El novio se escapó

El novio escapó

La llamada llegó al amanecer. Nadia, aún medio dormida, escuchó la voz ronca y nerviosa de Víctor al otro lado:

—Nadia… necesito decirte algo… —Hizo una pausa, como buscando las palabras—. Lo he pensado bien… No estoy preparado. Para casarme, quiero decir. Estoy confundido. Ni siquiera sé lo que siento por ti ahora.

Nadia se quedó helada. Le latía el corazón en los oídos. Forzó las palabras:

—¿En serio? ¿Una semana antes de la boda?

—No habrá boda —afirmó él, con una seguridad ensayada.

—¿¡Qué!? —exhaló ella.

—Quiero empezar de nuevo. Mi carrera, mis metas… Tú mereces algo mejor.

Click. Colgó.

Nadia permaneció inmóvil. Luego, como en un sueño, se levantó, fue al armario y sacó una botella de coñac. Bebió directamente del vaso. Sin picar nada. Sin saborearlo. Sin pensar.

Y entonces… gritó con tal fuerza que las paredes parecieron encogerse de dolor.

Su historia había durado cuatro años. Parecía amor de verdad. Todo empezó por casualidad: Nadia llevó su portátil a reparar al taller donde trabajaba Víctor. Cuando se lo devolvió, le pidió su número. A los pocos días, la invitó a salir. Ella aceptó. Y así comenzó todo.

A los seis meses, él le confesó que quería irse al extranjero. Allí habría más oportunidades, decía.

—¿Vendrás conmigo? —preguntó, casi sin creer que aceptaría.

Pero ella fue.

Lo dejó todo: su trabajo, sus amigos, su familia. Porque lo amaba. Porque confiaba. Porque él lo era todo para ella.

Él se fue primero, para “organizarse”. La recibió en el aeropuerto sin flores, sin sonrisa, sin brillo en los ojos.

—¿No estás contento? —preguntó ella en voz baja.

—Sí, solo estoy cansado. Problemas.

No la llevó a un piso, sino a un hostal, a una habitación separada por una cortina.

—Pensé que habías alquilado algo…

—Lo hice al principio —murmuró—. Pero se acabó el dinero. No encuentro trabajo.

Nadia lo abrazó. Le dijo: “Saldremos adelante”. Y se puso a trabajar. Donde fuera: limpiando, lavando, paseando perros. Hacía lo que fuera necesario.

E incluso lo ayudó a él. Habló con un cliente, le rogó. Le dieron una oportunidad.

Poco a poco se estabilizaron. Alquilaron un piso. Soñaban con el futuro. Pensaban en formar una familia.

Pero Víctor no duraba en ningún empleo. Lo despedían rápido. Nadia cargaba con todo. De nuevo el hostal, de nuevo la incertidumbre. Ella trabajaba. Él “se buscaba a sí mismo”.

—Víctor, ¿no crees que ya basta? —estalló Nadia un día—. Llevamos casi dos años como vagabundos. En casa teníamos una vida. Aquí solo sobrevivimos. Volvamos.

Él guardó silencio. Luego asintió. Un mes más tarde, estaban de vuelta.

Nadia recuperó su antiguo trabajo. La recibieron con alegría. A él lo tomaron por recomendación, a prueba. Lo superó. Se emocionó como un niño.

Dos semanas después, él le propuso: “Vamos al registro civil”.

Nadia brillaba de felicidad. Prepararon la boda. Ella vivía con sus padres. Ni hablar de mudarse con él antes de casarse.

—Mis padres no aprueban las parejas de hecho —explicaba.

—¿Y por qué te fuiste conmigo al extranjero? —se burlaba él.

—Les dije que iba a visitar a una amiga. No les conté la verdad.

Él se reía. Ella soñaba.

Pero pronto se enredó en otro proyecto. Pasaron dos semanas sin llamadas ni mensajes. Y de pronto, se dio cuenta: no la echaba de menos.

—Y yo que iba a casarme… —pensó—. ¿Para qué? ¿Para siempre? ¿Estoy seguro de que es lo que quiero?

Tomó la decisión. Llamó.

Después de aquella mañana, Nadia pidió la baja médica. Pasó una semana en la cama. Lloró. No comió. No vivió.

Hasta que la ira despertó.

—¿Así que estaba confundido? ¿Que no sabía lo que sentía? —susurraba al vacío—. ¿Y yo? ¿La que lo siguió a otro país? ¿La que trabajó por los dos? Ni siquiera tuvo valor de decírmelo a la cara. Por teléfono. Cobarde.

Primero fue el dolor. Luego, la determinación.

—¡Y menos mal! —se repetía—. No fui yo quien lo dejó, fue él quien me dejó a mí. ¡Y es lo mejor que pudo pasarme! ¿Que el novio escapó? ¡No fui yo la que perdió, fue él! Ahora lo sé: yo soy lo primero. No más sacrificios. Solo adelante. Solo yo.

Salió a la calle. La ciudad estaba en flor. La primavera cantaba en cada esquina. Caminó sonriendo, por primera vez en mucho tiempo. El sol brillaba solo para ella.

Sí, los recuerdos duraron. Las lágrimas también. Las preguntas sin respuesta. Pero no llamó. No suplicó. No pidió explicaciones.

—Basta —se decía—. Fue una lección. Gracias por eso. Ahora soy más fuerte. Soy inteligente, hermosa, lo tengo todo por delante. Solo tengo que caminar. Sin mirar atrás.

A los meses, juntó todos los regalos, fotos y pequeños objetos que le recordaban a él. Los guardó en una caja y la dejó junto al contenedor.

—Es hora de ordenar —le dijo a su madre con una sonrisa.

¿Y Víctor?

Sigue… viviendo. Dicen que sigue buscando trabajo.

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