En el bullicioso Madrid, donde la vida hierve como el café en una taza por la mañana, mi vida a los 27 años parece perfecta solo desde fuera. Me llamo Lucía, soy especialista en marketing en una gran empresa, estoy casada con Alejandro y, aunque no tenemos hijos, sí tenemos ambiciones y planes. Ayer, al salir del trabajo, me subí al coche, paré en una gasolinera, cogí mi bolso y me dirigí al baño. Allí me cambié, me maquillé y salí tan guapa que todo el mundo se volvía a mirarme. Pero tras esa imagen impecable se esconde el agotamiento: estoy cansada de ser la esposa, hija y nuera perfecta, y ahora necesito decidir cómo vivir para mí.
**La vida que parece ideal**
Siempre he sido “la niña buena”. En el colegio, sobresaliente; en la universidad, becada; en el trabajo, la que entrega los proyectos antes de plazo. Alejandro, mi marido, es informático, me quiere y está orgulloso de mí. Llevamos tres años casados, vivimos en un piso acogedor y viajamos dos veces al año. Mis padres y mi suegra, Carmen, nos consideran la pareja perfecta. “Lucía, eres una maravilla, lo haces todo tan bien”, dice mi madre. “Alejandro, has tenido suerte con tu mujer”, añade mi suegra. Pero nadie ve cómo me ahogo bajo esa presión.
Mi vida es una lista interminable: por la mañana preparo el desayuno para que Alejandro esté contento, en el trabajo doy el cien por cien, por la tarde limpio y hago la cena para que mi suegra no diga que “no sirvo para las tareas de casa”. Incluso ayer, en la gasolinera, me cambié y me maquillé porque iba a una cena familiar donde debía estar “perfecta”. Todos me miraban, pero yo me sentía como una actriz interpretando el papel de Lucía, la mujer ideal.
**La máscara que se rompe**
La cena de ayer fue un punto de inflexión. En casa de mi suegra, como siempre, ayudé en la cocina, sonreí y participé en la conversación. Pero cuando Carmen dijo: “Lucía, ya deberíais pensar en tener hijos, no os hacéis más jóvenes”, sentí que algo se rompía dentro de mí. No estoy preparada para ser madre, quiero vivir para mí, pero todos esperan que siga “el guion”. Alejandro no dijo nada, y comprendí que no me defendería de esas presiones. Después, mi madre me llamó y añadió: “Lucía, no lo dejes pasar, con 27 años ya me gustaría ser abuela”. Hasta en el trabajo bromean: “¿Cuándo te toca la baja maternal, Lucía?”.
Estoy agotada. Cansada de que mi valía no se mida por lo que logro, sino por cómo cumplo las expectativas de los demás. Cansada de cambiarme en una gasolinera para parecer “perfecta” en una cena. Cansada de sonreír cuando quiero gritar. Quiero a Alejandro, pero su silencio cuando mi suegra o mi madre me presionan me duele. Quiero ser yo, no la Lucía que siempre complace a todos.
**El miedo a ser auténtica**
Mi amiga Sofía me dice: “Lucía, deberías decirles que necesitas tiempo para ti”. Pero, ¿cómo? Si dejo de preparar la cena o le digo “no” a mi suegra, pensará que soy una mala esposa. Si le digo a mi madre que no quiero hijos ahora, se enfadará. Si le confieso a Alejandro que estoy agotada, dirá: “Pero si siempre lo has llevado todo bien, ¿qué ha cambiado?”. Temo que, si dejo de ser la Lucía perfecta, me quedaré sola: sin el apoyo de mi familia, sin el reconocimiento en el trabajo, sin esa imagen que todos esperan de mí.
Ayer, frente al espejo de la gasolinera, me miré: guapa, pero irreconocible. Esa Lucía de vestido y maquillaje impecable no soy yo. Quiero llevar zapatillas, no tacones; quiero una noche sin cocinar; quiero decir: “No estoy lista para ser madre, y es mi decisión”. Pero, ¿cómo hacerlo sin perderlo todo?
**¿Qué camino tomar?**
No sé por dónde empezar. ¿Hablar con Alejandro y pedirle su apoyo? Pero él cree que “exagero”. ¿Poner límites a mi suegra y a mi madre? Pero me da miedo herirlas. ¿Tomarme unas vacaciones sola para reflexionar? Me parece egoísta. ¿O seguir fingiendo hasta que no pueda más? Quiero vivir sin disfrazarme en un baño público para cumplir las expectativas ajenas, pero no sé si tendré el valor.
A los 27 años, no quiero ser perfecta, sino auténtica. Quizá mi suegra quiera lo mejor para su hijo, pero su presión me asfixia. Quizá mi madre sueñe con ser abuela, pero sus sueños no son los míos. Quizá Alejandro me ame, pero su silencio me hace sentir sola. ¿Cómo encontrarme a mí misma? ¿Cómo dejar de vivir para los demás?
**Mi grito de libertad**
Esta historia es mi reclamo por el derecho a ser quien soy. Estoy harta de la máscara que llevo para agradar. Quiero que mi hogar sea un lugar donde pueda estar en zapatillas y sin maquillaje, donde mis deseos importen, donde no tenga que justificar las expectativas de nadie. A los 27 años, merezco vivir para mí, no para el aplauso de mi suegra, mi madre o mis compañeros.
Soy Lucía, y encontraré la manera de quitarme esta máscara, aunque tenga que enfrentarme a los míos. Puede que este paso dé miedo, pero no quiero seguir escondiéndome en un baño de gasolinera para convertirme en la mujer que otros quieren que sea.
**La lección:** La perfección no es más que una prisión disfrazada de virtud. La verdadera libertad está en elegir quién eres, no en cumplir lo que otros esperan. A veces, el acto más valioso no es agradar, sino decir “basta”.