Regalos que lo ponen todo en su sitio

**Regalos que lo ponen todo en su lugar**

Mateo y Lucía se preparaban para la boda. Todo iba según lo planeado hasta que los padres del novio anunciaron su «gran regalo»: habían comprado un piso. Mateo brillaba de felicidad, con los ojos iluminados, y dijo con orgullo:

—¡Siempre soñé con vivir en el centro! ¡Y por fin se ha hecho realidad!

Lucía sonrió, pero su sonrisa era suave, forzada. El centro, claro, tenía prestigio, pero no había parques, ni zonas verdes… Cuando piensas en el futuro, especialmente en los niños, no miras las fachadas, sino lo que te rodea. Mateo solo pensaba en la fachada. Y no solo en el sentido literal.

El piso lo compraron antes de la boda. Lucía ni siquiera protestó: el dinero era de sus padres, la decisión también. No era de esas que reclaman lo ajeno. Además, ella y Mateo habían acordado que sería algo temporal. Más adelante, cuando ahorraran, comprarían una casa juntos. Suya. Para su familia. En igualdad de condiciones.

Pero en aquella primera «fiesta de inauguración», las cosas no salieron como soñaban.

**Sueños y realidades: el primer golpe**

Cuando ambas familias se reunieron en el piso nuevo, Mateo lucía radiante, al igual que sus padres. Hubo brindis y felicitaciones. Lucía permaneció callada. Intentaba no mostrar lo ajena que se sentía a todo aquel revuelo por el «regalo». Sobre todo cuando el padre de Mateo declaró en voz alta:

—Nos ha costado un buen dinero. Así que lo lógico es que los padres de la novia paguen la boda. ¡Al fin y al cabo, nosotros les dimos un techo!

Las palabras quedaron suspendidas en el aire. Mateo no dijo nada. La madre de Lucía, Carmen, esbozó una sonrisa fría, y su padre asintió con un gesto.

—No hay problema. Nosotros también teníamos algo preparado. Nuestro regalo será igual de digno.

Al día siguiente, Lucía descubrió que sus padres y su padrastro le habían comprado… un piso. El suyo. Donde ella siempre había querido vivir: con parques, colegios, tranquilidad. Amplio, luminoso, no en el centro, pero sí en la vida. Y había otra sorpresa: un coche. De sus abuelos. Lucía también había puesto sus ahorros, no por avaricia, sino por justicia.

**Segunda inauguración: donde está la verdad, está el hogar**

Dos semanas después, Lucía invitó a todos—padres, sus parejas, Mateo y su familia—a celebrar en su nuevo piso.

—¿Dónde estamos? —preguntó Mateo, extrañado.

—Mis padres me regalaron un piso por la boda. Justo donde yo quería vivir. En un barrio pensado para vivir, no solo para presumir de vistas— respondió ella con calma.

Las caras de sus suegros se demudaron.

—¡Nosotros ya habíamos dado un regalo! —se quejó su suegra, Isabel. —¡Esto ya es demasiado!

—¿Demasiado? —replicó la madre de Lucía. —Simplemente igualamos las condiciones. Ustedes le dieron un piso a Mateo, nosotros a Lucía. Todo justo. En igualdad.

—¡Y además, un coche! —añadió la abuela, dejando las llaves sobre la mesa. —No cualquiera, sino uno bueno. Para que mi nieta no tenga que privarse de nada.

Mateo se levantó de un salto, agarró a Lucía del brazo y la arrastró a la cocina.

**La pelea después de la cual no hay vuelta atrás**

—¿Qué has hecho? Si los tuyos querían ayudar, podían haberlo hecho con la futura casa, ¡no humillándome!

—No he humillado a nadie. Mis padres me dieron un regalo, igual que los tuyos a ti.

—¡Me da vergüenza! —gritó él. —¡Me has dejado en ridículo!

—No, Mateo. Tú mismo lo hiciste cuando decidiste que tu opinión era la única que importaba. Que yo debía callarme y conformarme con lo que me daban sin preguntarme.

Salió de la cocina furioso. En el salón, los padres discutían:

—¡El marido debe ser el cabeza de familia! —vociferaba el padre de Mateo.

—Lo más importante es el respeto —replicó el padrastro de Lucía.

Ella aplaudió para llamar la atención:

—¡Basta! Los que quieran irse, que se marchen. Los demás, nos quedamos a celebrar. Porque la vida no es un mercado, es felicidad. Y felicidad es que te respeten.

**La vida después de una boda desigual**

Mateo se fue. Su madre cerró la puerta de un portazo. Lucía se quedó. En su piso. Con su familia, con un cordero en el horno, con una punzada de dolor en el corazón, pero con la cabeza clara.

Esa noche entendió algo fundamental: si alguien se molesta porque tú también tienes algo, es porque nunca planeó estar a tu altura. Le conviene que estés por debajo.

No hubo boda. Mateo intentó volver, primero con reproches, luego con súplicas. Pero ya era tarde.

Lucía se fue de vacaciones. Sola, al volante de su coche nuevo. A la casa de su abuela en el pueblo. Donde hay verde, paz, y donde siempre la esperan.

¿Se arrepintió de no haberse casado con Mateo? Al principio, sí. Pero luego comprendió: es mejor quedarse sola que vivir con alguien que, desde el primer día, se cree superior.

Y, saben qué…

Fue la mejor inauguración de su vida.

**Lección aprendida:** Cuando el amor no viene con respeto, no es amor—es una jaula disfrazada de regalo.

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