Padre ausente reaparece después de diez años: ¿vale la pena romper lo construido con esfuerzo?

Hace diez años apareció su padre biológico: ¿vale la pena destruir lo que se ha construido durante tanto tiempo?

—Cuando se casaron, Lucía apenas podía moverse, estaba en su último mes de embarazo —recuerda Esperanza, la madre de la joven, con la voz temblorosa—. No hubo boda como tal… Fueron al registro civil, firmaron los papeles y luego vinieron a mi casa. Pusimos algo de comer y lo celebramos en silencio. Una semana después nació nuestro Dani.

Cuando le preguntan por qué su hija tardó tanto en casarse, Esperanza suspira. —Al contrario, todo pasó muy rápido. Lucía supo que estaba embarazada cuando ya llevaba tres meses. Vivía con el padre del niño, hacían planes, preparaban la boda… Pero él se acobardó. Le dio miedo la responsabilidad. Empaquetó sus cosas, la bloqueó en todas partes y desapareció sin dejar rastro.

Lucía estaba destrozada. Embarazada, abandonada y con miedo al futuro. Fue entonces cuando apareció Javier. Ella le contó la verdad desde el principio, sin ocultar nada. Él la escuchó, reflexionó… y se quedó. La cuidó, la acompañó a las revisiones médicas, le cocinaba, la consolaba. Poco después, le propuso matrimonio. —Un niño debe nacer en una familia de verdad —le dijo.

Al principio, yo no lo creía —admite la madre con amargura—. Temía que tras la bondad de Javier hubiera algo más. Hasta intenté averiguar cosas sobre él. Pero fue en vano. Javier no solo ha sido un marido ejemplar, sino un padre extraordinario para Dani.

Han pasado diez años. Dani es un niño inteligente y educado. Estudia con Javier, van al cine, a la piscina, patinan juntos. El cariño entre ellos es auténtico, no hay fingimiento. Dani le llama papá, porque, al fin y al cabo, él lo es. La madre de Javier, por cierto, adora a su nieto. Lo lleva los fines de semana, le hace regalos y le prepara sus pasteles favoritos.

Todo era tranquilidad hasta que, un día, Lucía me enseñó un mensaje: *«Hola. He visto fotos de nuestro hijo. Quiero conocerlo. Tiene derecho a saber quién es su verdadero padre»*. Lo escribió él, el padre biológico, el que huyó hace diez años dejando a una chica embarazada.

—¿Te lo imaginas? —se indigna Esperanza—. ¡Vio unas fotos en redes y de repente *«se iluminó»*! Empezó a escribirle a Lucía, a pedir encuentros, a decir que tenía derechos sobre el niño. Hasta publicó una foto de Dani con el pie: *«Mi hijo»*. ¡Pero si en diez años ni siquiera recordó que existía!

Lucía siempre compartió fotos de Dani —en celebraciones, en la playa, paseando—. Estaba orgullosa de él. Pero nunca imaginó que eso le daría pie a un fantasma del pasado para colarse en sus vidas.

—Yo le dije de inmediato: ¡no le contestes! —cuenta Esperanza—. ¡Él no es su padre! Pero Lucía duda. Dice: *«Es su padre biológico, quizá Dani tiene derecho a conocerlo…»*.

Javier, claro, se opuso. Él crió a Dani desde que nació. Es el padre que no huyó cuando las cosas se complicaron. No solo le dio amor, lo educó. ¿Y ahora tiene que apartarse para que un extraño decida entrometerse de nuevo?

Cuando la madre de Javier se enteró, me llamó. Me pidió que hablara con Lucía. —Tú lo entiendes —dijo—. Esto puede destruirlo todo: la familia, la confianza, incluso el alma del niño. Dani cree que Javier es su padre. ¿Por qué arruinarlo? ¿Para qué?

Yo también intenté hablar con mi hija. Le expliqué que la sangre no lo es todo. Que un padre es el que está ahí. El que no traiciona. El que enseña a vivir. Todos —Javier, su madre, incluso yo— estábamos en contra.

Pero Lucía dijo: *—Os entiendo, pero soy su madre. Y debo darle a Dani la opción de elegir. No le ocultaré la verdad. No permitiré que su padre biológico interfiera en nuestras vidas, pero darle la oportunidad de conocerlo… es mi deber*.

No sé si hace bien. Es un asunto demasiado delicado. Dani tiene diez años, crece rodeado de amor. Si descubre que su *«papá»* no lo es, ¿no le destrozará por dentro? ¿Y si este hombre desaparece otra vez, dejando una nueva herida?

Aun así… ¿y si Lucía tiene razón? ¿No es mejor vivir sin secretos? Quizá Dani quiera saber. O quizá rechace a quien lo abandonó.

Ahora todo pende de un hilo. Y yo, como madre, solo rezo para que ese hilo no se rompa. Para que Javier siga siendo el verdadero padre de Dani. Y para que, cuando sepa la verdad, mi nieto elija con el corazón.

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