**Diario Personal**
Hoy fue un día que me quitó la venda de los ojos. Iba a casa de mi suegra a recoger a mi mujer después de otra “pequeña discusión”. Aparqué el coche frente al viejo edificio de nueve plantas, me ajusté el cuello de la camisa y me dirigí al portal. Casi llegaba a la puerta cuando algo me llamó la atención: alguien asomado a la ventana del primer piso. Era mi madre, Carmen Martínez. El corazón me dio un vuelco.
—¿Mamá? ¿Qué haces aquí? —pregunté, desconcertado.
—Silencio —me susurró—, ven aquí.
—¿Qué pasa? —fruncí el ceño.
—Acércate y escucha —dijo señalando la ventana entreabierta.
Desde el piso de mi suegra llegaban voces femeninas. Hablaban sin tapujos. Era Estela, mi mujer, y su madre, Doña Marisol.
—Mamá, si hubieras visto sus caras. Sobre todo la de la suegra: «¡Ay, qué culpa tengo, no cuidé al nieto!» —Estela soltó una carcajada—. Todo salió como planeé. Y mi Javier, un cielito: corre a salvarme como un perrito fiel. Hasta me llevó al hospital. Sabía que si no le presionaba con ese “embarazo”, jamás me pediría casarse.
—Estela… eso es ruin —dijo su madre con voz vacilante.
—No entiendes nada. Lo importante ahora es quitarle ese piso en el centro. Tienen tres habitaciones, ¿recuerdas? Ya les dije que teníamos que vivir juntos por el “bebé”. Luego, poco a poco, los viejos se irán. Lo mejor es que Javier lo tragará todo. No es de los que gritan o dan portazos. Se le puede manejar en silencio… como a mí me convenga.
Me quedé helado, como si me hubieran arrancado el corazón. No podía moverme. A mi lado, mamá me apretó la mano.
—¿Lo has oído? —preguntó en voz baja.
Asentí. Mi rostro estaba pálido como el papel.
—Vámonos.
Subimos al piso. Toqué el timbre con fuerza. La puerta la abrió Estela, radiante, aún saboreando sus propias palabras.
—¡Cariño! ¿Tan pronto? —dijo con una sonrisa forzada.
—No pierdas tiempo. Ya recogerás tus cosas mañana —dije con calma—. Y presentaré el divorcio.
—¿Qué? ¿Estás loco? ¿Por qué?
—Porque lo he escuchado todo. Lo del “embarazo”, lo del piso, lo de que soy tan “manejable”. Gracias por demostrar quién eres tan rápido.
Estela intentó hablar, pero las palabras se ahogaron en su garganta.
Mamá solo le lanzó una mirada a su ex futura nuera:
—Yo me culpaba. Pensaba que no te había aceptado, que no supe conectar. Pero el corazón de una madre siempre sabe. Solo que no quería verlo.
Nos fuimos. No miré atrás. El pecho me pesaba menos, como si al fin hubiera soltado una losa. Caminaba en silencio, y mamá, por primera vez en años, no decía nada. Solo apretaba mi mano. Un apoyo callado que valía más que mil palabras.







