Cuando mamá dijo «no»: cómo Nadia salvó un matrimonio ajeno
Nadia freía berenjenas cuando llamaron a la puerta. Al abrir, vio a su hijo, Alejandro, de pie con una maleta y mirada cansada.
—Mamá, me he separado de Lucía —suspiró él desde el umbral.
—¿Cómo que te has separado? —replicó Nadia, sorprendida.
—Estoy harto. No cocina, no ordena la casa, no trabaja… —hablaba casi al borde del llanto—. ¿Puedo quedarme aquí un tiempo?
—No —respondió Nadia con firmeza, limpiándose el aceite de las manos sin apartar la mirada.
Alejandro se quedó desconcertado:
—¿Qué quieres decir con que no?
—Exactamente eso. No te quedarás. Pero siéntate, come algo y luego hablamos.
Alejandro devoró el cocido con pan como si llevara días sin probar bocado. Entre cucharadas, se quejaba:
—Antes de casarnos, salíamos a restaurantes y era divertido. Luego pensé que la comida aparecería sola en la mesa. Pero ella, como una niña, busca recetas en internet: o le queda salado o crudo. Fingía que estaba bueno, pero apenas podía tragarlo.
—Pero lo intenta, hijo —suspiró su madre—. No todos saben cocinar de entrada. Y tú solo criticas.
—¿Que lo intenta? ¿Y el desastre en la casa? La ropa por todas partes: en las sillas, en la cama, hasta en el baño. El armario parece después de un temporal. O se echa la siesta o se pasa horas con el ordenador. Yo recojo sus cosas, y cuando le digo algo, se pone a llorar.
—Es joven e inmadura —repuso Nadia con calma—. ¿Y tú? ¿Tan mayor eres? Un hombre debe dar ejemplo, con amor, y entonces la mujer cambiará.
—Pero yo la quiero…
—Y ella no lo siente. Ahí está el problema.
A la mañana siguiente, mientras Alejandro salía al trabajo, Nadia llamó a Lucía:
—Hija, voy a pasarme por tu casa, charlamos un rato.
Compró alimentos y llegó al piso. Lucía abrió la puerta, aún somnolienta.
—¿Despediste a Alejandro al trabajo? —preguntó Nadia, entrando en la cocina.
—¿Para qué? Se fue solo, con un café y un bocadillo. ¿Por qué?
—¿Y eso te parece normal? Media mañana y tú recién levantada. Y la cocina… parece un campo de batalla.
—Perdone… me acosté tarde… estaba en el ordenador…
—Lucía, te quiero como a una hija. Vine para ayudarte. Vamos a limpiar y haremos la comida.
—Puedo sola… Alejandro y yo lo solucionaremos.
—Como quieras. Pero después no vengas a llorar. Toma, te traje comida.
—Gracias. No se enfade.
Pasaron los días. Alejandro frecuentaba más la casa de su madre, incluso mintió a Lucía diciendo que tenía un viaje de trabajo. En realidad, solo huía de su hogar.
—Estoy harto —se quejaba—. No lee, no tiene intereses. Solo compras y videojuegos. No quiere trabajar. Pide que le compre cosas. No soy un cajero.
Nadia escuchaba sin discutir. Pero una tarde, Lucía apareció en su puerta, llorando.
—Mamá… no me quiere… llega tarde, no habla… dice que se arrepiente de casarse… Es usted quien lo ha criado así.
—¿O será que tu madre no te enseñó ciertas cosas? ¿Crees que solo el hombre tiene obligaciones? La mujer también. Vivir juntos es trabajo, no un paseo.
Hablaron largo rato. Nadia aconsejó, guió, insistió. Acordaron que Lucía aprendería a cocinar, ordenaría la casa y buscaría trabajo.
Pasaron meses. Nadia ayudó a su nuera a encontrar empleo y le enseñó a hacer cocido y tortilla de patatas. Una noche, la invitó a cenar. La mesa estaba llena de platos caseros.
—Mamá, Lucía es un tesoro. Cenamos como en un restaurante. Aprendió rápido.
Nadia contuvo las lágrimas y le dio una palmadita a Lucía:
—Bien hecho, hija. Todo está en tus manos.
La vida mejoró. Desayunaban juntos, cocinaban juntos, compartían tareas. Alejandro dejó de quejarse, y Lucía, de llorar.
Cinco años después, nació su hija. En el primer cumpleaños, reunieron a la familia. Tras la comida, Lucía se acercó a su suegra:
—Mamá, gracias. Sin usted, nos habríamos separado. Yo era tan tonta…
—No eras tonta, solo inexperta. Ahora tienes una familia.
—Quiero volver al trabajo pronto. ¿Me ayuda con la niña? Turnándonos con mi madre.
—Claro, tonta. Es una alegría cuidarla.
Desde entonces, Nadia pasó de ser suegra a amiga. Ahora tienen dos hijos. Ella, ya jubilada, disfruta de sus nietos. Y cuando alguien le pregunta cómo salvó un matrimonio, responde:
—Siempre apoyo a las mujeres. Por eso mi hijo también recibe su merecido si no actúa como un hombre.