Arturo volvió a llamar a su puerta. Sofía abrió y se quedó sin palabras: allí estaba él, sosteniendo un enorme oso rosa.

—Papá Noel me pidió que se lo entregara a la buena niña Lucía —dijo Arturo.

Lucía saltaba de alegría, abrazando a su madre y a Arturo sin parar.

Sofía lo invitó a quedarse a cenar. En la mesa, la niña preguntó de pronto:

—¿Y lo otro que pedí?

—Eso es más complicado… —titubeó él.

—¿Qué más pediste? —inquirió Sofía, cautelosa.

—Le pedí un papá nuevo. Pero si ahora no tiene, ¿te puedes quedar tú?

Lucía bostezó y se durmió abrazando a su oso.

Los dos adultos se quedaron en silencio, sonrojados y sonriendo mientras la nieve cubría las calles como un manto suave. Y por primera vez en mucho tiempo, el piso se llenó de calor.

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Carta a Nicolás y el regalo del destino