Cuando me empujaron de la cama, pensé que era un accidente, pero ahora pido el divorcio

La primera vez que me empujaron de la cama, pensé que era un accidente, pero ahora estoy solicitando el divorcio.

En un pequeño pueblo cerca de Toledo, donde los vientos invernales aúllan como presagios de desgracia, mi vida, que comenzó con sueños de felicidad, se convirtió en una pesadilla. Me llamo Lucía, tengo 27 años, y hace apenas un mes me casé con Alejandro. Pero lo que ocurrió en nuestra primera Nochevieja juntos fue la gota que colmó el vaso. He decidido divorciarme, y mi corazón se desgarra entre el dolor y la determinación.

**El cuento que se convirtió en una trampa**

Cuando conocí a Alejandro, creí haber encontrado a mi alma gemela. Era encantador, atento, con una chispa en la mirada. Salimos durante un año, y cada día estaba lleno de risas y planes. Me prometió una familia, un hogar acogedor, hijos. Le creí con todo mi corazón. La boda fue modesta pero cálida, nuestros familiares estaban felices, y yo me sentía en la cima del mundo. Sin embargo, apenas una semana después de la boda, empecé a notar rarezas en Alejandro, que al principio atribuí al cansancio o al estrés.

La primera señal de alarma fue cuando, tras beber demasiado en una fiesta con amigos, me apartó con brusquedad al intentar llevarlo a casa. Pensé que había sido un desliz, que simplemente había bebido de más. Pero luego esos “deslices” se repitieron. Alejandro podía alzar la voz si algo no le gustaba. Sus palabras cariñosas se volvieron frías, y sus abrazos, indiferentes. Intenté convencerme de que era algo pasajero, que estábamos adaptándonos. Pero el primer día del año nuevo destrozó todas mis ilusiones.

**La pesadilla del uno de enero**

El 31 de diciembre celebramos Nochevieja juntos. Preparé la cena, decoré la casa, imaginando que sería el inicio de una vida feliz. Alejandro estaba de buen humor, bebimos cava y reímos. Pero cerca de la medianoche, empezó a beber más, y su alegría se transformó en agresividad. Cuando le sugerí ir a dormir, gritó: “¡No me arruines la fiesta!” Me retiré al dormitorio, esperando que se calmara.

Al amanecer del primero de enero, un empujón brusco me despertó. Alejandro, con los ojos rojos por el alcohol, me tiró de la cama. Caí al suelo, el dolor me atravesó el cuerpo, pero lo que más dolió fueron sus palabras: “Me molestas, levántate y haz algo útil.” Me quedé paralizada, sin creer lo que oía. Ese no era mi Alejandro, no era el hombre con quien me había casado. Intenté hablar, pero solo me ignoró y se dio la vuelta.

**La verdad que duele**

Ese incidente no fue el único. En un mes de matrimonio, entendí que Alejandro no era quien parecía. Sus “accidentales” empujones, sus palabras groseras, su indiferencia… no eran errores, sino su verdadero rostro. Me humillaba delante de amigos, llamándome “inútil” si la cena no era de su agrado. Exigía que me adaptara a él, ignorando mis deseos. A mis 27 años, me sentía como una anciana atrapada en una jaula.

Mi madre, Carmen, lloró cuando le conté la verdad. Me suplicó que aguantara: “Lucía, el matrimonio es un trabajo, dale tiempo”. ¿Pero cómo soportar a alguien que no te respeta? ¿Cómo construir una familia con quien solo te ve como una sirvienta? Intenté hablar con Alejandro, pero se reía: “No exageres, eres demasiado sensible”. Su indiferencia me destrozaba.

**La decisión que me salvará**

Ayer tomé una decisión: pido el divorcio. Me da miedo, nunca imaginé que a los 27 años estaría sola, con el corazón roto y los sueños destrozados. Pero más miedo me da quedarme con alguien que me destruye. No quiero vivir con temor, preguntándome si el próximo empujón será más fuerte. No quiero despertar pensando que mi vida es un error.

Mis amigas me apoyan, pero algunas, como mi madre, dicen: “Piénsalo, quizá cambie.” Pero yo sé que Alejandro no cambiará. Su máscara cayó, y vi su verdadero yo. Merezco más: amor, respeto, seguridad. Prefiero estar sola, aunque la gente murmure, antes que perder mi dignidad.

**Un paso hacia lo desconocido**

El divorcio no es el final, es un nuevo comienzo. Creo que encontraré la fuerza para reconstruir mi vida. Tal vez retome mi sueño de ser diseñadora, o viaje. Soy joven, y tengo tiempo. Mi dolor es el precio de la libertad, y estoy dispuesta a pagarlo. Alejandro creyó que podría quebrarme, pero se equivocó. No soy su víctima, soy una mujer que sabe lo que vale.

Esta historia es mi grito de dignidad. Me casé por amor, pero me voy con determinación. Aunque el uno de enero fue una pesadilla, también me dio claridad. No permitiré que nadie me empuje jamás, ni de la cama, ni de mi propia vida. Elijo mi felicidad.

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MagistrUm
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