Regreso del pasado: traición y perdón

El regreso del pasado: traición y perdón

Estaba preparando mis maletas, lista para mudarme con el hombre que amaba, cuando un golpe brusco en la puerta lo cambió todo. En el umbral estaba mi exmarido, Álvaro, el mismo que años atrás me había abandonado por otra, destrozando mi corazón y pisoteando nuestro amor. Su aparición, como un fantasma del pasado, reabrió viejas heridas que creía cerradas. Venía con una propuesta que sacudiría los cimientos de mi vida.

Me encontraba entre cajas a medio embalar en mi piso de un tranquilo pueblo junto al Guadalquivir. Cada caja simbolizaba un pedazo de mi pasado que dejaba atrás. Mis pensamientos estaban con Diego, el hombre que pacientemente me había ayudado a recomponerme tras la traición de Álvaro. Diego no era perfecto, pero era firme como una roca, y sabía que podía confiar en él. El golpe en la puerta me arrancó de mis reflexiones. Era insistente, despertando una inquietud en mi pecho. No esperaba a nadie, menos aún a él.

Al abrir, me quedé paralizada. “¿Álvaro?” Allí estaba, con más arrugas y una tristeza en los ojos que antes me resultaban tan familiares. “Lucía —comenzó, con voz temblorosa—, ¿puedo pasar?” Mi primer impulso fue cerrarle la puerta. Este hombre había destruido mi vida. Pero, contra toda lógica, di un paso atrás, dejándolo entrar en la casa que pronto abandonaría para siempre.

Álvaro observó la habitación, deteniéndose en las cajas. “¿Te mudas?”, preguntó, aunque la respuesta era obvia. “Sí, con Diego. ¿Qué quieres, Álvaro?” Mi mención a otro hombre le hizo fruncir el ceño, pero ocultó su desagrado tras una sonrisa débil. “Me alegro de que hayas encontrado a alguien”. Un silencio tenso se instaló entre nosotros, como una nube cargada de tormenta.

“Lucía —dijo al fin—, no habría venido si no fuera necesario. Sé que no merezco pedirte nada después de lo que hice, pero… necesito tu ayuda”. Crucé los brazos, preparándome para lo peor. “¿Qué ayuda?” Dudó un instante antes de soltarlo: “La mujer por la que te dejé… murió hace dos semanas. Tengo una hija, Lucía. Se llama Sofía. Es todo lo que me queda, pero no puedo solo. Te necesito a ti”.

El hombre que me rompió el corazón ahora me pedía ayuda para criar a su hija. La ironía me quemó. “¿Por qué yo, Álvaro? ¿Por qué precisamente yo?” “Porque te conozco —respondió, con desesperación en la voz—. Tienes un corazón bondadoso. No conozco a nadie mejor”. El suelo pareció hundirse bajo mis pies. Había tardado años en reconstruir mi vida, y ahora, con un solo golpe en la puerta, Álvaro lo volvía a destrozar. Pero esta vez no solo se trataba de mí. En medio de todo esto había una niña pequeña, inocente de los errores de su padre. “No sé si podré, Álvaro —susurré—, pero lo pensaré”. “Gracias, Lucía. Es todo lo que pido”, respondió, con un destello de esperanza en la mirada.

Cuando se marchó, supe que mi vida nunca sería igual. Días después, nos encontramos en una cafetería tranquila a las afueras del pueblo. Jugueteaba nerviosa con una servilleta mientras esperaba junto a la ventana. Cuando Álvaro llegó, llevando de la mano a una niña con grandes ojos claros, mi corazón se estremeció. “Hola, Lucía —dijo suavemente, sentando a la niña frente a mí—. Esta es Sofía”. Sonreí. “Hola, Sofía. Pareces una princesa con ese vestido”. Ella asintió tímidamente, aferrada a su muñeca.

Mientras Álvaro hablaba de lo difícil que era para él solo, mis pensamientos giraban en torno a Sofía. Era frágil, inocente, y algo en ella me conmovió. Entonces, Álvaro soltó algo que me dejó helada: “Podría ser nuestra segunda oportunidad, Lucía. Para recuperar lo que perdimos”. No pude responder. Con cuidado, me pasó a Sofía. Cuando se acurrucó contra mí, sentí un calor que me recorrió el pecho, una conexión inexplicable. “Necesito tiempo”, murmuré, intentando ordenar mis ideas.

Llamé a Diego después. Mi voz temblaba al decirle que necesitaba tiempo, pero en el fondo temía haberlo perdido. Los días siguientes fueron un torbellino. Pasaba horas con Sofía, jugando y paseando por el parque. Ella se encariñaba conmigo, y yo con ella. Pero cuanto más me sumergía en su mundo, más sospechaba que algo no encajaba.

Una noche, mientras Álvaro estaba fuera, terminé frente a la puerta de su despacho. Una corazonada me llevó a abrir un cajón, donde encontré documentos que lo cambiaron todo. Álvaro no solo buscaba una madre para Sofía. Había una herencia vinculada a su custodia, que solo podía obtener si tenía pareja. Me estaba usando para asegurar su futuro.

Cuando Álvaro regresó, le arrojé la verdad a la cara. Su mirada culpable lo decía todo. “No lo puedo creer —susurré, conteniendo las lágrimas—. Ibas a mentirme, a utilizarme”. “Lucía, yo…”, comenzó, pero lo interrumpí. “Basta. Ya es suficiente”. Las lágrimas ardían al marcar el número de Diego, rogando que contestara. “Perdóname, Diego. Por favor, devuélveme la llamada”.

Esa misma noche, me fui de casa de Álvaro, sabiendo que no podía ser parte de su engaño. Decirle adiós a Sofía me rompió el corazón, pero no tenía opción. Mientras el taxi avanzaba bajo la lluvia, escribí a Diego: “Estoy en camino. Perdóname. Déjame explicarte”.

Cuando el taxi se detuvo frente a su casa, lo vi allí. Estaba bajo la lluvia, empapado, con un ramo de azucenas —mis flores favoritas—. A pesar de todo, me esperaba, como siempre lo había hecho. En ese instante, comprendí que Diego era mi verdadero hogar, mi paz, mi verdad.

Rate article
MagistrUm
Regreso del pasado: traición y perdón