«Siete años bajo el techo de la suegra»: por qué mi hermana cree que todos le deben algo

Oye, te voy a contar algo sobre mi hermana pequeña, Laura. Desde que tengo memoria, siempre ha sabido hacerse la víctima. Todo le va mal, todo es difícil, la culpa es de todos menos de ella. No está acostumbrada a resolver problemas—prefiere esperar a que alguien más lo haga por ella, dejando sus asuntos y corriendo a ayudarla. Sin rodeos, ha vivido toda su vida con la mentalidad de “me lo deben”.

En cuanto se graduó, Laura se casó. Y no digo que no tuviera suerte—al contrario, le tocó una oportunidad que muchos sueñan. Su suegra, Carmen López, era una mujer de buen corazón y cabeza clara. Tenía un piso pequeño heredado de una tía lejana. En vez de alquilarlo, como planeaba, dejó que los recién casados vivieran allí gratis. Ella se quedó en su casa, un ático en las afueras de Madrid. Todo para que ahorraran y pudieran comprar algo propio. Pero ay, los gestos generosos a veces se pagan con ingratitud.

Laura jamás fue muy trabajadora. Pasaba los días tirada en el sofá con series, café y redes sociales. ¿Trabajar después de la universidad? Para qué, si podía tener un hijo rápido y quedarse de baja. Y así fue—al año ya empujaba el carrito, y al siguiente su marido pidió el divorcio y desapareció. ¿Y quién la acogió? Claro, la suegra.

Carmen volvió a ser comprensiva: le permitió quedarse en el piso hasta que “se pusiera de pie”. Para ella, eso significaba encontrar trabajo, ahorrar para una entrada de hipoteca y ser independiente. Pero Laura entendió otra cosa: descansar hasta que la echaran.

La suegra ayudaba en lo que podía: cuidaba al niño, compraba juguetes, echaba una mano con la comida. Mientras, Laura, en vez de ahorrar, se iba de vacaciones al extranjero, compraba ropa de diseño y presumía de bolsos y maquillaje en Instagram. Todo eso viviendo gratis. Su ex, por cierto, no se quedó de brazos cruzados: sacó una hipoteca, se volvió a casar y tenía su vida resuelta. Pero mi hermana decidió que ella no tenía que hacer nada—los demás debían solucionarle todo.

Pasaron siete años. Carmen, que ya estaba jubilada, le recordó que en su día pensaba alquilar el piso para tener algún ingreso. Le pidió educadamente que empezara a buscar otra opción. ¿Y sabes qué? Laura montó un numerito que hasta las telenovelas se quedarían cortas. Entre gritos y lloros, acusó a todos de echarla a la calle con su hijo—delante del niño y del exmarido, claro.

A la calle no la echaba nadie. Nuestros padres viven en una casa grande en las afueras, con habitación para Laura y el niño. Pero no quiere ir. ¿Por qué? Porque allí hay que ayudar en casa, limpiar, madrugar… y ella está acostumbrada a la vida fácil. Así que decidió pasarme el marrón a mí.

Mi marido y yo acabamos de pagar la entrada de nuestra hipoteca, hicimos reformas y empezamos a alquilar ese piso. Lo que cobramos cubre la cuota mensual. De momento, vivimos en el piso de él. Cuando Laura se enteró, sin pudor ninguno, me soltó: “Déjame vivir ahí seis meses”. Claro, sin pagar. Y juró que en ese tiempo lo resolvería todo.

Pero yo conozco a Laura. Esos seis meses se convertirían en ocho años. Y nuestras reformas quedarían hechas polvo en meses. Luego se ofendería porque soy una “egoísta” que no ayuda a su hermana. Así que le dije “no” sin dudar. Y fue la mejor decisión. Se enfureció, empezó a llamar a toda la familia, diciendo que éramos unos desalmados, poniendo al niño en contra.

Pero ya no caigo en sus manipulaciones. Mi marido y yo trabajamos y construimos nuestro futuro. No nos hemos ido de vacaciones a playas caras, ni compramos ropa de marca—ahorramos. No tenemos por qué pagar la pereza y la irresponsabilidad de nadie.

Aún no entiendo cómo en siete años no pensó ni una vez en su futuro. ¿Creía que viviría para siempre en el piso de su suegra? ¿O esperaba que algún familiar le regalara otro? Lo peor es esa actitud de que todos le deben algo. Hasta su hijo lo usa como moneda de cambio en su obra de teatro: “Pobrecita de mí, me echan a la calle”.

¿Qué hago con una hermana así? ¿Sigo hablando con ella o pongo punto final? Estoy harta de que me trate como su “deudora”…

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