Sorpresa de Año Nuevo para la suegra

¡Qué noche más especial en Nochevieja! Estábamos todos sentados en la mesa de mi suegra, Carmen López, disfrutando de su famosa ensaladilla rusa y esperando las campanadas. De repente, mi marido, Javier, sacó un sobre del bolsillo y, con una sonrisa, se lo entregó a su madre: “Mamá, aquí tienes billetes para Egipto, ¡siempre has soñado con la playa! Y también el autobús hasta Madrid para que llegues cómoda al aeropuerto”. Casi se me cae el tenedor del susto. ¿Egipto? ¿Madrid? ¿Era mi Javi, el que siempre regala flores y bombones, planeando un viaje al otro lado del mundo? Me quedé parpadeando, preguntándome cuándo habría organizado todo eso y por qué yo, su mujer, era la última en enterarme.

Llevamos cinco años casados, y cada Nochevieja la celebramos en casa de sus padres. Carmen es una mujer llena de energía, trabajó toda la vida como maestra y ahora, jubilada, se dedica al huerto y a actividades del barrio. Siempre nos cuenta que de joven soñaba con viajar, pero nunca pasó de unas vacaciones en la Costa del Sol. “Qué maravilla sería ver las pirámides”, suspiraba, mostrándonos postales antiguas de Egipto. Yo pensaba que eran solo sueños, como decir “ojalá pisar la luna”. Pero Javi, al parecer, tomó nota. ¡Y yo, como loca, ni me lo imaginaba!

La mesa aquella noche era una maravilla: ensaladilla, callos, cordero asado, empanadillas… Carmen había preparado un banquete. Brindamos, reímos, todo normal. Hasta que Javi se levantó, como si fuera a dar un discurso, y sacó el dichoso sobre. “Mamá —dijo—, toda la vida nos has cuidado, ahora es tu momento”. Cuando abrió el sobre y leyó, se le iluminaron los ojos. “Javi, ¿es en serio? ¿Egipto? ¡Pero si solo era un sueño!”. Casi se echó a llorar, abrazándolo, mientras yo me quedaba clavada en la silla.

La verdad, me quedé de piedra. No es que me molestara, Carmen se merece ese regalo, es una mujer increíble. Pero ¿por qué Javi no me dijo nada? ¡Si planeamos los gastos juntos, decidimos los regalos juntos! Yo le regalé un pañuelo y crema de manos, y él, ¡un viaje a Egipto! Como si yo llegara con un ramo de margaritas y él con un diamante. Sonreí, felicité a Carmen, pero por dentro estaba que hervía. Cuando quedamos solos en la cocina, le susurré: “Javi, ¿cuándo hiciste esto? ¿Por qué no me lo contaste?”. Él solo se encogió de hombros: “Laura, quería que fuera una sorpresa para mamá. Si te lo digo, empiezas con que es caro”. ¿Que es caro? ¡A lo mejor yo hubiera ayudado! Pero al menos me gustaría haberlo sabido.

Carmen no cabía en sí de felicidad. Aún en la mesa ya estaba planificando: “Necesito un sombrero, ¡el sol en Egipto es fuerte! Y una maleta nueva, la mía está hecha polvo”. Yo asentía, pero por dentro pensaba: vaya artista, mi marido. Hasta el autobús a Madrid lo tenía pensado para que no hubiera que hacer transbordos. Bonito, sí, pero me sentí un poco apartada. A mí también me habría gustado aportar algo, ser parte de ese regalo. En cambio, me tocó aplaudir desde la barrera.

De camino a casa, no pude más y se lo solté: “Javi, está genial, pero soy tu mujer, podrías habérmelo contado. ¡No es un detalle cualquiera!”. Él me miró como si fuera una niña y dijo: “Laura, no te sulfures, quería que mamá se sorprendiera. Tú se lo hubieras chivado”. ¿Que yo? ¡Si soy un pozo de secretos! Pero no había caso, Javi estaba en su nube y yo me sentía un poco traicionada. No por el dinero, sino porque no compartió la alegría conmigo.

Al día siguiente llamé a mi amiga para desahogarme. Se rio: “Javi es un genio de las sorpresas, Laura. ¡Alegraos de que tu suegra vaya a Egipto y no a pasar el verano al pueblo!”. Me reí, pero seguía dolida. Me dijo: “Pídele que la próxima vez la sorpresa sea para ti también”. No estaría mal… ¡a mí también me gusta el mar! Pero luego pensé: bueno, que Carmen disfrute, se lo merece. A Javi ya le diré que no me vuelva a pillar así.

Ahora mi suegra llama cada día: está eligiendo bañadores y leyendo sobre pirámides. La escucho, sonrío, y el enfado se me va pasando. Está tan feliz que no puedo guardarle rencor. Javi, al verme más relajada, me guiñó un ojo: “Laura, el año que viene iremos los tres, te lo prometo”. ¿Los tres? Eso ya suena mejor. Quizás esta sorpresa no era solo para Carmen, sino también para mí: una lección de que mi marido sabe cómo emocionar. Mientras tanto, veo a Carmen brillar como una niña y pienso: que disfrute de su viaje. Yo, mientras, empezaré a ahorrar para nuestras vacaciones. ¡Y eso sí, asegurándome de que Javi no se olvide de contármelo!

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