**Confianza Rota: Una historia de traición imperdonable**
—¡Ay, Lucía! Hola, cariño —se sobresaltó la suegra al abrir la puerta—. Creímos que llegarías pasado mañana.
—Buenas noches, Valentina —respondió Lucía con calma, abrazándola—. El trabajo me reclama el lunes, me acortaron las vacaciones… Decidí volver antes. ¿Están aquí mi marido y mi hijo?
La suegra dudó antes de hablar.
—Carlos está aquí, pero Antonio… salió a acompañar a su compañera de trabajo, Laura. ¿No habéis hablado?
Ahora fue Lucía quien se quedó helada.
—No contestaba mis llamadas. ¿Y quién es esa Laura, si puedo saberlo?
—No es nada importante —tartamudeó Valentina—. Antonio trajo a Carlos este fin de semana, y Laura… solo estaba en el coche. Yo… la invité a tomar un café y pastel.
—Claro, como no invitarla. ¿Dónde están ahora? ¿Hace mucho que se fueron?
—Un par de horas —respondió la suegra, bajando la mirada.
—Perfecto —murmuró Lucía con frialdad, dirigiéndose a su hijo.
Por dentro, la rabia la consumía. Abrazó a Carlos, de cinco años, lo tomó de la mano y, tras una breve despedida, se marchó. Durante el trayecto, el niño parloteaba alegre:
—¡Papá y la tía Laura me compraron helado, fuimos al parque y luego a casa de la abuela! ¡Fue súper divertido!
Lucía asentía mecánicamente, pero su mente era un remolino. Por primera vez en diez años, se había ido sola de vacaciones —había ganado un viaje a un balneario por su antigüedad en la empresa. Una oportunidad para recuperarse de los años luchando contra la gastritis y las úlceras. Antonio le había insistido:
—Ve. Mi madre me ayudará con Carlos.
Había dudado, pero él la convenció. Y ahora su hijo hablaba de una tarde encantadora con *la tía Laura*. Esa Laura, de quien no sabía nada, ya compartía helados con su niño y merendaba con su suegra.
Pasada la medianoche, sonó el teléfono.
—Luci… Hola… Se me agotó la batería, perdona —masculló Antonio.
—Hola. ¿Dónde estás?
—En casa de mi madre. Nos quedamos a dormir con Carlos. Todos están durmiendo…
—Qué curioso. Porque yo estoy en casa. Carlos duerme en su cama… y tú no estás aquí. ¿O es que te escondes en el armario?
Su tono era contenido, pero cargado de furia. Antonio guardó silencio antes de colgar bruscamente.
Cuarenta minutos después, llamaba a la puerta.
—No empieces. Al final lo sabes… Sí, existe Laura.
—¿Estás loco? ¿La llevaste a casa de tu madre? ¿Dejaste que mi hijo pasara tiempo con ella?
—Quería ver si encajaría… con mis padres, con Carlos…
Lucía sintió que el suelo cedía bajo sus pies. No era una pesadilla. Era su vida.
—¿Pretendes colar a tu amante en nuestra familia? ¿El siguiente paso sería presentármela?
—No exageres. No sabía que volverías hoy.
Las lágrimas brotaron, no por la infidelidad, sino por su frialdad. Hablaba como si eligiera un mueble nuevo.
Él se fue a dormir.
A la mañana siguiente, Lucía dejó a Carlos en la guardería y fue a casa de su suegra.
—Valentina, dígame una cosa: ¿por qué me ha hecho esto? ¿En qué le fallé? La cuidé cuando se rompió la cadera, preparé conservas para su casa de campo. ¿Por qué me traicionó?
La mujer bajó la vista.
—Perdóname. Antes de tu viaje, yo no sabía nada. Pero luego… no pude negarme a Antonio. Es mi hijo.
—¿Y yo qué soy? —susurró Lucía.
No hubo respuesta. Dio media vuelta y se marchó.
Esa noche, Antonio estaba en casa.
—Creo que lo del divorcio está claro. Hablemos de cómo dividir el piso.
—¿Qué piso? ¿El que heredé de mi padre un mes antes de casarnos?
—Pero yo invertí en él. Las reformas…
—Dinero de tus padres, no tuyo. Considérenlo una inversión en la casa de su nieto.
Su rostro se crispó.
—¡La mitad es mía!
—Olvídalo —sentenció ella—. Tras lo que has hecho, no hay nada que repartir.
Antonio empezó a gritar, escupiendo insultos y crueldades. Lucía se arrimó a la pared, temblorosa. Carlos se despertó y salió corriendo de la habitación, asustado. Eso la salvó. Ante el niño, él no se atrevió a continuar. Se marchó.
Presentó la demanda de divorcio. No pudo reclamar el piso.
Pasó un año.
Al principio, Carlos visitaba a su padre. Luego dejó de hacerlo: Laura, la nueva esposa de Antonio, no lo aceptaba. Tampoco congenió con Valentina.
Lucía decidió que era hora de cerrar el capítulo. Vendió el piso y se mudó a Marbella. Allá donde estaba aquel balneario. Un lugar para empezar de cero. Y por primera vez… solo para ella.