—Elena Ivánovna, soy Oksana, y este es su nieto Misha. Tiene seis años.
En un pequeño pueblo del sur de los Urales, donde las calles se pierden entre el verdor y la vida transcurre sin prisas, mi destino dio un giro brusco. Yo, Elena Ivánovna, volvía del trabajo cuando escuché que alguien me llamaba por mi nombre. Al girarme, me quedé paralizada: frente a mí había una mujer joven con un niño de unos seis años. Dio un paso hacia mí y pronunció unas palabras que helaron mi sangre: «Elena Ivánovna, me llamo Oksana, y este es su nieto, Misha. Ya tiene seis años».
Me quedé sin palabras. Eran completos desconocidos, y sus palabras cayeron como un rayo en cielo despejado. Tengo un hijo, Igor, un hombre apuesto y exitoso que está labrando su carrera y espera un ascenso. Pero no está casado, y aunque he soñado con ser abuela, jamás imaginé que llegaría de repente, de manos de una extraña. La conmoción dio paso a la confusión: ¿cómo podía no saber que tenía un nieto durante seis años enteros?
Quizá todo fuera culpa mía. Crié a Igor sola, trabajando en dos empleos para asegurarle un futuro. Me enorgullezco de sus logros, pero su vida personal siempre me inquietó. Igor cambiaba de novias como de camisas, sin establecer vínculos duraderos. Nunca me metí, aunque en el fondo recordaba mi propia juventud: apenas tenía veinte años cuando lo tuve. Sin marido, sin apoyo, sacrificué mi juventud, ahorrando hasta en lo más básico. Solo hace unos años, Igor me regaló un viaje al mar; fue la primera vez que vi las olas. No me arrepiento de nada, pero el deseo de tener nietos siempre latió en mí.
Y ahora estaba Oksana con Misha frente a mí. Su voz temblaba, pero hablaba con firmeza: «Tardé mucho en decidirme, pero Misha es su familia. Usted merece saberlo. No le pido nada, yo puedo criarlo sola. Aquí tiene mi número. Si quiere verlo, llámeme».
Se fue, dejándome hecha un lío. Llamé a Igor de inmediato. Él estaba tan aturdido como yo. A duras penas recordó que, años atrás, había salido con una chica llamada Oksana. Ella le dijo que estaba embarazada, pero Igor afirmó que no estaba seguro de ser el padre. Después, ella desapareció, y él lo dejó pasar. Sus palabras me dolieron. Mi hijo, al que crié con tanto amor, había descartado la posibilidad de ser padre como si nada.
Igor insistía: no sabía nada del niño y dudaba que Misha fuera suyo. «¿Por qué calló seis años? —se quejaba—. ¡Es raro!». Intenté precisar cuándo habían roto. Recordó que fue en agosto. Mis dudas crecían: ¿y si Oksana mentía? Pero la imagen de Misha, sus ojos grandes y su sonrisa tímida, no se iba de mi cabeza.
Decidí llamar a Oksana. Me explicó que Misha nació en marzo. Cuando le pregunté por una prueba de ADN, respondió con firmeza: «Sé quién es el padre, y no haré pruebas». Añadió que sus padres la ayudaban y que salía adelante. Misha empezaría primero de primaria ese año, y ella trabajaba para mantenerlo. Su voz era serena, pero transmitía fortaleza.
«Elena Ivánovna, si quiere ver a Misha, no me opongo —dijo—. Si no, lo entenderé. Sé por Igor lo difícil que fue para usted criarlo sola. Por eso quise que supiera de su nieto. Es la única razón por la que vine».
Colgué, sintiendo que el mundo se desmoronaba. No podía dejar de creer a mi hijo, pero las palabras de Oksana sonaban sinceras. Quería abrazar a Misha, pero… ¿y si no era mi nieto? ¿Y si Oksana me manipulaba? Oscilaba entre el anhelo de ser parte de su vida y el miedo a ser engañada.
Mi alma gritaba: ese niño podía ser mi familia, mi oportunidad de sentir el calor de un nieto. Pero la razón susurraba: «¿Y si es mentira?». Recordaba a Igor, de pequeño, corriendo hacia mí con una sonrisa, y ahora negando la posibilidad de ser padre. Oksana, en cambio, criaba a Misha con amor, sin pedir nada. Su entereza me recordaba a mí misma años atrás.
No sé qué hacer. ¿Llamar a Oksana y ver a Misha? ¿Insistir en que Igor haga la prueba? ¿O echarme atrás, por miedo a romperme el corazón? Mi vida, llena de sacrificios por mi hijo, ahora enfrenta un nuevo misterio. Misha, con su mirada confiada, ya ocupa un lugar en mí, pero la verdad, oculta tras seis años de silencio, me aterra. Estoy en una encrucijada, y cada paso parece un abismo.