«¡Liberen a la persona!: solo estuve de acuerdo…»

—¿A dónde crees que vas? —preguntó Lucía con tono contenido, viendo cómo su marido se ponía una camisa limpia.

—Quedé con los chicos. Tomaremos unas cervezas y charlaremos —contestó Daniel sin siquiera mirarla.

—¿Y cuándo piensas pasar tiempo conmigo? —Intentó sonreír, pero solo le salió una mueca amarga.

—¡Pero si siempre estás trabajando! ¿Cómo iba a saber que hoy saldrías antes?

La pregunta parecía lógica, pero ya eran demasiadas excusas, demasiado convenientes. Y Lucía estaba harta. Harta de ser la que todo lo entiende, lo perdona… y lo paga.

Al principio, creyó haber encontrado al amor de su vida. Daniel era atento, humilde, un poco más joven… ¿Pero qué importa la edad si las almas se entendían? Los presentaron amigas de su madre, celebraron una boda y se mudaron a su amplio piso en Madrid. Él trabajaba… más o menos. Pero a ella le alcanzaba. Para los dos.

Las primeras señales llegaron al año. Una infidelidad. Luego otra, y otra más. Disculpas, lágrimas, promesas. Y tras ellas… compras. Una consola, un ordenador, un móvil nuevo… Hasta que llegó el coche.

—Cariño, ¡será práctico! Te recojo del trabajo, llevo al niño al cole… —fantaseaba Daniel.

—Primero empieza por aparecer por casa —le espetó ella. Pero el hábito de perdonar era más fuerte.

Hasta que una mañana de domingo sonó el teléfono.

—¡Déjale en paz a Daniel! —gritó una voz femenina al otro lado.

—¿Perdona? ¿Quién eres?

—¡Nos queremos! ¡Y tú solo estorbas!

Lucía escuchó en silencio.

—¿Tan segura estás de que vuestro amor vale más que el dinero? —preguntó al final.

—¡Claro que sí!

—Pues comprobémoslo.

—¿Cómo?

—Llévatelo. Para siempre.

Colgó y, con calma, metió sus cosas en una maleta.

Diez minutos después, Daniel regresó. Se quedó en la puerta, mirando el equipaje.

—¿Nos… vamos a algún sitio?

—Tú sí. Adonde quieras.

—¿Qué dices?

—Lo que oyes. Nos divorciamos.

—¿Por una tonta? ¡Era una broma, Lucía! ¡Queríamos formar una familia! ¡Y el coche!

—Sí. Ahora me compraré el coche yo sola. Sacaré el carnet yo sola. Y si quiero un niño, también será sin ti. Gracias por la motivación.

Él intentó discutir, suplicar, manipular. Pero Lucía permaneció serena.

Un año después, bajó de su flamante coche en el parking del centro comercial. Carnet de conducir en la cartera, mirada segura, sonrisa tranquila. Y un vestido nuevo, el favorito de su actual pareja: un hombre maduro, de verdad, sin pretensiones.

Al ver a Daniel a lo lejos, Lucía posó en él la mirada un instante.

—¿Te compraste ese modelo? Pero… yo quería uno negro.

—Yo lo quise rojo. Y lo tengo.

Siguió caminando, dejándolo atrás en la sombra. Sin palabras. Sin arrepentimientos. Sin él.

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MagistrUm
«¡Liberen a la persona!: solo estuve de acuerdo…»