«Observé a la chica durante toda la cena: no es la adecuada para mi hijo»

«No aparté la vista de ella en toda la cena» — mi futura nuera no es la adecuada para mi hijo

En un pueblecito cerca de Segovia, donde las calles empedradas guardan el calor de las tradiciones familiares, mi vida a los 54 años se nubla por la inquietud que siento por el futuro de mi hijo. Me llamo Carmen Álvarez, y hace unos días mi hijo Adrián vino a presentarme a su novia, mi futura nuera. Pasé toda la velada observándola, haciéndole preguntas, y mis conclusiones no son buenas. La verdad, no creo que esta chica, Lucía, sea la indicada para mi Adrián. Mi instinto de madre me grita que es un error, pero ¿cómo protegerlo sin dañar nuestra relación?

**Mi hijo es mi orgullo**

Adrián es mi único hijo, mi alegría y mi esperanza. Lo crié sola después del divorcio, entregándole el alma. Es inteligente, bondadoso, trabajador — es informático, alquila un piso y sueña con formar una familia. A sus 27 años, se enamoró por primera vez en serio, y me alegré cuando quiso presentármela. *«Mamá, Lucía es especial, te va a encantar»*, me dijo sonriendo. Recibí la visita con el corazón abierto, pero algo no encajó.

Lucía vino a cenar. Preparé la mesa — cocido, croquetas, una tarta casera, todo como a Adrián le gusta. Quería que la velada fuera acogedora, familiar. Pero desde el primer momento noté una tensión. Lucía, alta, con maquillaje llamativo y ropa a la moda, se mostraba segura, pero sus gestos me alertaron. Apenas saludó, se sentó como si estuviera en su casa y empezó a hablar de sí misma sin preguntar por mí.

**La cena que lo reveló todo**

No dejé de observarla en toda la velada. Le pregunté: dónde trabajaba, cómo era su familia, cuáles eran sus planes. Lucía es diseñadora gráfica, tiene 25 años, vive sola y es de un pueblo cercano. En teoría, todo bien, pero sus respuestas sonaban vacías. Alardeaba de sus proyectos y viajes, pero no mencionó ni una vez a su familia o sus valores. Cuando le pregunté si quería hijos, se rió: *«Ay, eso será más tarde, ahora quiero vivir para mí»*. Adrián sonrió, pero a mí se me encogió el corazón. Mi hijo anhela una familia; ella solo piensa en su libertad.

Su comportamiento en la mesa reforzó mis dudas. Casi no probó el cocido, jugueteó con las croquetas y ni tocó la tarta: *«Cuido mi figura»*. No esperaba halagos, pero su indiferencia me dolió. Pasó la noche con el móvil, chateando, y cuando Adrián intentaba conversar, contestaba con monosílabos, como si le aburriera. Vi cómo mi hijo la miraba con devoción, pero en sus ojos no había la misma chispa. Me pareció fría, egoísta, incapaz de construir un hogar.

**Mis temores y certezas**

Aquella noche no pegué ojo. Lucía no parece la clase de mujer que cuidará de Adrián. Él es hogareño, ama las tradiciones; ella solo vive para su carrera y sus redes. Temo que le rompa el corazón. Mis amigas, al escucharme, se dividieron: unas dicen que exagero; otras, que mi intuición nunca falla. Pero conozco a mi hijo. Necesita a alguien que lo apoye, no que lo arrastre a un mundo de fiestas y ambiciones.

Recordé cómo Adrián hablaba de Lucía. Decía que lo inspiraba, que con ella se sentía vivo. Pero yo veo lo contrario: se adapta a ella, cambia sus costumbres, hasta me llama menos. Ya influye en él, y eso me asusta. ¿Qué pasará si se casan? ¿Lo alejará de su familia, de todo lo que ama? ¿O, peor aún, lo convertirá en una sombra de sí mismo, infeliz pero enamorado?

**Mi deber como madre**

No quiero que Adrián repita mis errores. Mi matrimonio fracasó porque elegí a alguien que miraba en otra dirección. No puedo permitir que mi hijo se una a una mujer que, siento, no lo ama de verdad. ¿Pero cómo decírselo? Tras la cena, probé a insinuarlo: *«Adrián, Lucía es guapa, pero… ¿seguro que es para ti?»*. Él frunció el ceño: *«Mamá, no la conoces, dale una oportunidad»*. Su defensa de ella me dolió. ¿De verdad no ve lo que yo veo?

Temo que, si insisto, lo pierda. Adrián es adulto, elige su camino. Pero yo soy su madre, y mi deber es protegerlo. Pienso hablar con Lucía a solas, tantear sus intenciones. O contarle mis miedos a Adrián, con tacto, para no alejarlo. Pero ¿y si ella gana? Esa idea me parte el alma.

**Un grito de amor**

Esta historia es el grito de amor de una madre. Quizá Lucía sea buena chica, pero no creo que sea para mi Adrián. No quiero ser una suegra entrometida, pero no puedo callarme viendo cómo mi hijo camina hacia el dolor. A mis 54 años, solo deseo verlo feliz, con una mujer que lo cuide como yo lo he cuidado. Que mis palabras sean un error o no, las diré por su bien.

Soy Carmen Álvarez, y lucharé por la felicidad de mi hijo, aunque él no lo entienda ahora. Que Lucía demuestre que me equivoco… Pero hasta entonces, mi corazón grita: *esta chica no es para Adrián*.

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