Mi suegra casi acaba con mi hijo con sus “cuidadosos” métodos. Y mi marido solo se encogió de hombros…
No sé cómo explicárselo a Valentina, mi suegra, pero parece que no entiende que su “amor” ciego y su medicina casera podrían costarle la vida a nuestro niño. Sí, en teoría los dos queremos lo mismo: un nieto sano y feliz. Pero sus métodos están convirtiendo mi vida en una pesadilla y a mi hijo en un conejillo de Indias.
Todo empezó cuando Adrián comenzó la guardería. Acababa de cumplir tres años y, como suele pasar, empezó a enfermar casi cada semana. Dos días en clase y otra vez fiebre, mocos, tos, varicela… Yo había vuelto al trabajo en una aseguradora tras la baja maternal, y allí nadie hacía concesiones. Los permisos por enfermedad eran problema mío. Tuve que pedir ayuda a mi suegra. Vive cerca, está jubilada y aceptó encantada.
Pero pronto quedó claro que Valentina no tiene ni idea de medicina, aunque está convencida de saberlo todo. Empezó a “curar” a Adrián a su manera: jarabes, gotas, pastillas… todo recomendado por la vecina o sacado de algún programa de televisión. Yo le dejaba instrucciones: qué, cuándo y en qué dosis. Pero mi suegra ignoraba mis notas. Y yo callaba. Porque no podía dejar a mi hijo solo, y no tenía a nadie más a quien pedir ayuda.
Hasta que un día Adrián empezó a ahogarse. Volví antes del trabajo— intuición, destino, no lo sé. Su cara se hinchaba, los ojos se le llenaban de lágrimas y los labios se le pusieron morados. Lo entendí al instante: alergia. Encontré en la nevera una ampolla de dexametasona que guardaba para emergencias, le puse la inyección. Media hora después, empezó a respirar.
Casi me vuelvo loca. Luego abrí el botiquín de mi suegra y todo cobró sentido. Le había dado al niño un jarabe para la tos, unas gotas “para subir las defensas” y unas pastillas de colores que le “había recomendado la vecina del sexto”. Esas gotas “milagrosas” provocaron la reacción.
No pude callarme más.
—Valentina, por favor, no le des nada a Adrián que yo no haya aprobado. Todos los medicamentos necesarios los dejo escritos, con dosis y explicaciones. ¡Podría haber muerto!
—Marisol, pero si solo quería que se curase antes. ¿Qué tiene de malo un poco de tos y mocos? Un jarabe, unas gotitas…
—¡Esas gotitas podían matarlo! ¿Por qué no llamaste a una ambulancia?
—Bueno, la ambulancia… ¿Y si era una tontería? Total, llegaste a tiempo, no pasó nada. ¿Acaso alguien ha muerto por amor?
En ese momento entró mi marido.
—¿Qué pasa aquí?
Mi suegra, con falsa ofensa:
—Tu mujer dice que no cuido bien de Adrián. A ver si ahora va a quedarse con él ella sola.
—Marisol, ¿por qué exageras? —intervino Javier—. Mi madre nos ayuda: hace la comida, cuida al niño. ¿Para qué regañarla?
—¿Sabes que por su “ayuda” Adrián casi muere? ¿Que le dio algo que le provocó una alergia brutal? Si hubiera llegado más tarde, no habría podido salvarlo.
—Venga, ¡al final todo salió bien! Mamá no le dará más medicamentos, ¿verdad?
—Claro. Solo quería lo mejor…
Entonces lo soltó sin más:
—Basta. Vamos a cenar, que tengo hambre.
Me entraron ganas de gritar. Pero me callé. Cuando Valentina se fue, intenté hablar con Javier.
—¿Entiendes lo que ha pasado? ¿Viste cómo estaba tu hijo?
—Lo vi. Pero mamá ha prometido que no lo hará más.
—Ha prometido… ¿Y qué garantía hay de que mañana no le dará otra cosa?
—Sabes que quiere a Adrián. ¿Qué quieres que haga? ¿Contratar a una canguro?
—¡Sí!
—¿O sea, no confías en mi madre pero sí en una desconocida?
—Después de lo que he visto, sí. Porque una canguro, al menos, no experimentará con medicamentos. Empezaré a buscar. Y si hubieras visto cómo se ahogaba, me entenderías.
Esa noche no pude dormir. Soñé que Adrián se volvía azul y yo no llegaba a tiempo. Que me quedaba atrapada en el ascensor mientras él estaba ahí solo, con su “cariñosa” abuela y un puñado de pastillas.
Por la mañana abrí el portátil y empecé a buscar canguros. Quizá sea una desconocida, pero al menos podré enseñarle a seguir mis instrucciones. Y lo más importante: no me ocultará lo que le da a mi hijo.
Tal vez mi suegra quisiera lo mejor. Pero demasiadas veces la buena intención lleva directo a urgencias.