La Llave de las Dudas

*El Clave de las Dudas*

Cuando Laura se preparaba para casarse, sus amigas no paraban de contarle historias terroríficas sobre las suyhras. Cada una tenía su propio ejemplo aterrador: una hablaba de préstamos, otra de intrigas, la tercera de odio descarado. En sus relatos, las madres de los maridos eran auténticos monstruos, desgarrando familias jóvenes sin piedad.

Laura escuchaba, asentía, y en algún momento, sin darse cuenta, empezó a temerle a su futura suegra. Por eso, cuando su relación con Javier se tornó seria, comenzó a preguntarle con cuidado, casi de pasada:

—¿La visitas a menudo? ¿Influye en tus decisiones? ¿Te ayuda económicamente?

Javier se reía:

—¿Qué interrogatorio es este? Mi madre es una persona normal. Le agradezco, claro, me crió. Pero no se mete en nuestras vidas.

Estas palabras la aliviaron un poco, pero la semilla de la desconfianza ya había germinado. Cuando Javier la llevó a conocer a Carmen Martín, Laura estaba preparada para lo peor. Pero se encontró con una mujer cálida y amable, que se derretía en halagos:

—¡Qué preciosidad eres! ¡Tú y mi Javier tendrán hijos hermosos! Cómo anhelo ser abuela…

Al principio, todo parecía ir bien. Carmen no interfería, no llamaba a todos horas ni aparecía sin aviso. A veces pedía ayuda a su hijo—su marido había fallecido años atrás, y le costaba manejar todo sola. Laura mantenía distancia, sin acercarse demasiado. Hasta que un día, sus amigas hablaron:

—No te engañes—dijo Rocío, rodando los ojos—. Primero son todas “cariño, tesoro”, pero luego sacan las uñas. La mía igual, hasta que empezó a despreciarme porque “no soy de su clase”. ¡No te fíes!

—Exacto—añadió Lucía, que había pasado por un divorcio amargo—. La mía juró lealtad, y luego nos metió en un préstamo, se quedó el dinero, y ahora lo pagamos nosotros. Una suegra es una bomba de relojería.

Laura intentó defenderla:

—Pero Carmen no es así. Es buena, educada…

—”Es”—murmuró Rocío con escepticismo—. Ya verás.

Y pronto surgió la duda. Una tarde, Javier se acercó a su esposa:

—Cariño, mamá nos pide un préstamo. Quiere comprar una parcela con casita. ¿Te importa si usamos nuestros ahorros? Total, aún estamos juntos.

Laura se tensó:

—Es mucho dinero. ¿Seguro que lo devolverá?

—Claro. Dice que venderá unas acciones de mi padre y nos pagará.

Laura recordó las palabras de sus amigas.

—No me gusta esto. ¿Para qué quiere una parcela ahora?

Pero Javier insistió, convencido. Ella cedió.

Cuando se lo contó a Rocío y Lucía, montaron un drama:

—¡Ya empezó! Adiós al dinero, adiós al piso… Ingenua.

El tiempo pasaba, y Laura no podía evitar pensar: *¿Y si tienen razón?*

Un día, durante una visita, decidió enfrentarlo. Entró en la cocina, donde Javier y Carmen hablaban en voz baja. Con firmeza, dijo:

—Necesitamos hablar.

Carmen sonrió:

—Justo íbamos a hablar contigo—. Sacó una cajita.

El corazón de Laura latió con fuerza. ¿Qué trampa esperaba?

—Es vuestro regalo de bodas—dijo Carmen—. Lo prometí, y ahora es el momento.

Javier asintió:

—Ábrela.

Dentro había una llave.

—¿Qué…?

—Es de tu piso—dijo él.

—¿Pedisteis un crédito?

—No—sonrió—. Mamá nos lo ha comprado.

Carmen asintió:

—Cuando murió mi marido, vendí sus acciones. El dinero creció. Queríais ese piso, así que os lo he regalado. Lo hicimos así para sorprenderte. Vuestros ahorros completaron la diferencia.

—¿En serio?—susurró Laura, aturdida.

—Sí—dijo Carmen—. Está a vuestro nombre.

Las lágrimas brotaron. El miedo, las dudas… se esfumaron. Abrazó a Carmen con fuerza.

—¡Muchísimas gracias! ¡Nunca lo olvidaremos!

Carmen solo musitó:

—Sed felices. Os quiero.

Más tarde, sus amigas callaron al escucharlo. Luego, cínicas:

—¿Segura que está a vuestro nombre?

Laura sonrió:

—Seguro. Del piso… y de ella.

Ellas no cambiaron. Pero Laura aprendió: no todas las suegras son iguales. A veces, tras las sospechas, hay bondad. Lo importante es no juzgar antes. Y no escuchar a quienes solo ven lo peor en los demás.

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