Mi amiga Lucía, que también es mi comadre, por fin se ha separado de su marido Adrián, y no puedo estar más contenta por ella. Ese Adrián era un verdadero regalo: no ganaba un duro, pasaba el día dando la vara y persiguiendo faldas. Hace un par de días, me llama Luchi, brillando de felicidad, y me suelta que se va a los Pirineos de vacaciones con un nuevo novio, Rodrigo. Casi me atraganto con el café al oírlo. ¡Vaya velocidad para recomponer su vida! Pero, la verdad, me alegro como una enana por ella —se merece toda la felicidad después de lo que ha pasado.
Lucía y Adrián estuvieron juntos casi diez años, y todo ese tiempo yo la miraba pensando: “Luchi, ¿cuándo vas a mandarlo a paseo?”. Era de esos hombres que creen que con su presencia en casa ya han hecho suficiente. ¿Trabajar? Ni hablar. Pero cada noche se plantaba en el sofá como un rey, exigiendo la cena mientras criticaba lo que cocinaba Lucía. Y luego sus “aventuras”. Más de una vez la pobre lo pilló con mensajes sospechosos en el móvil o con pintalabios en la camisa. Él lo negaba todo, claro, y encima la culpaba a ella: “¡Tú me has llevado a esto!”. Yo le decía una y otra vez: “Déjalo, eres joven, guapa, encontrarás a alguien decente”. Pero ella aguantaba, no sé si por amor o por miedo a quedarse sola.
Hace tres meses, Luchi no pudo más. Me contó que encontró mensajes de Adrián con otra, y encima descubrió que había gastado sus ahorros en sus juergas. Eso fue la gota que colmó el vaso. Le hizo las maletas, lo echó a la calle y le soltó: “Adiós, Adri, búscate otra tonta”. Cuando me enteré, casi le aplaudo. Él intentó volver, claro: apareció con flores, llamó prometiendo “cambiar”. Pero Lucía no cedió. “Basta —me dijo—. No quiero vivir con alguien que no me respeta”.
Y ahora, cuando menos me lo esperaba, me llama emocionada contándome de Rodrigo. Se conocieron en una cafetería, ¿te lo imaginas? Ella entró a tomar un café después del trabajo, y él estaba en la mesa de al lado, leyendo un libro. Dice que le gustó al instante: educado, elegante, con buen humor. Empezaron a hablar, intercambiaron números, y a las dos semanas, Rodrigo le propuso ir a los Pirineos —alquilar una casita en la montaña, esquiar, pasear por el bosque. “¿Te imaginas? —me dice Luchi—. Él lo organizó todo, ¡hasta alquiló el coche! Adrián solo habría protestado de lo caro que era”.
La escuchaba sin creérmelo. La misma Lucía que hace poco lloraba en mi cocina, ahora ríe, hace planes y me cuenta cómo Rodrigo le enseña a cocinar paella. “No es un ligue cualquiera —me dice—. Me escucha, le importa lo que pienso”. Y ahí entendí: esto no es un rollo de vacaciones. Luchi se ha enamorado, y parece que Rodrigo es quien puede hacerla feliz.
Claro, los cotilleos no faltan. Nuestras amigas ya murmuran: “Vaya, Luchi no ha tardado ni seis meses”. Y yo les respondo: “¡Y menos mal! La vida es una, ¿para qué sufrir por un tipo como Adrián?”. Algunas opinan que se ha precipitado con el nuevo, pero yo la veo renacer. Antes andaba con la mirada apagada, ahora ríe, bromea, hasta se ha teñido el pelo de un castaño brillante. Dice: “Quiero estar guapa para mí y para Rodrigo”.
Cuando me habló de los Pirineos, no pude evitar preguntarle: “Oye, ¿y quién es este Rodrigo? ¿Lo conoces bien?”. Se rió: “¡Lo suficiente para irme a la montaña con él! Es ingeniero, trabaja en una empresa importante, y tiene un gato al que adora. Un tío normal, nada que ver con Adrián”. Yo sigo preocupada —nunca se sabe—, pero Luchi está segura: “Si sale mal, ahora sé hacer las maletas y decir adiós. Nadie volverá a pisotearme”.
Su historia me hizo reflexionar. ¿Cuántas mujeres aguantan a Adrianes por miedo al cambio? Pero Lucía dio un volantazo a su vida. Hasta me da envidia su valentía. No solo dejó a su marido, empezó de cero —y esta vez, parece que le ha salido bien. Los Pirineos, Rodrigo, nuevos planes… Ya espero que vuelva para que me cuente cómo paseaban por la nieve y bebían vino caliente junto a la chimenea.
Ayer Luchi me mandó una foto: con un gorro de colores, las mejillas rosadas, las montañas nevadas de fondo, y a su lado, un chico simpático que debe de ser Rodrigo. Abajo ponía: “¡La vida empieza ahora!”. Y yo le creo. Se merece este giro. ¿Y Adrián? Que siga dándose importancia frente al espejo. Lucía ya está en otra órbita, y desde luego, ahí brilla más.