La abuela vendió el piso: un escándalo familiar
¿Para qué pedir una hipoteca si se puede esperar a que la abuela muera y heredar su piso? Eso pensó el hermano de mi marido, Pablo. Él tiene una esposa y tres hijos, pero en lugar de pedir un crédito, esperan la muerte de la abuela para quedarse con su vivienda. Su codicia desató un drama familiar que conmocionó a todo Villanueva del Pinar.
Pablo y su esposa, Lucía, viven con sus hijos en el piso de la abuela Carmen. Las condiciones son, por decir algo, estrechas, y es fácil imaginar lo difícil que es para todos compartir tres habitaciones. Pero en lugar de buscar un hogar propio, aguardan con impaciencia a que Carmen fallezca. Les molesta que ella, a pesar de sus 75 años, esté llena de vida y energía.
Carmen es una joya. Se ve espléndida, no se queja de su salud, maneja el móvil, va a conciertos, sale con sus amigas e incluso a veces se permite citas románticas. Vive la vida al máximo, lo que enfurece a Pablo y Lucía. Cansados de esperar, idearon un plan: convencerla de que firmara el piso a nombre de Pablo y se mudara a una residencia. Carmen se negó en redondo, desatando la ira de su nieto. Su firmeza fue la chispa que encendió el conflicto.
Carmen tenía un sueño: viajar a Japón. Cuando mi marido y yo descubrimos los planes de Pablo, le propusimos que viniera a vivir con nosotros. Le sugerimos alquilar su piso para ahorrar y cumplir su deseo. Aceptó. Nos la llevamos a casa y ella encontró inquilinos. Al enterarse, Pablo y Lucía montaron en cólera. Estaban convencidos de que el piso les pertenecía por derecho y exigieron que Carmen les diera el dinero del alquiler. Pablo acusó a mi esposo, Javier, de “llenarle la cabeza” a la abuela para quedarse con la herencia. Su descaro no tenía límites.
Lucía empezó a visitarnos a menudo, a veces sola, otras con los niños. Preguntaba por Carmen como si esperara oír que estaba a punto de morir. Pablo tampoco perdía la esperanza de que el piso pronto sería suyo. Pero Carmen no iba a rendirse. Ahorró lo suficiente y partió hacia Japón. Al regresar, brillaba de felicidad mientras contaba sobre el Monte Fuji y los cerezos en flor. Le propusimos vender el piso, comprar un estudio pequeño y seguir viajando, para después vivir tranquila con nosotros. Carmen lo pensó y tomó una decisión.
Vendió su amplio piso de tres habitaciones en el centro de Villanueva del Pinar y compró un acogedor estudio. Con el resto del dinero, emprendió otro viaje, esta vez por Italia, Austria y Suiza. Allí, el destino le tenía una sorpresa: conoció a un suizo llamado Markus y se casó con él. Javier y yo volamos a su boda. Ver a una novia de 75 años, radiante de amor, fue un milagro. Carmen se merecía esa felicidad: toda su vida trabajó, sosteniendo a hijos y nietos.
Pablo no se resignó. Exigió que Carmen le entregara el estudio nuevo. Cómo pretendía meter allí a una familia de cinco, era un misterio. Pero a nosotros ya no nos importaba. Celebramos que Carmen, al fin, vivía para sí misma. Su historia se esparció por Villanueva del Pinar, provocando admiración en unos y envidia en otros.
Ahora Carmen y Markus dividen su tiempo entre Suiza y Villanueva del Pinar. Nos envía postales de sus viajes y ríe al recordar cómo Pablo esperaba su muerte. Este drama demostró cómo la codicia destroza la familia, pero también que el valor de vivir la propia vida es más fuerte que cualquier intriga. Carmen se convirtió en un ejemplo para todos: nunca es tarde para elegir la felicidad, aunque el mundo entero se oponga.