Solo quería una cena tranquila con amigos, pero un invitado inesperado convirtió la velada en una pesadilla.
Esa cena iba a ser un símbolo de mi pequeña victoria: celebrar mi reciente ascenso. Lo había planeado todo al detalle: el menú, el vino, la vajilla, incluso la lista de música de fondo. Quería algo íntimo, cálido. Sin pretensiones, pero con clase. Solo reunir a los míos, reírnos, charlar, sentir que la vida no es solo trabajo y facturas, sino también alegría.
Invité únicamente a cinco personas: mi mejor amiga, Elena, con su marido Iván; mi viejo amigo de la universidad, Alejandro; y una compañera del trabajo con la que últimamente me había acercado, Lucía. Todos se conocían entre sí, así que el ambiente prometía ser relajado, sin incomodidades ni formalidades. Quería que cada uno se sintiera como en casa.
La noche comenzó de maravilla. Los entrantes estaban servidos: bruschettas, champiñones rellenos, quesos variados. Todos llegaron puntuales, elegantes, de buen humor. El vino fluía, las conversaciones también: Elena y Lucía hablaban de viajes, Alejandro soltaba anécdotas de su nuevo trabajo. Yo me quedé observando, sonriendo. Todo iba según lo planeado.
Hasta que llamaron a la puerta.
Me sorprendió: los invitados ya estaban todos ahí. Pensé que sería algún vecino o un repartidor equivocado. Al abrir, me encontré a un hombre desconocido que, desde el umbral, soltó:
—¡Hola! Soy Pablo, amigo de Elena. Me dijo que podía pasar. ¿No molesto?
Y, sin esperar respuesta, entró.
Me quedé helada. Elena no me había hablado de ningún Pablo. Me giré hacia ella con la mirada llena de preguntas. Bajó los ojos y murmuró:
—Es que… se lo comenté por casualidad, y él insistió…
Contuve a duras penas la irritación. Decidí no arruinar la velada. Fingí que todo estaba bien, le serví vino, lo presenté a los demás. Todos intercambiaron miradas pero asintieron. Intentamos ser educados.
Pronto quedó claro: era ese tipo de invitado que no debería estar en ninguna cena.
Pablo hablaba sin parar, no escuchaba a nadie, interrumpía constantemente, soltaba chistes fuera de lugar y se reía más fuerte que todos, incluso de sus propias tonterías. Su copa se vaciaba más rápido que las demás, y con ella, cualquier resto de decencia.
Elena se puso tensa. Intentaba sonreír, pero parecía querer desaparecer. Iván permanecía callado y serio, Alejandro ponía los ojos en blanco, y Lucía apenas disimulaba las ganas de irse.
El colmo llegó cuando Pablo se levantó de pronto y, tambaleándose, alzó su copa:
—¡Por la amistad! —gritó—. ¡Y por los nuevos conocidos! Aunque, la verdad, no sé cómo aguantáis a Elena. Mola, pero es un poco plasta, ¿eh?
El aire en la habitación se congeló. Elena palideció, Iván se tensó, Alejandro tosió ahogado y Lucía casi suelta su copa.
—Pablo, basta —susurró Elena, conteniendo las lágrimas.
—¡Venga, no os pongáis así! ¡Relajaos! —dijo él, haciendo un gesto despectivo.
Y ahí, mi paciencia se agotó.
Me levanté y, mirándolo fijamente, dije con calma pero firmeza:
—Pablo, gracias por pasar. Pero es hora de que te vayas. Estás sobrando.
Se rio, borracho:
—¿En serio? ¿Que sobrio? Venga, Marta, no exageres…
—Lo digo en serio. Fuera.
Me acerqué y señalé la puerta. La habitación quedó en silencio, como en el teatro antes del estallido. Nadie habló. Hasta Pablo entendió que no había discusión. Se encogió de hombros y salió.
Cerré la puerta. Respiré. Me volví hacia mis amigos.
—Lo siento. De verdad no sabía que vendría. No era lo que yo había planeado.
Elena, con los ojos rojos, murmuró:
—Perdóname. No… pensé que sería así.
—Tranquila —dijo Iván—. Ahora todo está mejor.
Alejandro resopló:
—Bueno, al menos tendremos anécdotas.
Todos reímos. La tensión se desvaneció.
El resto de la noche no fue perfecto como lo soñé, pero fue mil veces más auténtico. Fuimos honestos, reímos, compartimos momentos. La cena no fue impecable, pero fue real. Y aprendí una lección simple: aunque no puedas controlar quién aparece en tu celebración, siempre puedes decidir quién se queda.
Y a partir de ahora, tendré más cuidado con los “amigos” que otros invitan sin avisar. Sobre todo si es Elena quien los trae.