Dividido entre dos familias: la imposibilidad de elegir.

Aquel día, mientras escribo estas líneas en mi diario, me siento desgarrado entre dos hogares, incapaz de decidir cuál abandonar.

Durante mis años universitarios, me casé con mi primer amor, Carmen. Era una pasión ardiente, un torrente de emociones que nos llevó al altar. Tras la boda, comenzó la rutina: trabajo, hogar, responsabilidades. Tuvimos dos hijos y, como todas las familias, vivimos momentos dulces y amargos. Hubo felicidad, discusiones, pero siempre lográbamos seguir adelante. Creí que así sería para siempre, una vida tranquila y predecible. Sin embargo, el destino tenía otros planes, y ahora me encuentro al borde del abismo, atrapado en una trampa de mi propia creación.

Casi rozando los cuarenta, ella apareció en la oficina de nuestra empresa en un pueblo cercano a Zaragoza: Lucía, la nueva empleada. Parecía salida de otro mundo: joven, radiante, con una sonrisa que iluminaba la habitación. No podía dejar de mirarla. Sus pensamientos invadían mi mente, y el corazón me latía con fuerza cada vez que pasaba cerca. No imaginé que, a mi edad, pudiera enamorarme como un adolescente. Pero lo más sorprendente fue que Lucía me correspondía. Sus miradas, su coqueteo discreto, los pequeños roces… todo alimentaba un fuego que ya creía apagado.

Nuestra relación se convirtió en algo más. Un encuentro casual, una noche, y ya no hubo vuelta atrás. Con Lucía me sentía vivo, libre, como si hubiera recuperado la juventud. En esos momentos, no pensaba en traicionar a Carmen. Estaba demasiado ocupado disfrutando de esa felicidad egoísta. Lucía sabía que estaba casado, pero eso no la detuvo. Nos veíamos a escondidas: pisos alquilados, hoteles, lejos de miradas indiscretas. No planeaba dejar a mi familia; creía que podía mantener ambas vidas en equilibrio. Era una ilusión, pero me aferraba a ella como un náufrago a un salvador.

Años después, Lucía me dijo que estaba embarazada. Cuando nació nuestro hijo, Alejandro, sentí que tocaba el cielo. Al sostenerlo entre mis brazos, no podía creer lo que estaba viviendo. Mi vida, antes tan estable, se había vuelto del revés. Revivía emociones olvidadas: la ternura, la emoción, la sensación de empezar de nuevo. Pero con esa alegría llegó también el peso de la culpa. Vivía entre dos hogares. A Carmen le inventaba viajes de trabajo mientras corría a ver a Lucía y a mi hijo. Me desgarraba sin saber qué camino tomar. Ambas mujeres eran importantes para mí, cada una a su manera. Las amaba, pero perdía el control.

Con los años, Lucía cambió. La maternidad la volvió exigente. Criaba a Alejandro prácticamente sola, y eso la marcó. Empezó a reprocharme: que no aportaba suficiente dinero, que no los mantenía bien, que apenas les dedicaba tiempo. “Sabías a lo que te exponías”, me decía, y sus palabras me herían. Ella sabía que estaba casado, que tenía otra familia, otros hijos que mantener también. Sus reclamos se convirtieron en peleas. Pero en casa no era mejor. Carmen notaba que el dinero escaseaba. “No ganas lo suficiente, ¿de qué vivimos?”, me gritaba. Iba de un lado a otro, y en ambos solo encontraba reproches. Mi vida se había convertido en una pesadilla sin tregua.

Estoy agotado. Cansado de mentir, de dividirme, de las acusaciones constantes. Cada una tira de mí hacia su lado, y no sé cómo elegir. Carmen es mi historia, mi familia, la madre de mis hijos mayores. Con ella he compartido una vida entera, y la idea de abandonarla me destroza. Pero Lucía es mi pasión, mi renacer, la madre de mi hijo. No concibo la vida sin ella. Ambas son parte de mí, pero ya no soporto este infierno. ¿A quién dejar? ¿A quién traicionar? El amor que siento por las dos me consume, y sus exigencias me llevan al límite. Estoy en una encrucijada, y cada paso me acerca al vacío. ¿Cómo elegir, cuando cualquier decisión me romperá el corazón?

Hoy, mientras cierro este diario, aprendí una lección dura: el amor, cuando se divide, no multiplica la felicidad, sino la culpa. Y esa carga es la más pesada de todas.

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Dividido entre dos familias: la imposibilidad de elegir.