**Traición en la red: El secreto de la nuera**
Me llamo Isabel, y mi corazón se parte en dos entre el dolor y la duda. En nuestro pueblo tranquilo a orillas del Tajo, crié sola a mi hijo, entregándole todo mi amor. Ahora que ha encontrado la felicidad, me enfrento a un descubrimiento devastador: mi nuera parece estar traicionándolo. Las fotos en una página de citas, sus mentiras y el miedo a ser descubierta me han dejado una terrible disyuntiva: ¿decirle la verdad a mi hijo o callar para no destruir su mundo? Temo que mi decisión lo cambie todo.
Tengo 46 años y soy madre soltera. Mi hijo, Javier, de 27, es mi orgullo. Su padre me abandonó al enterarse del embarazo, y con solo 19 años me quedé sola con un bebé. Para que Javier no pasara necesidades, trabajé en dos empleos, y mi madre fue mi salvación, ayudándome a criarlo. Javier creció inteligente, bondadoso, sin darme problemas ni de niño ni de adolescente. Después del instituto, estudió ingeniería y ahora tiene un buen sueldo. Siempre soñé con verlo feliz.
Cuando Javier trajo a casa a Lucía, me alarmé. Era deslumbrante, pero demasiado vanidosa: su perfil en redes sociales estaba lleno de fotos posando con ropa cara. Me pareció una mimada, pero vi la felicidad en los ojos de mi hijo. Estaba perdidamente enamorado, y yo callé, sin querer entrometerme. Se casaron a los seis meses, y Javier pagó toda la boda. Lucía no trabajaba, y eso me molestaba. «El hombre debe mantener el hogar —me dijo él—. Si Lucía no quiere trabajar, no lo hará. Gano suficiente». Incluso me ayudaba económicamente, así que decidí no interferir.
Pero las dudas persistían. Lucía me parecía demasiado egoísta, como si no valorara a Javier. Él la adoraba, y ella lo daba por sentado. Intentaba ignorarlo, hasta que un día una amiga me convenció de probar una aplicación de citas. Al principio me pareció absurdo, pero accedí. Ella creó mi perfil, subió fotos y empecé a hablar con hombres, esperando encontrar compañía.
Hasta que un día, al revisar perfiles, el corazón se me detuvo. Era Lucía, mi nuera. Su cuenta estaba activa, con fotos provocativas que nunca había subido a sus redes. Posaba con mirada seductora, como invitando a otros hombres. No podía apartar la vista, ahogada en rabia y dolor. ¿Cómo se atrevía? Javier trabajaba día y noche para mantenerla, y ella le ponía los cuernos a escondidas.
Decidí confrontarla. Al llegar a su casa, me recibió con su sonrisa habitual, pero al verme la cara, palideció. «Lucía, he visto tu perfil en la app de citas», dije, conteniendo el temblor de mi voz. Ella se encogió: «¡Yo no sé nada de eso! ¡Alguien ha robado mis fotos!». Pero su voz temblorosa y la mirada esquiva delataban su mentira. «Hay fotos que no están en tus redes —le espeté—. Explícame». Entró en pánico: «¡Por favor, no se lo digas a Javier! Ya es celoso, esto lo destrozaría». Su súplica solo confirmó mis sospechas. Si era inocente, ¿por qué tanto miedo?
Quise creerle, pero no pude. Las fotos, su nerviosismo, su ruego… Todo gritaba traición. Esa noche no dormí. Javier adora a Lucía, vive por ella, y ella lo engaña. Mi alma se desgarra: ¿decirle la verdad y romperle el corazón, o callar y dejar que lo usen? Recordé lo difícil que fue criarlo sola, cómo soñé con verlo feliz. Y ahora esa felicidad es una mentira.
Cada día revivo el momento en que vi su perfil. La imagino escribiéndose con otros, burlándose de Javier mientras él trabaja para complacerla. Es insoportable. Pero aún peor es pensar en su reacción si se entera. Lo quiere tanto que puede odiarme por destrozar su ilusión. Temo perder su confianza, pero callar sería ser cómplice.
En mi pequeño piso, miro una foto de Javier y las lágrimas me queman. No sé qué hacer. Hablar es arriesgar su felicidad y nuestra relación. Callar es traicionarlo. Mi amor por él lucha contra el deseo de protegerlo, y ninguna opción parece correcta. ¿Qué hago? ¿Cómo salvar a Javier del dolor sin destruir nuestra familia? Estoy al borde del abismo, y cualquier paso puede ser fatal.