**La máscara de la madre perfecta: La hipocresía de la cuñada**
—¡Es indignante! Siempre sube fotos con su hija en las redes sociales, llenas de palabras empalagosas, ¡y hace cuatro años que no se acuerda de ella! ¡Qué farsa más repugnante! —La voz de Lucía temblaba de rabia mientras compartía con su amiga el dolor que le corroía el corazón.
Sentada en una cafetería de Zaragoza, Lucía hablaba de su cuñada, que llevaba años trabajando en el extranjero, olvidándose de su hija.
—Vale, durante la pandemia no pudo venir. ¡Pero ya antes le importaba un bledo la niña! Solo publica fotos para que todos crean que es una madre amorosa. ¿Cómo puede abandonar a su hija por dinero? —Lucía apretó tanto la taza que los nudillos se le pusieron blancos.
La sobrina de su marido, Jimena, de 14 años, vivía como una huérfana con madre. La abuela, que ya pasaba de los 70, apenas podía con la adolescente.
—Mi cuñada es una artista creando ilusiones —continuó Lucía—. Pero yo veo a Jimena y se me parte el alma. La niña crece sin madre, y ella solo manda dinero, como si con eso bastara.
Lucía y su cuñada, Martina, tenían la misma edad. Lucía tenía dos hijos, una hipoteca y, a pesar de las dificultades, una familia feliz. Ella y su marido intentaban llevar una vida tranquila, pero la sombra de Martina, la hermana de su esposo, siempre planeaba sobre ellos.
—Sus consentían a Martina —explicaba Lucía—. Cuando enviudó hace nueve años, lo hicieron todo por ella: cuidaban a su hija, le daban dinero. Y luego, al poco tiempo, conoció a un alemán, se casó y se fue a vivir a Alemania.
Martina no planeó llevarse a Jimena. Decía que primero se instalaría y luego la traería. Pero los años pasaron, y nunca volvió. En Alemania, Martina trabajaba como fotógrafa para una agencia de moda, ganando bien. Su marido tenía dinero, y ella podría haberse dado la vida sin trabajar.
—A todos les dice que en Europa no se estila llevar a los hijos de matrimonios pasados con la nueva pareja —decía Lucía con amargura—. Que Jimena se aburriría, que nadie le haría caso. ¡Son excusas! Le resulta más fácil vivir sin su hija.
Jimena esperó a su madre durante años. Los primeros cinco creyó que volvería por ella, pero luego dejó de soñar. Martina decía que la niña debía terminar el colegio en España o no tendría futuro. Lucía solo veía evasivas.
—Prefería mandar dinero y fingir ser madre desde lejos —suspiraba—. Nos dejó todos los problemas a nosotros.
El cuidado de los padres de Martina y de Jimena cayó sobre el marido de Lucía, Javier. O los vecinos les inundaban el piso, o el padre necesitaba una operación, o se les caía el tejado de la casa rural. Ellos corrían de un lado a otro, mientras Martina solo transfería dinero, como si eso la eximiera de responsabilidad.
Hace un mes, Martina apareció de repente en Zaragoza. No se separó de Jimena, la llenó de regalos y la fotografió para las redes. La niña, conteniendo la respiración, esperaba que por fin se la llevara. Pero no sucedió. Cuando Martina se marchó sola, Jimena lloró escondida en su habitación. Lucía intentó consolarla, pero ¿qué podía decir?
—Los padres envejecen, les cuesta con la adolescente —decía Lucía a su amiga, con la voz quebrada—. Jimena no es fácil, hay que estar pendiente. Y Martina solo paga. Dice: «Yo lo cubro todo, y vosotros os apañáis». Pero a Jimena le duele. ¡Javier y yo vamos a las reuniones del colegio, le ayudamos con los deberes! ¿Y su madre?
Una vez, Lucía estalló y le escribió a Martina, intentando hacerle ver cómo su indiferencia hería a Jimena. Pero su cuñada le espetó:
—¡No te metas en nuestra familia! ¡No es asunto tuyo!
—¿Que no es mi familia? —se indignaba Lucía—. Entonces, ¿por qué cargo con sus problemas? La suegra, claro, defiende a su hija, como cualquier madre. Martina eligió el camino fácil: ni ancianos ni adolescentes. Pero en redes, ¡es la madre perfecta! Su perfil está lleno de fotos felices, y en la vida real, solo vacío. ¡Qué hipocresía!
Lucía miró por la ventana de la cafetería, donde la lluvia dibujaba rayas en el cristal. Pensó en Jimena, que cada tarde revisaba el móvil esperando un mensaje de su madre. En sus suegros, agotados por cargar con responsabilidades ajenas. Y en ella y Javier, atrapados en una carrera sin fin entre sus problemas y los de otros.
Mientras, Martina seguía con su vida despreocupada, subiendo fotos nuevas con la leyenda «Mi niña bonita». Pero Lucía sabía la verdad: tras esas imágenes bonitas latía el corazón roto de una adolescente y una familia abandonada por la ilusión de una libertad falsa.
¿Qué opinas de una situación así?