Me da asco verte así: mi esposo se fue a dormir a otra habitación hasta que me ‘arregle’

—Me da asco verte así— dijo mi marido antes de marcharse a dormir a otra habitación hasta que «me arreglara».

Llevo tres meses siendo madre. Tres meses sintiendo que no he perdido solo mi identidad, sino todo lo que era antes. Ahora no soy solo mamá: soy la lavadora, la cocina de siete velocidades, el servicio de urgencias, la almohada sobre la que duerme mi bebé y, de paso, el saco de boxeo de los demás. Porque en esta casa, al parecer, también debo lucir como una top model mientras cumplo con todo lo demás.

Antes del embarazo, me cuidaba. No porque alguien me obligara, sino porque me gustaba. Uñas arregladas, pelo limpio, piel suave, figura esbelta… me enorgullecía de mi aspecto. Incluso con la tripa enorme, seguía haciendo ejercicio, comiendo bien, yendo a la piscina para estar fuerte. No era una vaga. Era una mujer que se quería.

Pero después del parto, todo cambió. Fue como si no hubiera dado a luz, sino que me hubiera caído de un quinto piso. El cuerpo me dolía como si me hubieran pasado por encima un tren. Puntos, noches en vela, llantos interminables, lactancia, cólicos, miedo a hacer algo mal… Perdí mi esencia, sí, pero no porque quisiera, sino porque el bebé se tragó toda mi energía, tiempo y fuerzas. Y nadie me echó una mano.

Mi marido piensa que «me he dejado estar», que «no quiero» arreglarme. Me encantaría verlo a él aguantar un solo día en mi lugar. Y su madre, mi suegra, ni te cuento: «A tu edad, yo con un bebé lo hacía todo. ¡Y siempre guapa, y mi marido contento!». Claro, ella «lo hacía todo» porque tenía ayuda: la abuela, las tías, las vecinas. Yo no tengo a nadie. Mi madre vive en otra ciudad. Mi suegra aparece «a tomar un café» cinco minutos a la semana, mira al niño y se va como si hubiera escalado el Everest. ¿Y mi marido? Él «se cansa» en el trabajo. Y punto.

El otro día me soltó que le «daba asco» verme con el pijama manchado y el moño grasiento, que al menos en casa podía «ponerme algo de crema». Mascarilla, rímel, brillo de labios… «No cuesta tanto». Pobre, le resulta duro convivir con una mujer que no se cuida.

Fueron cuchillos. No exagero. Fue exactamente así. Como si me hubiera arrancado el corazón y lo hubiera estampado en el suelo. No soy un robot. Me duele. Yo también quiero dormir. Yo también quiero ducharme. Yo también quiero silencio, aunque sean cinco minutos. Pero nadie lo ve. Lo que sí ven: «No te has maquillado». Ah, claro. El horror.

Se fue a otra habitación. Con teatro. Como diciendo: «Cuando vuelvas a ser persona, hablamos». Mientras tanto, soy una sombra cansada.

Mi madre lo dijo claro: «No te quiere. Punto. Divórciate». No puedo. Sigo queriéndolo, a pesar de todo. No quiero romper la familia. No quiero que mi hijo crezca sin padre. Pero cada vez pienso más que quizá ella tenga razón. Que si realmente me amara, no me miraría, sino que me vería. No me reprocharía, sino que me ayudaría. No me daría la espalda, sino un abrazo. Y entonces, tal vez, volvería a sentirme mujer.

No sé qué hacer. Por ahora, solo sobrevivo. Día tras día. De la noche sin dormir al llanto mañanero. Del berrinche del bebé a la mirada acusadora de mi marido. Y en esos pocos minutos, cuando el niño duerme, me siento en la oscuridad y recuerdo cómo era antes. Guapa. Sonriente. Ligera. Segura.

Y me pregunto: ¿volverá alguna vez?

Rate article
MagistrUm
Me da asco verte así: mi esposo se fue a dormir a otra habitación hasta que me ‘arregle’