No es como pensabas…

No es como crees…

—Mis padres vendrán este fin de semana —dijo Lucía, intentando que sonara casual mientras jugueteaba con el borde de su taza de café—. Tienen muchas ganas de conocerte.

Daniel, que en ese momento untaba mermelada de ciruela en una tostada, se quedó inmóvil. Dejó el cuchillo con lentitud, como si pesara más de lo normal.

—Perfecto —respondió, forzando una sonrisa—. Yo… Yo también estoy contento. Mucho.

Pero Lucía lo conocía demasiado bien. Notó al instante cómo se le tensaron los hombros, cómo evitaba su mirada.

—Dani, todo irá bien. Seguro que les caes fenomenal —dijo suavemente, tomándole la mano.

Él sonrió, pero en sus ojos había un destello de inquietud.

—Lucita, tus padres son gente culta, refinada… Y mírame a mí: barba, tatuajes, un pendiente. Para ellos, soy la pesadilla de cualquier suegra.

—Para mí eres la persona más dulce del mundo —repuso ella con firmeza—. Y ellos lo verán. Ya verás.

La semana pasó entre prisas y preparativos. Lucía limpiaba la casa una y otra vez, repasando los platos favoritos de sus padres. Daniel, en silencio, la ayudaba: colgó cortinas nuevas, compró flores frescas, pero cada noche salía al balcón a fumar, perdido en sus pensamientos.

Llegó el día. Lucía arreglaba el mantel por enésima vez, moviendo los cubiertos milimétricamente. Daniel, con una camisa blanca de mangas arremangadas, se miraba al espejo, alisándose el pelo con los dedos.

Sonó el timbre.

—Voy yo —susurró él, respirando hondo antes de caminar hacia la puerta.

Allí estaban sus padres: Carmen y Federico. Su madre lo miró con los ojos muy abiertos, como si acabara de ver un fantasma. Su padre frunció el ceño, recorriendo con la mirada sus brazos tatuados hasta detenerse en el pendiente.

—Buenas tardes —dijo Daniel, ofreciendo la mano con calma—. Soy Daniel. Un placer conocerles.

Su padre, tras una pausa, le estrechó la mano con un gesto comedido. Carmen, notando la tensión, fue la primera en reaccionar:

—Bueno, pasad. Lucía nos estará esperando, ¿no?

Apareció Lucía con una sonrisa brillante, abrazando a sus padres antes de tomar la mano de Daniel y guiarlos al salón.

La cena transcurrió entre silencios incómodos. Carmen observaba a Daniel como si intentara resolver un enigma. Federico hacía preguntas directas: ¿A qué te dedicas? ¿Cuánto tiempo lleváis juntos? ¿Dónde viven tus padres?

Cuando Daniel mencionó que era veterinario, Carmen arqueó una ceja:

—¿Veterinario? Qué curioso… No te pega.

Él asintió, sereno:

—Sí, me lo dicen mucho. Pero los tatuajes no son un diagnóstico.

Un silencio breve, que Federico rompió:

—¿Y por qué animales?

Daniel respiró hondo:

—De niño encontré un perro atropellado. Estaba a punto de morir. Mi madre y yo lo llevamos a la clínica. Fue la primera vez que vi a un médico luchar por salvar a un paciente que no podía hablar… Ahí supe que quería hacer lo mismo.

Federico, sorprendentemente, se relajó. Empezó a preguntarle por casos difíciles, incluso contó cómo una vez rescató a un gato de una alcantarilla.

Para el final de la noche, el ambiente se había suavizado. Daniel hablaba de cómo los animales sienten la bondad, de las noches en vela cuidando a crías abandonadas.

Al despedirse, Carmen se acercó y lo abrazó.

—Gracias por tu sinceridad —susurró—. Estaba… equivocada.

Federico le dio un apretón más firme:

—Cuida de mi niña. Es única.

Cuando la puerta se cerró, Daniel soltó el aire aliviado:

—Pensé que tu madre iba a empezar a rezar el rosario y a echarme agua bendita.

Lucía rio y se acurrucó contra él:

—Yo sabía que les gustarías. Porque eres especial.

Se quedaron abrazados en silencio, mientras en el alféizar, un gatito naranja dormía plácidamente—el mismo que Daniel había rescatado años atrás.

—Qué rara es la vida —murmuró él—. Si no fuera por ti, por este pequeño, quizá ni siquiera nos hubiéramos conocido…

—Ahora tenemos una gran historia para nuestros hijos —sonrió Lucía.

—Y unos suegros que no me echaron a patadas —añadió él.

Y los dos rieron, livianos, felices, sabiendo que la verdadera dicha está en ser aceptado tal como eres.

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MagistrUm
No es como pensabas…