¿Pueden los hijos alejarse del padre tras el divorcio? Mis hijos no quieren saber de mí porque me fui alguna vez

¿Pueden los hijos dar la espalda a su padre tras el divorcio? Mis hijos no quieren saber de mí porque un día me fui.

Con Natalia vivimos juntos doce años. Creía que nuestro matrimonio era fuerte, hasta que empecé a notar cómo nos distanciábamos. Tras el nacimiento de nuestras hijas, Elena y Alba, mi esposa se sumergió por completo en la maternidad. No la culpo, entiendo que los niños requieren atención. Pero empecé a sentirme como un fantasma, como si a mi lado no estuviera mi mujer, sino solo la madre de mis hijas, y nada más.

Casi no hablábamos. Dormíamos en habitaciones separadas durante años. Me faltaba calor, apoyo, una simple mirada en la que yo importara. Hasta que un día conocí a otra mujer: Lucía. Era más joven, me escuchaba, se interesaba por mis cosas, me miraba como hacía tiempo que mi esposa no lo hacía. No quería engañar a nadie. Volví a casa y se lo dije a Natalia con honestidad: me voy.

Esperé un escándalo, lágrimas, gritos. Pero Natalia reaccionó en silencio. Solo asintió y dijo que lo entendía. Ni súplicas para quedarme, ni reproches. Nos divorciamos. Me casé con Lucía. Al principio todo parecía nuevo y luminoso: ella me apoyaba, me cuidaba, estaba a mi lado. Hasta que todo empezó a desmoronarse otra vez: incomprensión, frialdad, distancia.

Mi hija mayor era adolescente entonces, la menor estaba en primaria. Natalia decidió que no era bueno que las niñas me vieran. Decía que estarían más tranquilas sin sobresaltos. A través de mi madre, les enviaba regalos y dinero, ya que Natalia mantenía contacto con ella. Al menos así permanecía cerca, aunque fuera a través de otras manos.

Luego nació mi hijo, Adrián. Con él quise hacerlo todo diferente. Lo llevaba en brazos, le enseñaba a hablar, jugaba con él cada tarde. Pero Lucía también se fue. Él solo tenía cuatro años. Encontró a alguien más joven, más exitoso, según supe después. Puso condiciones: visitas programadas, control estricto, dinero por cada detalle. Luego, su nuevo marido dijo que yo no tenía cabida en sus vidas. La conexión con mi hijo se rompió.

Ahora tengo sesenta y siete años. Mis hijas tienen sus propias familias, sus hijos; nietos que nunca he tenido en mis brazos. Mi hijo ya es un hombre, pero no sé dónde está, cómo vive, en qué se ha convertido. Ninguno llama. Ninguno escribe. Es como si yo no existiera. Cometí errores, me fui, sí. Pero, ¿merece eso que me borren de sus vidas para siempre?

Intenté estar cerca. Ayudé todo lo que pude. Pero hay un límite en cada persona. No busco excusas, solo quiero que me escuchen. Sí, me marché, pero no dejé de ser su padre.

Ahora estoy solo. Sin familia, sin hijos cerca. Las fiestas son vacías. El teléfono no suena. A veces hasta temo morir y que nadie se entere. A veces pienso: ¿quizá escribir una carta? ¿Llamar? Pero, ¿qué decir? ¿Perdón por ser débil? ¿Perdón por no saber sostener a mi familia?

¿Acaso no merezco aunque sea una llamada? ¿No tengo derecho a saber cómo están mis hijos? ¿Por qué su silencio me parece una condena?

A veces me siento en un banco cerca de casa y veo a otros abuelos pasear con sus nietos. Escucho cómo los llaman: «¡abuelo, ven aquí!». A mí nadie me dirá eso.

El tiempo se escapa. No quiero morir sintiendo que no fui nadie para quienes amé más que a la vida. No fui perfecto, cometí errores. Pero, ¿acaso el amor se mide solo por los actos?

No sé si me perdonarán. Pero aún espero. Aún aguardo…

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