Padres o divorcio: el ultimátum definitivo

**Diario de Marina**

Esta tarde, mientras el sol se ponía sobre las calles adoquinadas de un pequeño pueblo de Andalucía, donde los balcones rebosan de geranios y el aire huele a azahar, recordé los cinco años de matrimonio con Alejandro. Nuestro piso de dos habitaciones en el centro era mi refugio, lleno de recuerdos y detalles que cuidaba con esmero. Pero todo cambió en una cena.

Alejandro llegó del trabajo con noticias de sus padres. Habían construido una enorme casa de dos plantas en las afueras, soñando con una jubilación cómoda. Pero el invierno convirtió su hogar en un lugar gélido: la calefacción devoraba sus ahorros, y la pensión apenas daba para vivir. Ahora, sin alternativa, pedían quedarse con nosotros durante el frío. Al escucharlo, sentí el pulso acelerarse.

—No permitiré que tus padres vivan aquí —dije, conteniendo la rabia—. Ni traerán a su perro. No soy su criada para limpiar tras ellos ni aguantar sus desaires. Cuando necesitamos ayuda, tu madre nos cerró la puerta. Que asuman ahora las consecuencias.

Esperaba una discusión, súplicas, pero Alejandro me miró fijamente y soltó palabras que resonaron como un trueno:

—O vienen mis padres, o nos divorciamos.

El silencio se volvió opresivo. Sentí que el suelo cedía bajo mis pies. No podía creer que me obligara a elegir. Pero ceder no era una opción. ¿Aceptar a mi suegra y su mastín acostumbrado a un amplio jardín en nuestro pequeño piso? Imposible. Nunca hubo paz entre nosotras: ella siempre me menospreció, creyendo que no era digna de su hijo. Imaginar a esa mujer dictando órdenes en mi casa me hacía hervir la sangre.

—Tus padres tienen otros dos hermanos —argüí con frialdad, apretando los puños—. Que vayan con ellos. No sacrificaré mi tranquilidad por quienes me desprecian. Este hogar es mío, y solo yo decido quién entra.

Recordé a Alejandro cómo sus padres habían presumido de aquella casa, construida por orgullo, para impresionar a los vecinos. Nunca pensaron en las facturas. ¿Y ahora debía solucionar yo sus errores? No. No dejaría que su soberbia arruinara mi vida.

Alejandro callaba, pero su mirada no cedía. Sabía que su ultimátum era real. Tenía que elegir: rendirme y perder mi dignidad o defender mis límites, aunque eso significara perderlo todo. El corazón me dolía, pero no había vuelta atrás.

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