**Entrada del Diario**
—¡Tenéis un mes para dejar mi casa! —anunció mi suegra.
La vida con José Luis había sido perfecta: dos años juntos y luego decidimos casarnos. Siempre me había llevado bien con mi suegra, Carmen Martínez. Me parecía una mujer amable y sabia, cuyos consejos valoraba y cuya opinión respetaba. Creía que tenía mucha suerte: no se entrometía en nuestra vida, no nos reprochaba nada y su cariño hacia mí me hacía sentir afortunada.
La boda la pagó ella entera. Mis padres, lamentablemente, no podían permitirse un gran gasto por sus dificultades económicas, así que solo contribuyeron con un pequeño detalle. La celebración fue espléndida, y estaba convencida de que nos esperaba una vida feliz. Pero justo después de la boda, cuando aún estábamos embriagados por la alegría del día, Carmen nos llamó para una conversación seria. Sus palabras cayeron como un jarro de agua fría.
—Hijos, he cumplido con mi deber —dijo, mirándonos con firmeza—. Crié a José Luis, le di estudios, le ayudé a casarse. Ahora sois una familia y no quiero que os molestéis, pero tenéis un mes para mudaros de mi casa. Es hora de que os enfrentéis solos a las dificultades. Al principio será duro, pero aprenderéis a ser ahorradores y a salir adelante. Yo… me he ganado el derecho a vivir para mí misma.
Hizo una pausa y continuó, clavándonos cada palabra como un puñal:
—Y no contéis conmigo si hablamos de nietos. Yo ya he dado todo por mi hijo y no me quedan fuerzas para cuidar niños. Seréis siempre bienvenidos en mi casa, pero soy abuela, no niñera. Por favor, no me juzguéis mal. Lo entenderéis cuando lleguéis a mi edad.
Me quedé paralizada. Por dentro, un torbellino de emociones: rabia, confusión, dolor. ¿Cómo podía hacernos esto? Carmen disfrutaría de su amplio piso de tres habitaciones en el centro de Valencia, mientras José Luis y yo nos apiñaríamos en un alquiler, contando cada céntimo. Y lo peor: ¡él era dueño de una parte de ese piso! ¿Por qué teníamos que irnos? En cuanto a los nietos… ¿no sueñan todas las abuelas con cuidar a sus nietos, mimarlos? Pero ella, al parecer, era la excepción.
Esperé que José Luis protestara, que nos defendiera, pero en lugar de eso… asintió. Sin rechistar, se puso a buscar pisos en alquiler y trabajos extra para mantenernos. Yo estaba furiosa. Mis padres no podían ayudarnos, pero ¿por qué Carmen, que siempre había sido tan cariñosa, de pronto se mostraba tan egoísta?
Cada día repasaba sus palabras en mi mente, y cada vez dolían más. ¿Cómo podía apartarnos así de su vida? ¿Todas sus sonrisas y atenciones antes de la boda eran solo una fachada? Me sentí traicionada, y la idea de empezar de cero en un hogar ajeno me llenaba de desesperación. José Luis, en cambio, se mostraba decidido. Decía que era nuestra oportunidad para demostrar que podíamos salir adelante como familia. Pero ¿cómo pensar en el futuro cuando todo lo que creía seguro se derrumbaba?.
**Lección aprendida:** A veces, las pruebas más duras son las que nos hacen crecer, aunque al principio solo veamos el dolor. La familia no siempre es quien esperamos, pero la verdadera fortaleza está en seguir adelante, juntos, sin depender de nadie.